Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

21 abr 2012

Campos en Guerra III




- ¡Cathy! ¿Te encuentras aquí? – la voz que la llamaba y la había sacado de su ensimismamiento era la voz de, nada más y nada menos, Giselle Lambert. Apenas pudo reprimir el impulso de levantarse y marcharse al bosque hasta que acabara la fiesta, en lugar de eso se levanto y salió al pasillo


- ¿Me buscabas? –preguntó Cathy con una voz tal que no permitía interrogaciones sobre lo que hubiera estado haciendo.


- Tu padre me envió a buscarte –respondió confiadamente Giselle, quien parecía tener una falta de sensibilidad para notar cuando era o no bienvenida. Supuso un magnifico esfuerzo para Cathy no arrojarle en cara a la joven que era una intrusa, pero, por supuesto, ella era un modelo de decoro. Nunca haría algo así.


- Bajare en un momento –respondió Cathy, viendo que no tenía otra opción, mientras se levantaba de la chaise longue donde había estado sentada.


- ¿Te puedo hacer una pregunta? –dijo la mujer mientras se acercaba a la ventana de la habitación, al parecer no era tan sencillo librarse de Giselle.


- Claro, ¿Qué deseas saber? –la amabilidad y la velocidad eran el mejor remedio para los momentos indeseados.







- Bueno, seré algo directa contigo, espero no te moleste –dijo volviéndose hacia Cathy, al parecer la joven dama si carecía del tacto social-. ¿Qué ocurre entre tú y Alexander De La Rúe?


Catherynne tuvo que hacer un gran esfuerzo por no atragantarse ahí mismo donde se encontraba. Al parecer su mutua atracción no era del todo secreta, o, bien cabía la posibilidad de que Giselle no fuera tan superficial y vacía como siempre había creído.


- ¿Puedo saber por qué lo preguntas? Es decir, el caballero De La Rúe y yo somos simples conocidos. Mi padre tiene negocios con él, por lo cual se nos hace inevitable mantener tratos cordiales. Sin embargo nuestra relación no va más allá de ese punto.


Al parecer su respuesta no era la que Giselle esperaba, pues la muchacha se veía confusa.


- Bueno –replico Giselle después de pensar un momento-, supongo que, siendo así, no te molestaría que le diera cacería.


- ¿Tú qué? –Cathy había quedado estupefacta. Una cosa era negarle a Giselle Lambert que Alexander y ella estuvieran enamorados, sin embargo, algo totalmente distinto era que ella le pidiera su aprobación para, nada más y nada menos que ¡Darle cacería!


- Si, dado que tú no tienes ningún interés en él, bien podría yo intentar conquistarlo. Aunque sea una empresa fallida, mi madre no podrá decir que no lo intenté.


Cathy se había quedado aun más conmocionada, aunque no estaba segura de si eso era posible; se volvió hacia la ventana en un intento de ocultar su rosto. Si bien ella no podría admitir ante nadie lo mucho que adoraba a Alexander, mucho menos admitirlo ante Giselle Lambert, tampoco podía quedarse de brazos cruzados observando cómo esta le arrebataba al único hombre con el que ella aceptaría gustosamente ser comprometida. Incluso si ese compromiso se parecía más a uno de los muchos tratos comerciales que al arreglo del desenlace del resto de su vida. A pesar de todo, no pudo evitar notar que Giselle no había dicho que lo lograría.


- Espera un momento –la chica se volvió a mirar a su interlocutora, si la dama le había hecho una pregunta tan indiscreta, ella bien podía cobrárselo-, ¿A qué te referías diciendo que era una empresa fallida? No creo que te resulte tan difícil, después de todo, De La Rúe ha pasado toda la velada a tu lado.


La joven mujer desecho su comentario con un bufido y una sonrisa despectiva.


- Es claro, mi querida Catherynne, que no conoces muy bien a los hombres. No te culpo, aquí la escandalosa soy yo. A pesar de ello, deberías saber reconocer cuándo un hombre no tiene ojos más que para una sola mujer. Lamento mi crudeza, cariño –dijo suavemente la dama al ver el rostro aturdido de nuestra heroína-. Supongo que no estás familiarizada con ello. Has vivido en tu jaula dorada demasiado tiempo, bello sí, pero una jaula a fin de cuentas. Y no me vengas con la historia barata de que no te sientes enjaulada –replico ágilmente al ver que a Cathy le daban ganas de responder-, bien sé que eres como yo. La diferencia es que tú estás algo domada pero no del todo, no, no del todo. Esa es tu esperanza.


Cathy se sentía aturdida, en parte porque, como muchas veces antes, había olvidado que Giselle era, por lo menos, siete años mayor que ella, lo cual la hacía una mujer mucho más experimentada y también una fuente de sabiduría. Si había algo que Catherynne De La Croix respetaba era la sabiduría.


