Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

14 ago 2013

Femme Fatale, fragmento.

La tierra removida y vuelta a colocar en su lugar se veía claramente incómoda. Detallaba que ese no era su sitio, que no era ahí donde debía estar. Intentó allanarla un poco con la pala. Igual. Se secó el sudor con el antebrazo y decidió que no valía la pena. Estaba lo suficientemente lejos de la ciudad como para que nadie cruzara por allí al menos hasta las próximas lluvias, lo que significaba que nadie lo vería. Estaba salvada.
Terminó de apisonar bien la tierra con la pala, se volvió a secar el sudor del rostro y se dirigió al auto. Arrojó la pala al maletero, ya luego se desharía de ella, y se cambió las botas de lluvia y el mono de trabajo por un par de tacones estilizados y un vestido ceñido. Iba a tener que apurarse si quería llegar a tiempo, y vaya que quería.
Encendió el auto y arrancó sin darle siquiera un segundo pensamiento al cuerpo que había dejado como alimento para los gusanos. No había autos en la carretera por la que salió y simplemente se dejó estar, como quien da un paseo casual, mientras enfilaba hasta la vía principal de regreso a la ciudad.
No lo vio allí donde esperaba verle, en frente del bar de siempre, ese que quedaba en frente del edificio donde ella vivía, o donde pretendía vivir. Era curioso a lo sumo. Se encogió de hombros y simplemente lo dejó pasar. Entró al parqueadero del edificio y ubicó su auto en el lugar que le correspondía, al día siguiente iba a tener que lavarlo y pagarle al vigilante para que no mencionara lo sucio que estaba. Se bajó del auto y subió al ascensor. Nuevamente, él no estaba allí, pero esta vez ella si lo había estado esperando, deseando casi por su presencia. La sobresaltó ver que le buscaba, que esperaba verle.
La puerta de su apartamento estaba cerrada, tal y como ella la dejara, y la decepcionó ver que tampoco allí estaba él. Sacudió la cabeza con fuerza, diciéndose a sí misma que era mejor así. Se cambió de ropa, no le gustaba mucho salir a hacer negocios vistiendo un vestido como aquel, era demasiado recatado. Se puso unos pantalones ceñidos y una blusa blanca, remató su vestuario con una larga cadena que se perdía en medio de su escote y unas botas negras de tacón aguja. Se miró al espejo y relamió sus labios, incluso para ella se veía apetitosa. Decidió darse una vuelta por el bar del hotel antes de ir a su reunión, no quería que pensaran que realmente le importaba.
El bar estaba lleno de gente, casi todos hombres de negocios, jóvenes y viejos, aunque también había un variopinto número de chicas, quizá como ella pero inofensivas, que se dedicaban a mirar a los hombres y a hacerles señas obscenas con sus manos y sus bocas. Soltó un bufido. Esas chicas no sabían muy bien lo que hacían, no tenían idea de en dónde se metían. Muchos de esos hombres a los que seducían eran cazadores experimentados, sádicos o masoquistas reprimidos que temían dejarse en evidencia y que les cruzarían la cara de una bofetada antes de admitir que querían que fuera a ellos a quienes abofetearan. Ella podía hacer eso.



