Creo que hace tiempo no hablaba yo de algo diferente a ti. Pero hoy no eres tu lo que me duele más. Entiéndase, si me dueles pero en un rincón lejano, como usualmente, sin salir especialmente a la superficie hoy. (Mentira, hoy me dueles más que nunca, pero no pienso decirlo hoy).
Hoy lo que me duele es mi propia credulidad, mi propia estúpida confianza en los seres humanos. Esa tonta idea que tengo yo de que todos tienen algo bueno en su interior, que todos son capaces de bondad y de dulzura si se los permites, que todos son capaces de reciprocidad en cuanto a los sentimientos que en ellos depositas (y esto lo aprendí a las patadas contigo), todo eso es mentira. Resulta que esa bondad que yo juro que existe, es mito. Es sueño, es pura ficción, como la mayoría de las cosas en las que creo. Amor, amistad, bondad, finales felices. Pffff. Como si algo de eso existiera en mi vida, como si hubiese visto algo de aquello con mis propios ojos. Y si, existe la fe y existe la esperanza, pero en días como hoy yo no quiero tener ninguna de las dos. Es la esperanza la que me mantiene en vilo por la noche y es la fe la que me sostiene en algo que se cae a pedazos, cuando yo me caigo a pedazos.
Lo que me duele es que la gente que quiero se va, a voluntad propia, sobre sus propios pies, andando y andando sin mirar atrás, de mi vida. Lo que me duele es que ni siquiera merezca una misera explicación del por qué la decisión más lógica acaba siendo que ya no es conveniente tenerme en sus vidas. Lo que me mata es que yo entienda y acepte esa decisión. ¿Qué acaso no me queda amor propio? ¿Qué acaso me quedé ya sin orgullo? No, el orgullo lo tengo (es el que me duele cuando pienso en ti, él y mi amor), el amor propio también (es el que me recrimina que piense en ti). El problema no es ese, el problema soy yo. Que me engancho y me encariño y me siento demasiado apegada a aquellos que llamo amigos, incluso si ellos no me llaman como tal. Y es por esa absurda costumbre, por ese mecanismo defectuoso que tengo en mi interior que me hace tan blanda y torpe, que acabo como acabo. Y entonces no sé decir adiós, no sé cómo, no puedo. Y entonces soy una cursi, idiota, torpe y derrotada que acaba el día tirada sobre la cama con una almohada en el rostro para que los sollozos no sean demasiado altos. O peor, acabo aquí, escribiendo patéticamente todo lo que cruza por mi mente porque es la única forma de sentirme en paz conmigo misma.
Y por eso hoy no es un buen día, y por eso no quiero dormir, (porque si duermo pienso y si pienso pierdo) y por eso no quiero ni siquiera darle oportunidad a nadie de explicarme nada. Porque me conozco, porque sé que, si lo permito, acabaré perdonando mi propio asesinato y ese es un extremo que no deseo recorrer.
Hoy no es por ti (aunque últimamente todo lo sea) excepto por esta última parte.
¡Deja de lamentarlo!
Yo no lo lamento, y te juro, aunque no me guste jurar, que si tuviera la oportunidad de devolver el tiempo, lo haría, sólo para vivirlo todo de nuevo.
Entonces deja de lamentarlo y de sentir culpa por algo por lo que yo pedí, casi rogué. Yo no la siento, y mira que soy yo la que debería estar siquiera algo dolida.
Pero todo bien, ya ves, soy elástica.
Entonces hoy no es por ti (aunque al final si) pero ojala no fuera por las razones por las que es.
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