Match.
Esa es la palabra adecuada, supongo.
La lluvia y el olor a humo, a fuego, they match.
No me preguntes cómo, ni siquiera yo lo sé, aunque hay mucho aún que yo no sé, y sin embargo es así.
Tan así como que la noche sigue al día y como que aunque no las veas, las estrellas siguen ahí.
Siempre las ves, aunque ellas no sean simplemente un punto, son energía, como fuego y lluvia, como sal y azúcar, como humo y brisa. Como una de esas muchas dulces contradicciones de las que la vida está llena y que a la vez pasan tan desapercibidas que crees que no valen la pena.
Generalmente vale todas las penas del mundo el simple hecho de ver esas nubes de humo mientras gotas de lluvia las atraviesan. Es parte del ka. Es parte del orden natural y eterno. Es parte de todo. Lluvia y fuego, tan naturales como ajenos.
Y es poco, si sólo los menciono a ellos. Hay mucho más dentro de la bola de cristal, dentro de este globo con agua. Hay muchos otros leves contrastes, miles de similitudes y diferencias que pasan de largo incluso a observadores expertos. Y las dejamos ir porque queremos, porque no las vemos.
Aspiro hondo, el humo llena mis pulmones, me gusta como se siente.
Extiendo mi mano y las gotas la bañan, hay algo incluso tierno en la sensación.
Es diferente, diferente de todo lo usual. No se parece a la extraña y morbosa repulsión sensual que causa el atisbo de claustrofobia en que te sientes caer en medio de tanta gente. Encerrado entre tantos cuerpos sudorosos y desesperados. En medio de tantos cuerpos sin rumbo, sin valor, sin una mínima curiosidad de mirar a los ojos a quien tienen a su lado. Y todos se menean, todos se bambolean y de dejan llevar mientras el gigante de metal lo diga. Y allá van, a donde les lleve, porque él dirige, no te quepa duda. Y aunque todos lo odian, todos suplican libertad, todos anhelan un algo más que les evite el contacto indeseado, la falta de aire, la omisión del espacio personal, nadie se atreve a pedirlo. Todos temen, todos huyen, nadie dice lo que todos saben. Y es que, al final del día, al día siguiente, casi todos se sienten un poco reconfortados por ese obsceno bamboleo, por ese morboso contacto y esa sucia fricción de cuerpos sudorosos y repugnantes. Esos cuerpos vacíos que andan sin rumbo les recuerdan a ellos mismos, a ese montón de cascaras que tampoco tiene rumbo definido.
Y las pequeñas casualidades, las simples contradicciones se suceden y le dan valor y sentido a algo que probablemente no tenga ninguno en realidad.
Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.
6 sept 2013
Match de contradicciones
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