De pronto un detalle captó su atención, había estado recorriendo la estancia con una mirada ausente pero una mano levantando una copa en su dirección la regresó a la realidad. Era un hombre joven con aspecto de ejecutivo, traje fino, zapatos caros, reloj de oro, maletín moderno, barba cuidada. Tenía la pinta de un dandi experto, parecía divertido. Ella se acercó a él, con sus ojos fijos en los ojos del hombre, y sus caderas bamboleándose al ritmo de la suave música de fondo. Esbozó una sonrisa cuando llegó hasta la mesa del caballero. Él sonreía también pero era algo más medido, más calculador. Ella no tenía que pretenderlo.
Conversaron un rato, cosas insustanciales e impersonales, política, literatura, música. Era un hombre culto e inteligente, así como oscuro. Ella lo veía sin necesidad de que él se lo revelase, tenía un secreto. Quizá era un sádico irrefrenable, o tal vez un masoquista incorregible, o incluso podía ser un voyerista o un pedófilo; a ella no le importaba, el caso era que el hombre no era bueno y eso bastaba para que ella quisiera jugar con él. Pasada una hora o poco más, el hombre le pidió que lo disculpara mientras iba al baño. Ella conocía la táctica, estaba segura que él quería que lo siguiera. Contó hasta diez luego de que él se levantara y se puso en pie.
Una fuerte mano le agarró el brazo cuando cruzó las puertas del bar en dirección a los baños. La empujaron contra una pared y le sostuvieron los brazos por encima de la cabeza. Finalmente, había aparecido. Tenía esa mirada furiosa que ella le había visto la última vez y sus ojos brillaban con mil ideas. Estaba a punto de escupirle en la cara y de decirle que dejara de acosarla cuando vio que la sensación de espera y de ansiedad que había estado acompañándola desde que llegara a su departamento se había ido. Entonces entendió que, por mucho que detestara los intentos de aquel hombre por 'redimirla', había algo en él que la había alcanzado, realmente alcanzado. Tuvo un instante de pánico, él seguía en silencio y observándola mientras la sostenía contra la pared. Realmente parecía que no iba a decir nada. La pasión brotó en ella con una intensidad mayor a la que nunca había conocido. La violencia que prometía su mirada, la ansiedad del ambiente, el pensamiento de él persiguiéndola y espiándola durante los últimos días, sus intentos de redimirla y salvarla.  A ella. Ella que había asesinado a tantos hombres en su búsqueda de placer, ella que había jugado con muchas mujeres intentando sentirse completa, llena, ella que había perdido toda posibilidad de salvación al aceptar que la única y mejor forma de obtener placer era la sangre. Él pretendía salvarla a ella.
- ¿Vas a llevarme a casa o no?
Las palabras habían abandonado su boca antes de poder siquiera meditarlas. No le preocuparon, sin embargo, era exactamente lo que deseaba. Que la llevara a su departamento y se acostara con ella. Que le hiciera todo lo que había jurado no hacerle a ninguna mujer que no fuera ella. Que le enseñara, como había jurado un día, lo que era dejar la sangre a un lado y vivir el momento. Carpe diem, se dijo. Y aunque una parte de su mente le preguntaba el por qué había dicho 'ir a casa', ella simplemente no se preocupaba. En algún momento todo volvería a la normalidad y su cuerpo pediría sangre, pediría violencia, aún así, en ese momento ella sólo quería averiguar si existía algo más, algo más allá. Quería saber si él había sido honesto al decirle que había más que simplemente sangre, más que simplemente dolor, más que simplemente un rastro de cuerpos calientes con los que compartir una cama temporal.
Al diablo con el ejecutivo, pensó, seguramente al ver que ella no llegaba se habría consolado a sí mismo. Así era mejor, ella ya no quería tocarlo.
Ian dijo su nombre.
Ella no sabía que él lo había averiguado, no le importó, le pidió nuevamente que la llevase a casa. Donde fuera que eso estuviese.
Él aceptó después de observarla por un instante casi eterno.
La calle no existía, el hotel, el bar, los autos, la gente. Nada existía aparte de ellos dos corriendo, ella descalza, mientras intentaban llegar a casa, donde fuera que eso estuviese, lo más rápido posible.
El portero del edificio sonrió al verlos, ella nunca había llegado con alguien. El ascensor no era lo suficientemente rápido pero no a ella no le importaba mucho, por primera vez estaba nerviosa y preocupada. Él simplemente la miraba, sostenía su mano y le abrazaba por la espalda. En silencio siempre.
Resulta y pasa que la asesina empezaba a sentir, quizá algo pequeño, quizá algo grande, quizá algo trascendente.
Resulta que Lenna, después de tanta sangre, empezaba a ver que ella también tenía un corazón, uno que anhelaba algo que le estaban ofreciendo en bandeja.

Esa noche llovió mucho, muchísimo, y el suelo recientemente apisonado se compactó aún más. Y los gusanos tuvieron un banquete. Y un ejecutivo había tenido que jugar solo en el baño de un bar. Y un portero había pensado que la niña buena del 305 al fin conseguía un hombre que la acompañara. Y un hombre sin miedo pensaba que dormía en la boca del lobo, o en la cama de la asesina, pero que lo haría mil veces más porque, el detective correcto y noble, se estaba enamorando de la asesina más cruel y despiadada.

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