Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

21 abr 2012

Campos en Guerra

Por ciertas razones, he vuelto a publicar lo que ya llevaba de esta historia. La cual, al igual que Una historia cualquiera, planeo continuar publicando, espero que más a menudo. En fin, espero que disfruten de ella.
Atentamente: Belle De La Croix. Y las muchas voces que recorren mi cabeza.


I
Un bosque, lejos, muy lejos, del palacio. Una chica, vestida con una enorme capa negra que la cubre desde la cabeza hasta los pies, debajo de la capa lleva un vestido de fiesta de color rojo con tul negro sobre el corsé y la falda, sin tirantes dejando así al descubierto la suave piel de sus hombros, y su delicado cuello de marfil blanco. Se paseaba de un lado a otro en un claro del bosque, claramente impaciente y aun un poco nerviosa. No lograba sacar de su cabeza lo que había oído momentos antes, por eso le había enviado una carta pidiéndole que se vieran, por eso estaba escapándose de la magnifica fiesta ofrecida en su honor, ese era el día de su presentación en sociedad y sus padres casi habían tirado el castillo por la ventana, pero a ella no le importaba. De hecho, le venia a menos ser presentada en sociedad, esas fiestas eran para buscar pretendientes y ella ya tenia uno, al único que quería. Pronto oyó ruidos entre el follaje y detuvo su impaciente andar. Una figura, envuelta a su vez en una capa roja, salió de entre los arbustos. Suspiró. Había pensado que no vendría, casi que había llegado a temerlo; pero estaba ahí y eso la aterraba aun más que si no hubiera asistido. No tenía valor y sin embargo se encamino a su encuentro.


- Buenas noches, mi ama -musito suavemente la voz debajo de la capa roja.




- Me habéis hecho esperar mucho, no es propio de un caballero el hacer aguardar a una dama por su presencia -respondió ella a su vez, con ese aire tan altivo que podía adquirir en momentos de nervios.


 - Lamento haberos hecho esperar, madame. Pero a la  vez es impropio de una dama citar a un hombre, cualquiera sea su posición, a un lugar tan apartado y a unas horas como estas. ¿No deberíais estar en vuestra presentación? Vuestros padres tienen gran interés en hallaros un pretendiente antes del regreso de vuestro hermano.


- Tenéis razón, no debería estar aquí. Pero no os debo ninguna explicación de mi vida -replico nuestra joven, un poco enardecida por el tono tan descortés que empleaba su interlocutor-. Además, bien podíais haberos rehusado, en cuyo caso yo me encontraría en el palacio disfrutando de la famosa presentación que mis señores padres han realizado con tanto entusiasmo; pero no, habéis aceptado, lo cual me hace creer que, a vuestro modo, teníais motivos para querer verme.


Esto hizo notar a nuestro joven encapuchado un cambio en la actitud de su compañera. Aquella joven que había conocido no estaba, algo había surgido que la había hecho adoptar esa coraza tan utilizada por ella cuando era herida, y que, difícilmente, él había logrado penetrar.


- ¿Que os ha pasado? No sois la misma persona cuyas cartas esperaba yo ansioso cada día, y cuyos pies habría besado de haberse presentado la posibilidad.


- ¿Estáis seguro de que aun amáis a esa persona? 


- Tan seguro estoy como de mi linaje.


- ¿Y si os dijera que esa persona no quiere veros de nuevo?


- Os diría que miente.


- ¿Por qué habría de mentiros? ¿No os he demostrado durante todo este tiempo mi lealtad a vuestra causa, y más aun no os he entregado sin reservas aquello que debí haber guardado para mí únicamente?


- ¿Os referís a vuestro orgullo o a vuestro dinero?


Aquello hizo perder el control a la joven, quien se alejó unos pasos de su compañero y se acercó a la oscuridad de los arboles.


- Os hablaba de mi amor. Pero he visto que todos han de haber tenido razón, para usted, señor, mis palabras han de haber sido una molestia, como bien parece.


- ¿Por qué eres tan cruel conmigo, Cathy? ¿Qué acaso no sabes bien que te amo? ¿Por qué pues me incordias con tus crueles comentarios que simplemente hieren y me hacen daño? Dime por favor en que te he fallado y te compensare con creces. Pero por favor, explícame que te ocurre, jamás, ni siquiera cuando me odiabas, me habías hablado de esta forma.