- ¿Qué quieres decir con que soy cómo tú? –ni siquiera se molestó en contradecirla, Cathy sabía que Giselle no le daría ese apelativo a cualquier persona.


- Bueno, querida. Me refería al hecho de que tu alma es parecida a la mía. Indómita, salvaje. Te han mantenido encerrada, Cathy. Pero –la dama, pues era una dama a fin de cuentas, menospreció el tema con un gesto despectivo de su mano y cambió el rumbo de los pensamientos de Cathy-, no era eso de lo que hablábamos querida niña. Me habías preguntado cómo sé que Alexander De La Rúe no es para mí.


- Bien –Cathy se resignó a que fuera la joven dama quien dirigiera la conversación, realmente no tenía otra opción-. ¿Cómo lo sabes?


- Experiencia, querida. He podido verlo cuando esta cerca a ti. No hay nadie por quien él tenga el mismo interés. Ni siquiera las damas más hermosas de la corte. Por ello sé que no funcionará. Sin embargo, deberé fingir que al menos lo intenté. Así por lo menos mi madre me dejara en paz.


- ¿Qué papel juega tu madre en todo esto? Pensé que eras lo suficientemente mayor como para dejar de lado todas las normas a las que yo me encuentro atada.


- Lo soy, cariño. Pero esa mujer nunca me dejara en paz a menos que yo siga intentando hallar esposo. Por supuesto, ahora tiene los ojos puestos en tu Alexander.


La joven Catherynne reunió su valor para hacerle una última pregunta a la joven dama con quien tenía tan inusual conversación.


- ¿Qué habría hecho si le hubiera dicho que si me interesaba en Alexander? –a pesar de haber tenido que tragarse su orgullo con esa simple pregunta, la joven no había podido evitarla, incluso había contenido el impulso de girarse, para así ver la respuesta de la dama frente a ella.


La dama frente a ella sonrió.


 - Tenía la impresión de que tu curiosidad no me defraudaría, cariño –musitó la dama, pero lo suficientemente bajo como para que Cathy se cuestionara si lo había dicho o no-. Así que, quieres saber qué hubiera hecho. Pues bien, me habría alejado.


- ¿Disculpa? –Catherynne no lograba entender nada. Primero le preguntaba si podía ir en pos de Alexander De La Rúe y ahora le decía que, si ella hubiera admitido tener interés en él, lo habría dejado en paz.

- Claro, querida. Sé que crees que soy una escandalosa sin escrúpulos ni remedio, y es cierto,  pero yo no me involucro en medio de los sentimientos. Por lo menos eso lo respeto.


Ahora entendía todo. Si bien Cathy no sabía que tanto podía creer en lo que Giselle dijera, su intuición le decía que, en cuanto a ella y Alex, hablaba en serio.


- ¿Por qué? Disculpa si soy algo escéptica –realmente, la curiosidad de Cathy a veces podía más que su prudencia-, simplemente deseo entenderte.


- Veras, Catherynne, en este punto puedo hablarte como a una igual; yo respeto aquello que no poseo. No me mires tan extrañada –exclamó ante la mirada de Cathy-. Si, lo que no tengo. Tú puedes tener al noble que desees, si es que existe alguno. Y, aun así, hay un hombre, no lo llamaría por su titulo pues es más que eso, que movería el castillo piedra por piedra e incluso bajaría al mismo infierno, sólo por ti.


-  Y tú respetas eso –apostilló Cathy fascinada.


- Respeto lo vuestro, eso es diferente. Puedes negarlo, De La Croix, pero eres como yo y por lo tanto te conozco. Y tú, tú lo deseas. Incluso lo amas.


- ¿Tan obvio es? –ya no se iba a molestar en ocultárselo a la dama frente a ella, tenía razón.


- Únicamente para quien conozca tu naturaleza y eso, además de mí y de De La Rúe, únicamente lo logra Dyson Bouregard. Y en él, se debe al tiempo que ha pasado a tu lado.


Dyson era el mejor amigo de Catherynne. Siendo él un Bouregard y ella una De La Croix, era lógico que ambos chicos se hicieran amigos cercanos. Las propiedades de sus padres eran colindantes, y ambos tenían la misma edad. Aun así y a pesar de los deseos de sus progenitores, ellos nunca desarrollaron algo más que una sencilla amistad. Claro que esto no evitaba que se apoyaran en el otro para librarse de las madres casamenteras que los asediaban a donde iban. Solían recorrer las fiestas de la sociedad juntos, hasta que un día Dyson simplemente se autoexilió. Sin embargo, el tiempo juntos los había hecho muy grandes amigos y él, como pocos, comprendía a Cathy. La idea de que Giselle supiera lo bien que Dyson la conocía, que supiera siquiera cómo era realmente ella, era algo inquietante y que no dejaba de cruzarle la cabeza. 
  

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