Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

21 abr 2012

Campos en Guerra II


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- ¿DONDE ESTA CATHERYNNE? -grito enardecido el señor De La Croix- ¿Que no ha notado que esta fiesta es en su honor?


- Heme aquí, padre -respondió la voz de la interpelada a espaldas de su progenitor.


- Cathy -exclamó su padre cambiando repentinamente de humor, Catherynne era la luz de sus ojos, la razón de todo su esfuerzo-, que grata compañía, querida. Ya hacías falta, eres la lumbrera de esta noche.


- Creo que exageráis padre, a Margaret no le molesto ser el centro de atención mientras yo fui a retocar mi vestimenta ¿Cierto, querida Margaret? -respondió sumisamente Cathy, pensando para sus adentros que más le valía a Margaret estar de su lado esta vez.


- Claro que no, querida prima. De todos modos la atención siempre estuvo en ti -replico la aludida, con cierto tono de advertencia, haciéndole ver a Cathy que después tendrían que arreglar cuentas entre ellas dos.







- En todo caso –prosiguió su padre- no es cortes que la homenajeada se desaparezca –y llevándola a un aparte continuo-. Ten en cuenta, mi querida Cathy, que el propósito de esta fiesta es encontrarte un pretendiente, y si no estás aquí ¿a quién han de mirar?


- Discúlpeme, señor padre, por haberle disgustado. Os prometo que no ha de repetirse.


- Eso espero, eso espero. Y ahora, vamos, hay alguien que quiere conocerte.


-¿Alguien que quiere conocerme, padre? ¿Que acaso habéis fraguado una treta para conseguirme esposo?-replicó Cathy, visiblemente ofendida por las artimañas de sus padres para intentar casarla antes del regreso de su hermano.


- No repliques, querida. Sera una grata compañía para ti. Ven conmigo.


Atravesaron el salón para llegar junto a la mesa donde se encontraba sir Lockhart charlando animadamente con la señora De La Rúe, la madre de nuestro anterior compañero. Se les veía visiblemente emocionados, al parecer el tema era interesante, pero no fue eso lo que capto la atención  de Cathy. Allí, a la derecha de su madre, y junto a una dama a quien nuestra amiga reconoció como Gisselle Lambert. Menos dolorosa habría sido le clavaran un hierro al rojo vivo en el corazón, pero dadas las circunstancias y sin oportunidad de confesar su molestia, decidió jugar una carta que toda mujer posee, los celos. Bien sabido era que Alexander De La Rúe y Jhonathan Lockhart no lograron trabar amistad durante sus años escolares, y más aun que nunca habían logrado un trato más allá de la simple y obligada cordialidad social, por lo tanto, Catherynne se encontraba dispuesta a usar esto en su ventaja. Alex lamentaría el hacerla sentir así, aunque después ella se sintiera cruel e inhumana.


- Un placer veros, sir Lockhart -Exclamó Catherynne De La Croix, con verdadero entusiasmo. Su padre, al ver que ella y sir Lockhart se conocían, se alejó en silencio. Al parecer era a él a quien deseaba que Cathy conociera.


- El placer es todo mio, miladi. Permítame ayudarla -dijo sir Lockhart cediéndole su puesto a Cathy y ayudándola a sentar. Alexander quien ya había advertido lo que sucedía, no lograba quitarle los ojos de encima a su amada.


- Sabe, sir Lockhart, siempre me he preguntado por qué un hombre como usted permanece aquí, en esta tierra olvidada, cuando podría estar atravesando en mundo en su extensión.


- Pues, querida Cathy, la única razón de que aun permanezca en esta que vosotros llamáis tierra olvidada es la salud de mi linda hermana –aquella frase tenía una dosis tan cargada de desprecio que Cathy no pudo menos que estremecerse, estaba claro para todas las personas cercanas al lugar que Sir Lockhart detestaba a su hermana, pero debido a que esta era la heredera natural de su fortuna, debía esperar que ella muriera para poder acceder él a este dinero, de ahí surgía el odio inconmensurable que este declaraba a su hermana.


