Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

7 may 2013

Ella no era la única que soñaba.

Era simple, nunca había estado tan aterrada. Nunca se había sentido tan asustada antes. Nunca había sentido ese miedo puro y simple, ese miedo que la obligaba a mirar sobre su hombro y a girarse en los momentos menos esperados tratando de sorprender al objeto de su temor. Y todo por un estúpido sueño. Todo era obra de un absurdo sueño que había tenido y que la aterraba tanto que no se atrevía a pensar siquiera en ello.
Ella había tenido pesadillas, si. Era algo bastante frecuente, casi normal. Nunca antes, sin embargo, uno de sus sueños la había dejado tan marcada, tan asustada. Soñar con gente muerta tenía ese efecto, si, pero no era la primera vez qué le ocurría. Era eso lo que la tenía tan preocupada. Así como usual era para ella tener pesadillas, era inusual que su miedo perdurara a lo largo del día. Despertar en una enorme casa deshabitada no ayudaba mucho, incluso menos cuando recordaba que su sueño había transcurrido allí, en ese mismo pasillo donde ahora ella estaba de pie.
La carne del cuello se le había puesto de gallina solo de pensarlo. Ella no tenía ese tipo de reacciones. Soñar con gente que había muerto era algo normal, soñar con cosas que la asustaban, aún más. Sin embargo había habido algo en su sueño que la había hecho gritar, la había empujado al borde y ella había gritado y suplicado por alguien que viniese a rescatarla. No lo había encontrado, claro, era uno de sus sueños, nadie la salvaba en sus sueños. Ni en su vida, ya puestos.
No había sido mayor cosa, el sueño había terminado y ella había abierto sus ojos. Era de día, nunca había tenido una pesadilla mientras había luz afuera. Algo se congeló dentro de ella. Si, era común que tuviese pesadillas, eran cosas que la asustaban y sobre las cuales la luz del sol tenía control, de día ella no tenía miedo. Soñar como lo había hecho a plena luz del día era el peor indicio en el que podía pensar. Daba a todo un poder mil veces mayor, la hacía temer mil veces más. La hacía querer gritar, como en su sueño, pero igual que en este, nadie la ayudaría.
Todo lo que había querido. Todo lo que había deseado y buscado estaba lejos de su alcance, lejos de sus manos, y aquello quizá era lo que causaba sus sueños. Sus horribles sueños. No era el primero, ella lo sabía muy bien, aunque no recordaba bien todos. Sabía, sin embargo, que el que no los recordara no significaba que no fueran malos. Cada mañana en la que despertaba con el cuerpo pesado, casi muerto. Cada mañana en que sus parpados rogaban por no tener que abrirse, en que su ánimo rogaba por no tener que hacer nada que no fuera simplemente desaparecer, ella sabía lo que significaba. Incluso si su memoria se negaba a traerlos de nuevo a su realidad, sabía que no podía haber soñado nada bueno. Desde luego, la única forma de llevarla hasta ese extremo de cansancio era así.
Era por su culpa, claro. Desde él ella ya no sabía cómo dormir. Aunque nadie lo culpaba. No obligas a alguien a amarte, pero su mente, su corazón, cualquiera que fuera el lugar donde se suponía que los sueños se creaban y que el amor se destruía, no le permitía dormir tranquila. Le impedían descansar y estar en paz consigo misma. Y era por eso justamente que ya no sabía qué hacer. Por eso justamente acababa durmiendo tan mal y tenía tanto miedo a la oscuridad. Por él.
Pero él era feliz, y seguramente soñaba, aunque tampoco recordara sus sueños. Y sonreía, y jugaba y vivía, que era más de lo que se podía pedir. A ella le bastaba así, era lo suficientemente ella como para sólo desear eso. Así que soportaría no dormir bien, supuso. Sobreviviría y en un tiempo, sabían los cielos cuánto, volvería a dormir con tranquilidad y despertaría con una sonrisa, como solía hacer cuando él le escribía. Porque ella, de todos en el mundo, estaba segura que no era la única que soñaba y tenía pesadillas. Con el miedo ya lidiaría después.

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