Me estoy durmiendo. Hasta ahí todo bien. Lo curioso es lo mucho que desearía no dormir sola, tenerte cerca, tenerte a mi lado. Hasta ahí todo bien. ¿La parte mala? Pues simple, muñeco, tu me odias.
Aquí, mientras me peleo a patadas con Morfeo, no es que no quiera dormir, es que no quiero dormir y soñar contigo; naufrago en los recuerdos de un pasado distinto. Tiendo a recordar, especialmente en las noches cuando no controlo del todo mis pensamientos, esa sonrisa traviesa con la que me mirabas. Esos ojos oscuros que se clavaban en mi con tal intensidad que el solo verlos ya me robaba el aliento. Ese lunar adquirido, cuya historia me contaste entre risas, y que mis dientes siempre buscaban morder, incluso si había sangre de por medio. Y eso me recuerda que contigo aprendí que me gusta el sabor de la sangre, de esos besos salvajes que saben a sal y a oxido, a nostalgia y a deseo, a sangre y a calor. No sabes como, mientras las letras se confunden bajo mis dedos y mis ojos luchan por no ver tu rostro, me pregunto qué pudo haber pasado, cual fue la causa. Pero no doy con la razón y me pierdo en las ideas como tu en el dolor.
Ya ves, me gana el cansancio, pero no podía irme sin decirte que creo que te extraño.
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