Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

10 jun 2012

Ocurrencias de Belle.

Me empezaba a preocupar. Mi cabeza daba vueltas y más vueltas. Solo habían sido unos cuantos tragos, por favor. No debía sentirme así por tan poco, pero ahí estaba, luchando con el martilleo insoportable de mi cabeza y las arcadas que amenazaban con salir. Me levanté de la cama como pude y corrí hacía el baño.

Estaba casi segura de que no iba a llegar cuando una mano se posó delante de mis ojos sosteniendo un cubo de basura. Casi como un reflejo tomé el cubo y regresé todo lo que había ingerido la noche anterior, bueno, creo que no sería adecuado decir regresar, porque no estaba en su estado original, era una papilla viscosa y maloliente.
Una vez pude respirar tranquila de nuevo, levanté la vista. El dueño de la mano estaba ahí, a mi lado, con una sonrisa comprensiva y un brillo en los ojos que me decía que no podía venir nada bueno. No hice preguntas, me limité a bajar la mirada, completamente sonrojada por semejante despliegue de asquerosidad. Nunca había vomitado frente a un chico, mucho menos por causa del alcohol. Esa había sido la primera vez que me emborrachaba, no era posible que hubiera acabado precisamente así y, para colmo, junto a él.

- Espero que no te vayas a sentir avergonzada por eso -me dijo de pronto con esa suave cadencia de su voz.

¡Claro! El está ahí pidiéndome que no me avergüence y yo no sé qué decir. Es claro que para mi es algo embarazoso, nunca pensé acabar en su casa, en su cama, con su ropa y menos con su aroma pegado a cada poro de mi piel y en cada hebra de mi cabello. Tengo que admitir, aunque me condene por ello, que no me desagradaba mucho eso de amanecer en su cama. De hecho era delicioso, sabanas suaves, rastros de su calor corporal aun en el colchón. Pero despertar con esa urgencia de vomitar no había sido lindo. Despertar corriendo hacía el baño y encontrar con que él ya predecía mis necesidades había sido un poco más de lo que yo me esperaba. Me recosté contra la pared del pasillo, exhausta y apenada, y él se dejo caer a mi lado.

 - Hey, chica, no te incomodes. Te ves preciosa sonrojada, pero no quiero avergonzarte. Simplemente supuse que necesitarías eso -su voz, esa voz, tan dulce, tan tierna, cuidándome, siempre cuidándome.

- Esta bien -dije después de aclararme un poco la garganta. Los restos del ácido de mi vomito matutino seguían pegados a mi garganta y escocían un poco-. Es solo que no me esperaba eso. No quería que vieras que soy una salida de onda que jamás había tomado una gota de alcohol en su vida.

- ¿Y entonces anoche qué pasó? Porque déjame decirte, te comportaste extraño. No como la chica que me gusta.

La chica que... Dijo que le gusto. Él dijo que le gusto.Yo no sé cómo no se me reventó el corazón en el pecho. Cómo no me puse a dar saltitos o a recorrer la habitación bailando un vals imaginario. Un momento... ¿yo le gusto? ¿Así sin estar tomada ni nada? ¿Así como soy? ¡¿Entonces en qué macabro mundo estuvo mi mente que acabo pensando que eso era lo que a él le gustaba?!

- Pero ... -tenía que preguntarle- pensé que a ti te gustaban las chicas así, que tomaban e iban de fiesta y eso.

- Nena -sostuvo mi mentón con su mano derecha mientras la izquierda me acomodaba el cabello-, esas chicas no son más que una diversión de rumba. Y tu no eres una de ellas.

- Pero yo te vi...

- Me viste coqueteando -me interrumpió, yo agradecí la interrupción, temía decir algo estúpido, como tenía por costumbre al estar tan cerca de él-, eso no implica nada.

- No coqueteas conmigo -antes de poder controlarme mi lengua había soltado las palabras que reprimía furiosa.

- Lo he hecho desde que te conozco. ¿Qué no es obvio?

¿Obvio? ¿El coqueteaba conmigo? Ok, condenadamente distraída mente mía, ¿qué rayos haces que no lo ves? Estaba demasiado entretenida en controlar mis propias reacciones en frente suyo que no me di cuenta de lo que yo le causaba.

- Nena, mírame -ahí ya perdí la batalla, si yo estaba tratando de no dejarle ver lo perdidamente loca que estaba por sus ojos y su voz, por su retorcida mente que me elevaba al décimo cielo, ya no pude más. Le miré como un condenado miraría a su salvador -. Eres más de lo que alguna vez pensé poder tener y el que anoche no pasara nada solo se debe a que estabas ebria y yo te respeto demasiado como para algo así...

¡ Maldición! ¿No había pasado nada? Yo esperaba que al menos así...

- ¡Oye! Dile a tu mente que se detenga ahí mismo -sus palabras me frenaron en seco. ¿Podía leer mis pensamientos?-. No, no leo tu mente -empezaba a asustarme-, pero sé qué piensas. Eres un libro abierto. Y no paso nada porque no podía. No contigo en ese estado. Te juro que si un día vas a ser mía quiero que estés totalmente consciente para que puedas gritar mi nombre y arañar mi espalda.

¿He dicho ya que este hombre me hace sonrojar de modo insoportable? El sabía lo que me hacía.

En un ataque de coraje, reuní todo mi valor y toda mi determinación, así como todas las ganas que tenía de ser parte de su vida.

- Estoy consciente ahora.

Emitió un sonido apagado, casi como un gemido, y se abalanzó sobre mi boca poseyéndola y reclamándola como suya. Muy tarde me dí cuenta de que acababa de vomitar, cosa que no le importó, o de que llevaba aun la misma ropa arrugada de la noche anterior. Solo podía pensar en él, en sus manos en mi cintura, en mi espalda, en mi cabello; en su torso desnudo y en espalda musculosa. Solo podía concentrarme en recorrer con mis manos cada centímetro de piel que pudiera hallar, en marcarlo como mio.

- Dime que es esto lo que quieres. Dime que lo has deseado tanto como yo -me rogó separándose de mi boca-. O dime que pare, dime que esta mal y que debo detenerme. Pero dime qué hacer porque no puedo decidir. Maldita sea, deseo esto tanto que no puedo pensar.

- Si lo deseo. Más que nada -le dije mientras volvía a posar mi boca en la suya.

No hace falta decir que mi ropa salió volando, o que descubrí que amo el tatuaje que lleva en la espalda, o el increíble arranque de ternura que me poseyó al ver la cicatriz en su tórax, esa que casi lo mató una vez. No hace falta que diga que, al clavar mis uñas en su espalda, por fin pude marcarlo para mi, por fin pude hacerle mio. Que al escucharle decir mi nombre una y otra y otra vez, me sentí tan completa como jamás me había sentido y que las huellas de sus mordidas son mis tatuajes personales desde ese momento.

Y, por supuesto, sobra decir que ahora su aroma es parte de mi, pegado a mis poros y mi cabello como mi propia esencia.

Y todo eso me gusta.

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