- Es que entonces no os odiaba. Simplemente me desagradaba la forma tan prepotente e impulsiva en que os comportabas. Ahora, milord, ahora si os odio. ¿Como habéis sido capaz de hacerme esto a mi? ¿Como has podido, Alexander, después de todo el amor que te brinde, pisotear mi dignidad?


- ¿Pisotearla? A que te refieres, Cathy? Mil veces te he probado mi amor y otras mil veces lo haría si no supiera que debes estar segura de ello ¿Por qué pues ahora lo pones en duda?


-  La gente de palacio habla, sabéis. Hay rumores en sus pasillos y algunos no son del todo falsos.


- Cathy, bien sabes como le gusta a la servidumbre hablar a espaldas de sus señores -exclamo furioso Alexander. Se sentía desconcertado y, si algo le era desagradable, era sentirse así. Había crecido con la seguridad de que el conocimiento era poder, por eso al saberse enamorado de Catherynne De La Croix había puesto todo su empeño en aumentar sus conocimientos y su posición, con la esperanza de que los padres de esta lo consideraran un posible yerno, aun cuando su posición social era una de las más envidiables, por ser el hijo del más adinerado duque de todo el reino, y por ser primo hermano del príncipe André. Ahora que sus esperanzas se veían tan cercanas algo las truncaba, y no lograba descubrir que era-. Has de decirme de una vez que es lo que os ha hecho cambiar de opinión, Catherynne. Y, por favor, no me digas que habéis escuchado a vuestra prima Margaret, porque bien sabéis que nunca me he interesado en ella.


 - No, no es a Margaret a quien he escuchado. Ha sido a vuestra madre -dijo ante la mirada escrutadora de Alexander De La Rúe- y esta misma noche, hace solo unas cuantas horas; cuando precisamente debíais haber estado hablando con mi señor padre para pedir mi mano, os vi a ti y a Giselle Lambert coqueteándose descaradamente por toda la pista de baile, así que me acerque hacia vuestra madre tratando de que notaras mi presencia y así os dierais cuenta del dolor inmenso que me estabais causando, pero ¡oh, sorpresa! Vuestra madre estaba entretenida hablando con Madame Bouregard, acerca de tus relaciones con Gisselle.


- ¿Exactamente que has oído, Cathy? -dijo, atónito, el pobre Alexander. ¿Habría descubierto un fallo en su plan o, por el contrario, había sido todo una treta de su perversa madre, quien en verdad no lo era, para alejarlo de su amada?


- ¿Que qué he oído? He oído suficiente, Alex, como para saber que vuestros padres siempre han querido una unión entre Gisselle y tu. Oh, Alex -suspiro Cathy. Solo lo llamaba Alex en los momentos cuando más lo necesitaba, era ella la única persona que lo llamaba así, la única con derecho a hacerlo puesto que su corazón le pertenecía, y él tenia plena conciencia de que solo era Alex cuando el momento era de real intimidad, puesto que ella consideraba este nombre demasiado hermoso para ser utilizado en cualquier ocasión.-. Alex, amor, por favor, dime que mis oídos se han equivocado. Dime que tu madre mentía, no me dejes creer que era cierto lo que decía. Alex, por favor, sácame de aquí, vámonos, huyamos lejos y jamás regresemos, por favor.


- Catherynne ¿te estas escuchando a ti misma? ¿Realmente estarías dispuesta a dejar de ver a tus padres, a tus hermanos y a tu querida prima Margaret? -esto ultimo fue con una gran carga de sarcasmo, por mucho que Alexander quisiese no se lograba sacudir el rencor contra Margaret, quien desde un principio lo había acosado con sus incesantes proposiciones y quien había tratado de alejarlo de Catherynne- Responde, Cathy. ¿Estarías dispuesta a ello?


- No -susurro Cathy, con lágrimas en sus ojos-. Tenéis razón, caballero. No tendría forma alguna de dejar desamparados a mis tan amados padres. Pero, Alex, respóndeme, ¿Ha sido cierto lo que he oído? ¿Es que acaso tus padres no saben que me quieres?


- Cathy, mi padre sabe que os amo, que no he de casarme con ninguna otra mujer diferente a Catherynne De La Croix, mi madre es un asunto totalmente diferente, hay cosas de mi vida que no sabia hasta ahora, este ha sido un día realmente revelador y espero poder contártelo todo en algún momento, pero por ahora necesito que creas en mi, que confíes en mi amor y que no hagas caso de la cantidad de impertinencias que pueda decir la boca de esa mujer a quien llamo madre.


