Despertó de su sueño sobresaltado, sintiendo que algo o alguien le observaba. No le hizo falta preocuparse por quién sería, sabía que era Ella. No estaba seguro del cómo o por qué lo sabía pero estaba seguro de ello, tan seguro como de que el mundo no era el mismo sin ella. Una parte de él, la parte que aún trataba de mantenerse lógica y racional, le decía que no era posible, que ese tipo de cosas no ocurrían; bien sabía él que en el mundo normal no ocurrían pero es que el mundo ya no era normal. Las cosas habían cambiado cuando Ellos se revelaron, cuando declararon sus intenciones con la humanidad. Paz, bufó, como si eso ocurriera realmente. Era todo parte de la intriga, del plan mayor, de aquella macabra historia que se repetía una y otra vez, el fuerte siempre ganaba, Ellos siempre ganaban.
Se quitó las cobijas con una sacudida y se puso en pie. La habitación estaba tan oscura como lo había estado su mente el día que hizo el trato con las Parcas, y aún así podía ubicarse. Había aprendido eso, podía moverse en la oscuridad, casi como si alguien le susurrara al oído qué era lo que había a su alrededor. Abrió la ventana y se sentó en el alféizar con los pies colgando hacia afuera. El mundo exterior seguía sumido en la oscuridad, un gigante dormido, y posiblemente no despertaría de su letargo hasta dentro de unas dos horas o más, pensó. Sus ojos vagaban por el paisaje, viendo sin ver las formas de los arboles y de las colinas. La mansión de Nathaniel y Laura estaba bastante alejada de la ciudad, lo que era bueno porque los mantenía alejados también de la locura que se vivía en la civilización. Y así fue como la humanidad perdió la guerra y se dejó dominar por Ellos, pensó León. Su mente recordaba constantemente los intentos humanos, vanos intentos pero intentos al fin y al cabo, de llegar a una tregua con aquellos seres. En la mayoría de los casos, las ciudades ya habían sucumbido antes de que la ayuda llegara, casi a nadie le importaba su destino si podía obtener el placer que esos seres proporcionaban. Una parte de su mente, la que empezaba a sentirse un poco ubicado dentro de toda esa locura, le dijo que debía dejar de pensar en ellos como monstruos. En primer lugar, Ella era una de ellos; en segundo lugar, Nathaniel también lo era, y él había visto lo bien que Laura se sentía a su lado y lo mucho que su amiga amaba a su nuevo compañero. Aunque Laura sea masoquista, reconócele eso, ha sabido escoger su verdugo.
El mismo, pensó también, había escogido su verdugo. Y su precio. La humanidad sobreviviría, Ellos los necesitaban, y aún quedaban vestigios de personas lo suficientemente sabias para no jugar a creerse dioses ante Ellos. Estarían bien. Ese no era su problema ni debía ser su preocupación. Su asunto era uno diferente y estaba retrasándolo demasiado. Decidió que al día siguiente partiría, a donde fuera que el viento le llevase y pudiera encontrar pistas sobre Ella. Seguiría buscando y buscando, porque eso era lo que él sabía hacer ahora, buscar, gracias a los cielos por ese pequeño regalo de las Parcas.
Cuando el sol empezaba a alzarse sobre el cielo, se retiró de la ventana y bajó al estudio de la mansión. Nathaniel estaba ahí, como había estado el día que él llegara. Una mirada le confirmó sus sospechas, Nathaniel sabía de sus planes, le apoyaba incluso. León se había sorprendido al saber que Nathaniel y Ella habían crecido juntos, que habrían incluso acabado sus vidas juntos si este no se hubiera enamorado de la mujer del retrato, esa que había muerto hacía tanto tiempo.
Nathaniel tampoco creía mucho en León, podía ser el amor de Ella pero eso no demostraba que fuera digno. Sin embargo le reconocía el merito de haberse enfrentado a las Parcas por ella, demonios, estaba buscándola alrededor de todo el mundo. A quién le importaba si era digno o no, estaba buscándola y eso le bastaba. Al verlo en la puerta del estudio, Nathaniel supo lo que había ido a hacer, se marcharía, seguiría su búsqueda. No iba a detenerlo, aunque Laura se entristecería, era algo que debía hacer. Incluso él, con todo su odio hacía los Altos y El Trono, y con su desprecio por los vestigios de su raza, debía admitir que el atrevimiento de ese humano al desafiar a todos Ellos era algo admirable. Lo apoyaría, decidió, hasta las últimas consecuencias.
- Di que necesitas.
León comprendió al instante las intenciones del otro y consideró aceptarlas, pero una voz en su interior, la misma que solía susurrarle en qué dirección ir, suponía él que la voz de Ella, le dijo que no lo permitiera. Pensó en Laura. Si las cosas eran realmente como Nathaniel le había dicho, este estaría en graves problemas por ayudarlo y su amante sufriría las consecuencias con él. No le haría eso a Laura, no ahora que era feliz, no ahora que estaba bien. La quería lo suficiente para eso.
- Nada.
Nathaniel entendió. Era el tipo de entendimiento que se da entre camaradas o entre aliados, esa corriente sin palabras que lo dice todo. Asintió.
- ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó de nuevo, esta vez más interesado en ayudar ya que León seguía demostrando su valor y su honor, cosas que Nathaniel, por ser tan poco usuales, valoraba mucho.
- Dime dónde puedo encontrar al Centinela.
La expresión de Nathaniel se llenó de preocupación pero no le negó la información. Al fin y al cabo, la misión era una empresa suicida en su mayor parte y el Centinela era sólo una de las primeras paradas. Le dijo todo lo que sabía.
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