Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

21 abr 2012

Campos en Guerra IV


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Las voces que escuchaba se oían distantes y distorsionadas, no sabía si era por efecto del diseño de la casa, un palacio mas bien, o por el ruido que producía la fiesta en la planta inferior, sin embargo si sabía que una de las voces provenía de su amada y, por pura especulación, suponía que la otra voz era también de una mujer.

El pasillo donde se encontraba le era desconocido, solo conocía el ala de la casa que pertenecía al padre de Cathy, nunca se había adentrado a los aposentos de ella, sin embargo, a pesar de sentirse y hallarse algo perdido, la necesidad de verla, de saber qué la había impulsado a actuar como había actuado en la cena, eran más poderosas que el miedo a que lo descubrieran hurgando en esa zona de la casa.

- Únicamente para quien conozca tu naturaleza y eso, además de mí y de De La Rúe, únicamente lo logra Dyson Bouregard. Y en él, se debe al tiempo que ha pasado a tu lado.

Esas palabras le habían llegado sumamente nítidas, por lo que supo que estaba justo detrás de la puerta de los aposentos de Catherynne. Sin embargo, la voz no pertenecía a Cathy, era la voz de alguien más maduro y experimentado, y de inmediato le preocupó, sin motivos ni razones aparentes, qué era lo que hablaban Cathy y Giselle.




Mientras trataba silenciosamente de abrir la puerta para espiarlas, se sentía miserable y sucio, pero conociendo a Cathy y sabiendo que ella estaba molesta con él, estaba segurísimo de que la chica no le contaría el tema de la conversación, fue sorprendido y tomado desprevenido por una voz femenina.

- Querido, Alexander, ya que tanto deseas unirte a nosotras, ¿Por qué no entras? –Giselle, al parecer, había notado su presencia y su invitación era algo que Alex sabia no podía ignorarse.

Abrió la puerta, esta vez sin tanto cuidado, y entró a la habitación buscando con la mirada a su adorada Cathy. Esta estaba junto a la ventana y su vista clavada en algún punto del jardín externo. Ni siquiera se giro al entrar él en la habitación.

- Querido, Alexander, hay una escalera de servicio al final del pasillo, úsala al salir y que ella baje unos cinco minutos antes que tu. Tienen diez minutos antes de que empiecen a preguntarse por ustedes, por favor, compórtense, aquí la única escandalosa he de ser yo –con estas palabras, Giselle se despidió y los dejo solos en la habitación.

- Podrías, por favor –suplico Alexander acercándose a su amada luego de que Giselle saliera y cerrara la puerta-, decirme que te he hecho, querida Cathy, para que te halles tan ofendida y furiosa conmigo? –sus manos no pudieron detenerse en el aire y una de ellas acarició suavemente su cabello mientras la otra la tomaba por la cintura.

-  Oh, Alex –suspiró la chica mientras se giraba entre sus brazos y enterraba la cabeza en su cuello-. De veras, lo siento. He sido una completa tonta, querido mío, espero que puedas perdonarme.

Ese simple gesto, esa disculpa pronunciada en los labios de su amada, esa forma de olvidar su orgullo y refugiarse en sus brazos, destruyeron sus defensas y sus precauciones y no pudo más que abrazarla, y consolar a la joven mujer que temblaba entre sus brazos mientras sus lagrimas empapaban su elegante traje.

La abrazó con el alma, con el cuerpo, con todo el caos de emociones que ella desde un principio había desatado en él. Rodeó con sus brazos el cuerpo de la mujer y apoyo su barbilla sobre la cabeza de la joven, así, teniéndola entre sus brazos, se sentía tan en paz, tan en casa, que supo que nunca más podría dejarla marchar, que ya nunca más podría alejarse. Estaba atado, completa e irrevocablemente atado a ella y una sola palabra, un solo gesto de la tentadora mujer podía volverlo un esclavo o liberarlo para siempre.

- ¿Cathy, preciosa, dueña de mi alma, qué ocurrió para empañar así tu mirada? –susurró él mientras la estrechaba aun más entre sus brazos.

- Querido, lo lamento. Con el alma, lo siento. Nunca, escúchame bien –respondió la joven mientras tomaba entre sus manos el rostro de Alexander-, jamás debí hacer eso, coquetearle a Jhonatan Lockhart ha sido realmente bajo y asqueroso de mi parte. Es solo que –la joven se soltó de su abrazo y empezó a caminar por la habitación- esperaba que pidieras mi mano esta noche, no deseo que mi padre me empareje con cualquier otro hombre, y al verte con Giselle, quien, por cierto, ya me explico todo, simplemente me cegué y me dejé llevar por la furia. Oh, querido, siempre he sabido cuanto os odiáis vosotros dos y supuse que, si quería hacerte ver cómo me sentía, él era el instrumento perfecto.

La joven detuvo su caminar alrededor de la habitación y se sentó en la chaise longue que había a los pies de la cama. Sus manos inquietas se estrujaban una a otra y sus pies temblaban, aun a pesar del largo vestido. No había levantado la mirada mientras hablaba, ni una sola vez, y se veía tan avergonzada como Alexander estaba enternecido por esa confesión. El joven lord salvó la distancia que los separaba y se arrodillo a los pies de Catherynne.

- Cathy –su voz delataba la ternura que lo embargaba-, nunca, jamás, me habías hablado de esta forma. Es más, creo que nunca te había visto celosa.

- No estoy celosa –protesto la chica, mas en vano, pues bien sabía que él había reconocido el sentimiento en sus ojos.

-  Shhh –el joven puso su dedo en los labios de la joven, para detener el torrente de palabras que surgían cuando esta se sentía inquieta-. Está bien, lamento que te hayas sentido así, amor mío. Lo último que deseo en la vida es eso. Y te prometo –añadió ante la mirada empañada de la joven-, que mañana mismo, a primera hora, vendré a pedir tu mano. No importa si a todos les parece que Giselle y yo tenemos algo, la única a quien deseo pertenecer es a ti, y tu padre tendrá que entender eso. Si no lo hace, Cathy –tomó el rostro de la chica en sus manos-, si no nos permite estar juntos, ¿te irías conmigo?

- ¡Oh, Alex!

La joven se arrojó a sus brazos sin ningún miramiento. Las palabras se ahogaron en su garganta y cubrió con besos cualquier espacio que sus labios podían hallar. Ella nunca lo admitirá, ni siquiera a sí misma, pero esas palabras pronunciadas por Alexander eran toda la seguridad y la confirmación de que él era a quien tanto había esperado.

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