- ¡Alexander!, ¿es que hay algo de tu vida que no me sea un secreto? Ni siquiera sé quien es ese dichoso primo tuyo, André, con el cual pasas tanto tiempo -exclamó nuestra heroína totalmente exasperada. A pesar de su amor por Alexander su aversión a las sorpresas no gratas era aun mayor, y presentía, como usualmente hacen las mujeres, que le aguardaban varias de este tipo.


 - Catherynne, amor mio, dueña de mi ser, reina de mi vida, bien sabes que todo te lo he revelado, en cuanto me ha sido posible, pero no seria noble por mi parte si te revelara un secreto que no me pertenece. Querida, un día lo sabrás todo, y créeme, no será la gran cosa. Pero, hasta entonces, por favor aguarda un poco -suplico con voz aterciopelada, dando un rodeo al claro y acercándose hasta nuestra heroína, tomo las manos de Cathy y la atrajo hacia si, continuó susurrando en su oído una vez que la tuvo en sus brazos-. Oh, Cathy. Un día, no muy lejos ya, te lo diré todo. Es más, nos veremos en este mismo claro, en un año y para entonces sabrás todo lo que existe sobre mí, para ti ya no habrá incógnitas ni secretos. Serás dueña de mi vida entera, pues te niegas a aceptar que ya lo eres.


- ¿Un año, Alex? -musitó, asustada, Catherynne- ¿Es que acaso aun me querrás después de un año? Calla -dijo ante el amago de protesta de su amado-, no repliques que es descortés de un caballero responder a una dama, mas déjame divagar, bien sabes lo mucho que ha pasado en mi vida; hace un tiempo sentía aversión hacia ti, lo admito, pero no era en si una repulsión, era el presentimiento de que, si te lo permitía, me arrebatarías el corazón, como he visto que lo has hecho. He perdido a un hermano, si, lo he perdido, pues aunque venga y este a mi lado, su corazón ya no esta conmigo, esa mujer a quien llama esposa es su dueña total, y a pesar de serme muy grata e incluso buena amiga, no me agrada que me arrebaten a mi querido hermano. Sabes bien que mis padres se empeñan en que me prometa antes de su regreso, pero es imposible puesto que os amo a usted, caballero, y este amor, más que difícil es lejano.


- Catherynne, te prohíbo que hables así de nosotros -la interrumpió enardecido Alexander. Las palabras de Cathy tocaban en las fibras más profundas de su ser, siempre había sido así y ahora no cambiaba, era incluso posible que su efecto incrementara, puesto que existía la posibilidad de que ella tuviera razón, muy a su pesar debía admitir que Cathy podía llegar a tener razón, y eso era peor que todo lo que había caído sobre él ese día-. He de admitir que quizás tengas razón pero ¿que no estoy yo aquí para defenderte, Cathy? ¿Es que acaso crees que te dejare desamparada cuando mi amor por ti no hace más que crecer día a día? Te equivocas, mi bella soñadora. Deja ya de tejer sueños en tu mente, no te abandonaré, aun cuando me fuera la vida en ello.


- Promételo -ordenó ella con un tono que deslumbraba más desamparo que autoridad-. Promete que no me abandonaras.


- Lo juro


- Grítalo al viento, que los arboles y el bosque lo sepan. Quiero saber que tan grandes podemos ser -esto era común, Catherynne nunca se había caracterizado por seguir la corriente de los demás, ella era única, salvaje y compleja. Eso la hacia aun más atrayente para el pobre Alex, quien se encontraba atrapado por el hechizo de un hada cuyos poderes, inintencionadamente, habían surgido en su dirección e incluso habían logrado traerlo de regreso del lejano mundo al que huyo para escapar de ellos.


- ¡NUNCA TE ABANDONARE, MY CATHERYNNE! ¡JAMAS! Y QUE EL MUNDO SE CAIGA A PEDAZOS SI QUIERE -esto era una cierta venganza contra su supuesta madre, ella al saber que este amaba a una De La Croix, juro que no permitiría esa boda, o que el mundo caería en su intento de impedirlo.


- Gracias, mi Alex.


- Solo tuyo mi reina. Únicamente suyo, miladi -musito, estrechándola aun más entre sus brazos.

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