- Supongo –intervino la señora De La Rué- que su hermana ya se encuentra un poco mejor, después de todo, pocas mujeres tienen la fortaleza de Evelyn.


Aquella pequeña frase pensada, según la impresión de Cathy, para tranquilizar la atmósfera tuvo el efecto totalmente opuesto. Sir Lockhart con una desdeñosa sonrisa, que a la vez tenía algo de maligna y aterradora, respondió al comentario de Madame De La Rúe.


- Si a lo que se refiere es que todas las plagas tienen una resistencia increíble, si. Está bien, aun se queja de dolores y no sale a hacer vida social, pero puede ir verla si quiere, estoy seguro de que ella apreciara la visita –hizo un claro énfasis en el “ella”, al parecer él opinaba todo lo contrario y mientras lo decía dejaba muy claro que realmente esperaba que no le hicieran caso. Pero era muy tarde, Cathy había visto su oportunidad perfecta y a pesar de la repulsión que le inspiraba Jhonathan Lockhart, decidió llevar a cabo su plan.


- Sabe, Sir Lockhart, siempre he querido ver su vasta colección de armaduras. Dicen que es digna de un palacio.


- Bueno, señorita Catherynne, estoy dispuesto a mostrársela cuando usted disponga, siempre y cuando su padre no tenga ningún problema con ello.


- No lo tengo –respondió el señor De La Croix, que se había acercado en ese momento para escuchar la conversación de la mesa. 


“Oh, vaya –pensó Cathy-. Ahora nunca va a considerar a Alex para mí, no si él le pide mi mano hoy; sería vergonzoso que lo hiciera dado que ha pasado la velada con Giselle, oh!”. Mientras aquello pasaba por la mente de nuestra heroína, su querida prima Margaret paso junto a su mesa e inintencionadamente volcó una copa de vino rojo sobre el vestido de Cathy. Esta a pesar del furor con que quería reclamarle a Margaret decidió primero ir a cambiar su vestido antes de que este estuviera totalmente arruinado.


- Excusadme- se disculpo con los presentes a la mesa y atravesó el salón de baile en dirección al pasillo de la entrada.


En el pasillo se encontraban las escaleras a la segunda planta, donde se encontraban los aposentos personales de la casa. Cathy subió por la escalera de mármol tallado cuyos barrotes tenían forma de querubines, era un trabajo increíblemente minucioso, y su abuelo, quien había construido ese palacio, se había esforzado grandemente en buscar a los mejores constructores, talladores, orfebres y demás para que su hogar fuera tan digno como el de un rey. En su cima la escalera daba pie a un largo pasillo que se abría en dos direcciones, hacia el ala izquierda estaban los aposentos de sus padres, de los cuales ella no sentía gran curiosidad, los conocía muy bien, tanto como a su propia habitación, la cual se extendía hacia el ala derecha, al igual que la antigua habitación de su hermano.


Cada vez que Cathy pensaba en su hermano sentía una enorme nostalgia, él se había casado e ido a recorrer el mundo con su nueva esposa y, aunque a Cathy le agradaba la chica, sentía que su hermano la olvidaba, y eso le hacía bastante infeliz. A pesar de que ella ahora tenía a Alex, ese pensamiento le había consolado por un tiempo, ahora se encontraba confusa y perdida, ¿de verdad tenia a Alex? Es decir ¿aún le tenía? Esa pregunta atormentaba a Catherynne día y noche, últimamente no estaba muy segura de tener realmente a Alex, incluso a pesar de todo lo que él le asegurara. Dejando atrás este pensamiento Catherynne se adentro en el pasillo que llevaba a su habitación, subiendo detrás de ella una de sus doncellas.


