Y te imagino a ti, al otro lado de la pantalla, en el otro extremo de la conversación.
Me pregunto si ríes, si quizá te hace gracia ver como dejo en bandeja de plata todo lo que pienso, lo que opino al respecto.
Y esa luz. Esa preciosa, dulce, cautivante luz en tu mirada. Esa luz hace que olvide qué era lo que quería decir. Esa luz me obliga cambiar de ruta, a pensar distinto, a sentir distinto.
O serán de pronto esas vetas en tus ojos que me pican, me apuñalan, como cuchillos de imposibilidades demostrándome que no importa cuanto desee ser parte de tu sonrisa o de tu mirada, no puedo.
Se siente como lluvia, como fría y cruel lluvia que cae y cae sobre mi rostro. Diminutas agujas de hielo incrustándose en mi piel y llevándose con ellas mi entendimiento.
Hermosas luces que surcan el iris de tu mirada y que encierran en sus rincones todas las palabras que no soy capaz de decirte.
Y mírame aquí, divagando, pensando, rogando. Esto parece ruego de un condenado, pero quizá estoy condenada.
Quizá ya morí y esto es mi infierno personal.
Quizá no hay cielo para mi donde no pueda tener tu mirada.
Quizá esto es el karma, es vieja rencorosa a la que tanto ofendí.
Quizá es el ajuste de esas cuentas que dejé pendientes hace tiempo, todo eso que debo, debí, pagar desde antes.
O de pronto es que simplemente no puedo tener lo que quiero.
Que no estas hecho para mi y que no se entender eso.
Que se me sale de las manos, y no puedo cambiarlo, pero aun así las cosas no van a variar.
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