Y Ella lo veía. Ella si podía observarle, sin que él lo supiera de forma clara, y podía susurrarle cosas. Cosas como pistas, ¿qué si no? E ideas. Ella quería, casi tanto como temía, ser encontrada. Quería a Leon, quería verlo, y deseaba que él jamás la encontrara. No quería arrastrarlo junto con la decadencia de los suyos, ya muchas civilizaciones se habían hundido con Ellos.
La luna brillaba, pálida y triste, a las afueras de la Torre del Trono. La ira bullía en su interior, si tan solo hubiera estado en sus manos, el Dueño del Trono habría entendido lo que ella podía hacer. No tenía autoridad, sin embargo, se la habían quitado, le habían quitado su lugar, su nombre, le habrían quitado el alma de haber podido. Ya no era Ella, heredera del Dueño del Trono, ahora no era nadie. Apenas y era contada como una gran infractora de la Ley, una paria recluida y sin futuro.
Pensó en Nathaniel y deseó con toda su alma que su amigo estuviera a salvo de toda aquella locura. Al menos uno de los dos podría continuar.
Algo en un rincón de su mente llamó su atención. Leon estaba cerca del Centinela, podía sentirlo. Su cuerpo tembló y empezó a rezarle a algún dios en el que no creía de a mucho, a alguna fuerza de la naturaleza que mantuviera el balance, por que Leon supiera lo que debía hacer frente al Centinela de la Puerta del Mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deja que tus gritos también sean llevados por el viento.