+ Mantén tus manos lejos de mi.
- ¿Por qué debería?
+ Porque no respondo de lo que pase. Estamos en público.
- Va, y a mi me debe preocupar eso porque ...
+ Porque nada, es a mi a quien matarían.
- ¿Quién ha hablado de matar?
+ Ese mismo que te ve y te rompe las costillas a abrazos.
- A él no le importa que yo juegue.
+ ¿Conmigo, precisamente?
- Claro, en vos confío.
+ ¿Y si yo no confío en ti?
- ¿No confías en mí?
+ De hecho si pero ...
- Entonces cállate y juega conmigo.
+ No quiero jugar.
- ¿No quieres saber por qué dicen por ahí que mis mordidas duelen?
+ Bueno ...
- ¿No quieres saber si de verdad saben a chocolate?
+ Yo ...
- ¿No te da curiosidad ver si encajamos tan bien como al hablar?
+ Eh ...
- ¿Quieres, entonces, pedirme un taxi para que pueda irme y dejarte en paz?
+ Juega conmigo.
- No, creo que me voy.
+ Juega conmigo, rayos.
- Tu no querías jugar.
+ Sería porque soy idiota. Vamos.
- ¿A dónde vamos?
+ Es lógico. Vamos al sur.
- ¿Y jugarás mi juego?
+ ¿Qué otro puedo jugar?
- ¿Y las consecuencias?
+ Vamos a jugar y ya. No hay más.
- Perfecto.
Sonreía, quería jugar un poco con alguien a quien no le importaran las consecuencias y se encontró un jugador perfecto. Prometía diversión.
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