Me levanto cada día con energía, con ganas, con animo. Hasta que, en el momento menos pensado, cuando no lo espero, tu rostro, tu voz o tu aroma, aparecen para acosarme y destruir mi paz.
No es una queja, muñeco, no me duele tanto como debería. Pero tampoco es un halago.
Si vas a seguir acosándome, al menos dígnate a permitirme sentirte.
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Deja que tus gritos también sean llevados por el viento.