Tengo que confesarlo.
No me importa si no lees esto nunca, yo tengo que decirlo.
Me quedé con las ganas.
Me quedé con todas las ganas que tenía de consentirte, de abrazarte, de tenerte entre mis brazos, de sentir tu aroma, de probar tus besos, de ver cual es el color real de tus ojos.
Me quedé con todas las ganas que tenía de acompañarte, de cuidarte, de estar a tu lado.
Me quedé con mis ganas de conversar contigo y con tus demonios.
Me quedé con mis ganas de decirte aunque fuese una mínima parte de la cantidad de cosas que no digo.
Me quedé con las ganas de preguntarte si podía ir.
Me quedé con las ganas de ir.
Me quedé con las ganas de estar ahí.
Me quedé con las absurdas y tontas ideas que me daban vueltas y me repetían que si y que no.
Me quedé con la calidez de tu abrazo y con lo suave de tu cabello.
Me quedé con las palabras que no salen y con los sueños en que te sueño.
Me quedé con las ganas de probar tu sangre y de conocer tu universo.
Me quedé con mis ganas de ser parte de tu mundo.
Me quedé con el deseo de verte un poco más.
Me quedé con ganas de que me consintieras.
Me quedé con ganas de mimarte.
Me quedé con ganas de ti.
¿Es tan difícil de entender?
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