Apenas notó cuando la doncella le retiro el vestido y el corsé, estaba demasiado abstraída. ¿Qué había hecho? Se había metido en un peligroso juego. Para ella era obvio, al igual que para todos, que Sr. Lockhart no era la persona más amable del mundo; estaba claro en la forma en que trataba a su hermana, esperando su muerte para heredar su fortuna; esta no era la vida que Cathy quería, en lo absoluto, pero se había tendido una trampa intentando darle celos a Alexander con Lockhart pues su padre había aparecido en esos momentos y no había podido evitar escucharla, ahora él creería que ella quería al joven Lockhart, cosa que no era así, además, se le presentaba el minúsculo inconveniente de la compañía de Alex para esa noche; si, Giselle Lambert había complicado todo, ¿por qué Alex no había podido hablar con su padre? No era muy difícil, pero ahora sí que se había convertido en toda una cruzada.


Ella había trazado un simplísimo y muy sencillo plan, mientras ella estaba en su presentación en sociedad Alex debería sacarla a bailar y, una vez que su padre los hubiera visto juntos, luego ir a pedir la mano de ella en matrimonio. No era complicado. Alex lo había hecho complicado. Ese engreimiento con que Alexander De La Rué se movía a veces la desesperaba, y era una de las cosas que ella más amaba en él. 


Al principio todo había sido insustancial, su conversación la aburría, sus modales la irritaban y su sola presencia le causaba ansiedad y desprecio. El tiempo había cambiado todo. El tiempo y la cercanía… Cuando Cathy había viajado, disfrazada de campesina, a la provincia vecina tratando de alejarse un tiempo de su mundo, distracción muy común entre los jóvenes herederos de familias poderosas que no pueden esperar el momento de volar del nido, hacia ya varios meses, unos mercenarios intentaron robarle y ahí había estado, como su ángel salvador, Alexander De La Rúe. No solamente la había salvado, le había dado posada en su hacienda y había estado de acuerdo en ocultarles el episodio a los padres de la joven. Esa noche que estuvo en su hacienda fue algo extraño e inolvidable para Catherynne De La Croix, había pensado que quizás el joven Alexander usaría eso para aprovecharse de ella, pero jamás había visto a alguien tan caballeroso e indulgente, aun teniendo en cuenta los muchos desaires públicos que ella le había dado cuando el intento hacer tratos sociales con ella.


Cuando hubo llegado a su casa, la mañana siguiente, después de que el mismo Alexander la llevara en su carruaje, se enteró por una de las criadas que el joven De La Rúe partiría en un viaje de negocios y que quizá ya no se le viera más durante un tiempo, nuestra heroína se sintió decepcionada pues, aunque no era santo de su devoción, el joven era una intriga que ella quería descubrir.
Durante el tiempo en que él estuvo fuera se hallaba a si misma pensando en él e incluso le sorprendió su alegría cuando su padre le comunico que el joven De La Rúe tendría tratos comerciales con él, por lo cual lo verían por allí muy seguido. Cathy se guardo muy bien de comentarle cualquier cosa al joven Alexander desde un principio, trataba con él como lo habría hecho con cualquier otro joven de su edad y posición, pero se sentía cada vez más atraída hacia el encanto natural del muchacho, del cual el parecía ser totalmente inconsciente.


Ahora, con un nuevo vestido y sentada en la penumbra de su habitación, no paraba de preguntarse si aquello tendría algún futuro. Alex había sido un gran alivio en sus momentos de soledad y tristeza, aun incluso cuando él viajo a otro país y su relación fue puramente por cartas, el joven le transmitía seguridad y, poco a poco, empezó a despertar en ella sentimientos que se había empecinado en no publicar. Cuando ambos admitieron su amor el uno al otro, era ya un lazo tan fuerte que vieron imposible romperlo. Al saber que su boda no sería nada sencillo Cathy se empecino con una obstinación desmedida en lograr que sucediera. Fue así como fraguaron el plan que debió haberse llevado a cabo esa noche, pero que, desgraciadamente, había sido un total desastre para la joven. Ahora debía enfrentarse a la posibilidad de que su padre considerará a sir Lockhart un posible marido para ella, la sola idea le causaba una repulsión increíble, cómo era posible que hubiera pasado de un brillante futuro con Alexander De La Rúe a una nada alentadora perspectiva de vivir el resto de sus días unida a Jhonathan Lockhart, el más cruel y despiadado rompecorazones que se conocía en la ciudad y, a su vez, el peor joven del que ella tenía conocimiento.

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