Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

22 jun 2012

Otra vez.


Ella pensaba que todo estaba bien. Que era un juego sano y perfecto para nuestros vicios.
Claro, yo, la maldita voz de la razón en casi todo, le dije que no, que había algo que no encajaba del todo, que faltaban detalles.
Pero yo soy siempre la mojigata, la buena, la que nunca sabe nada de nada porque no pone la suficiente atención. Resumido. No merezco ser escuchada.
Ella siguió jugando, cada vez apostando más fuerte, cada vez dejándose llevar más y más. Ella perdió todo en una sola apuesta, en un solo instante de película, en un mili segundo y una mordida.
Ella, y yo también.
Ella pensó que no habría problema, que duraría, se equivocó. Yo también me equivoqué, porque le creí, porque escuché sus palabras y le hice caso. Porque me deje envolver en lo mucho que me gustaba, en lo llamativo de las luces.
Ella se cansó, se aburrió, se decepcionó, se hastió o qué sé yo. De un momento a otro todo dejó de existir, de importar, de tener valor. De un momento a otro simplemente ya no eramos más que solo nosotras dos. Y con ella, como siempre, yo también me decepcioné, me cansé, me perdí. No soporto y no logro entender qué es lo defectuoso en nosotras, qué es lo que está mal, o qué es lo que falta. Porque algo tiene que faltar, no concibo la idea de que simplemente las cosas deban ser así.
Ella sufrió, pagó su desencanto y su ilusión, y pagamos con creces.
Ella y yo.
A fin de cuentas somos lo mismo, mismo demonio, misma alma, misma necesidad.
Ella aprendió a vivir así, yo aprendí con ella.
Y, como si fuera una mala broma, ella hoy está pensando de nuevo en ello.
Hoy estamos nuevamente considerándolo, pensando al respecto.
¿Qué pasaría si...?
Es precisamente la pregunta que no debería hacerme, que no deberían hacernos, que no deberían permitirnos pensar. No. No. No. Es demasiado fácil volar, demasiado fácil caer, demasiado fácil derretirnos cerca de las llamas. Nos gusta demasiado el calor, el fuego, como para saber cuando alejarnos.
No deberíamos pensar en ello, no deberíamos estar cayendo en semejante espiral viciosa, después no sabremos cómo salir de ella, y sin embargo aquí estamos, cayendo más y más rápido. Sin ganas de escapar, sin ganas de librarnos. Permitiéndonos bajar al abismo de sus ojos.
¿Qué más da?
Ella no quiere evitarlo, yo, a pesar de tener que ser la razonable, la equilibrada y la responsable, tampoco; y por muy pocas ganas que tenga de romper otro corazón en pedazos, la curiosidad y las ganas de saber si quizá sea real esta vez, se hacen cada vez más fuertes.
Pero no estamos del todo seguras de querer caer en sus garras.
Corrección, no estamos del todo seguras de poder sobrevivir a ello.

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