Y un día, sin saber por qué, ella dejó de escribir. Dejó de pensar, sin explicar nunca sus razones. AL final, así como había empezado, todo terminó. Ella se encontró a si misma corriendo y saltando, ignorante voluntaria de aquello que la rodeaba, que la definía, y le gustó. Le gustó aquello, al igual que la asustó. Se aterró y quedó paralizada. La nada, al igual que la luna, tenía su embrujo particular, uno muy atrayente. Dentro de ella existía todo, todos los mundos posibles y todos los destinos habidos y por haber. Ella era todo lo que necesitaba.
Alguien afuera quería entrar pero no era tan sencillo.
Un día, volvió a escribir.
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