Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

7 may 2013

¿Podrías al menos dejarme caminar?

Un paso tras otro en la oscuridad de la calle. No se preocupaba ya por controlar el movimiento de sus manos, esos gestos involuntarios que la hacían ver extraña o sospechosa. Se había resignado incluso, ante la imposibilidad de controlarse a si misma, y, aunque la aterraba, empezaba a pensar en la forma de convivir pacíficamente con ello.
Pensaba en mil cosas al caminar, pensaba en historias, en miles de posibles vidas, futuros, reinos. Pensaba en qué pensarían aquellos chicos sentados a la puerta de la universidad, en qué pensarían aquellos conductores para ir casi matándose  o quizá que pensarían todas esas personas que la veían ir y venir cada día, noche tras noche, mientras cargaba sus pesados libros y su morral repleto.
Ella caminaba, con su cabeza en las nubes, y sus pies sobre el suelo, la mayor parte del tiempo. Tropezaba cada pocos metros, y entonces juraba que estaría atenta al camino, pero un par de segundos después escuchaba una voz o miraba la luna o simplemente veía hacia adelante y dejaba de poner atención, volvía a eso de ir con la mente en la luna, en otro mundo, en ese mundo donde las cosas salían bien, donde habían finales felices.
Todas las noches recorría sin falta ese camino, un pie tras otro, sin alterar su ruta, sin variar. Era lo que conocía, era lo que sabia, no le temía a aquello, era fácil  Ella, sin embargo le temía a cosas un poco más cercanas que la oscuridad. Le temía a su propia mente, a sus ideas, a su imaginación. Le temía a todo lo que llevaba en el alma y a aquello que obligaba a sus manos a moverse de esa forma tan aterradora. De esa forma preocupante. Le molestaba no tener todo el control sobre aquello, le molestaba que hubiera partes de su cuerpo donde ella no mandase. Odiaba la sensación en sus dedos, tal vez por eso los movía, para sacudirla. Odiaba la presión en su garganta, odiaba viajar sola. Odiaba aquello, pero permanecía allí. Esperaba hasta que el último corazón salía de la jaula y luego ella se permitía salir. Todos habrían volado, sin embargo, por lo que ella tendría que irse sola, con ella misma como compañía.
Y en medio de la ruta, entre sangre y armas, encontraría un destello plateado y seguiría caminando.


(Digo, digo, esto de editar cuando mueres de sueño hizo que dejara algunos errores, ya los corregí.)

1 comentario:

Deja que tus gritos también sean llevados por el viento.