Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

17 ene 2013

Lo que trajo la lluvia o la enfermedad...

Es necesario que aclare, para prevenir cualquier malentendido, que el Jack de quien hablo NO es de ningún modo el mismo Jack de Una Historia Cualquiera



Hacía calor. Mucho calor.

Parecía un horno, y no de una mala manera, no del todo. En un principio me recordaba a eso de cuando, como yo, se esta enfermo, saber que estas enfermo, y saber que tu temperatura corporal subirá y subirá hasta que quedes postrado en una cama y debas depender de un alma noble que quiera cuidarte. Pero es que ese calor viene junto con un adormecimiento en las extremidades y un embotamiento cerebral que yo no sentía del todo. Si, sentía un poco dormidos los miembros y un poco embotada la mente, mi lengua se trababa en mi paladar y las palabras se me estaban ahogando en la garganta. Y sin embargo no era del todo malo, era, si se me permite decirlo, maravillosa. El calor que sentía no era solo por estar enferma, esa era solo una parte, estaba unido a la cada vez más hirviente sangre que recorría mis venas.

Y él estaba allí. Impasible. Observándome a través de sus fríos ojos. ¿Que cómo lo sé? Porque he visto esos ojos tantas veces que puedo decir con exactitud dónde está cada veta, cada marca, cada huella en su iris.

No me pregunten cómo llegué a su casa. Incluso yo no estoy muy segura de cómo o por qué aparecí allí. Lo único que puedo saber es que, en medio de mi embotamiento, estaba buscando un sitio donde me sintiera segura y donde alguien quisiera cuidarme. Él no se había ofrecido para el papel, dudo que alguna vez lo hubiera hecho, pero no le di mucha opción. Me salté todas las reglas de mantenerlo sólo en el ámbito profesional y recurrí a él cuando le necesitaba.

- ¿Estás bien? -fue lo primero que dijo al verme en su puerta, empapada y tiritando.

Me hizo entrar y me dio una toalla para secarme. Me pidió que me desvistiera y me permitió ponerme una de sus camisas mientras él lavaba y secaba mi ropa. Me hizo sentar en el sofá y él se sentó en la mesa de café frente a donde yo estaba, no lo había visto saltarse las normas de ese modo antes. Me sorprendió esa faceta de su persona. Amable, si, considerado, también, del tipo que aparece con una taza de chocolate caliente... eso ni en sueños me lo hubiera esperado. No pude reprimir una sonrisa, el chocolate olía demasiado bien y su casa era demasiado cálida.
Estornudé.

- ¿Necesitas algo más? -preguntó solicito. Sus ojos mostraban una extraña luz que nunca les había visto.

- Gracias -dije. Porque no podía decir nada más. Porque me ponía nerviosa el brillo de su mirada, porque me incomodaba que me observara tan fijamente y que me tratara como a una amiga cuando había dejado tan en claro que eramos solo socios.

- No me agradezcas -dijo después de un momento, se había quedado observándome-, todo tiene un precio.

Me estremecí. Mitad escalofrío, mitad expectación.

- ¿Puedo... puedo... -carraspeé- puedo saber qué precio tendrá todo esto?

Vale, si, soy una condenada curiosa incorregible pero es que ese hombre era uno de esos puzzles que no puedo soltar una vez empezados.  Y ahí estaba, sentada en el sofá de un hombre que me estaba observando tan fijamente como si creyera que yo era una estatua y estuviera esperando algún movimiento que me delatara. Y le sostuve la mirada. Quería, con todas mis fuerzas, ir al lavabo mas cercano y sacudirme la nariz, asqueroso, lo sé, pero llevaba dos días con fiebre y me había empapado de pies a cabeza al ir a su casa, simplemente estaba viendo los síntomas de actuar impulsiva y estúpidamente. Sin embargo, me mantuve ahí, sosteniéndole la mirada hasta que sentí que las piernas se me volvían gelatina, hasta que mi corazón se aceleró como el de un colibrí y mi cerebro se enlagunó y dejó de pensar racionalmente. Pero, como tengo tan buena suerte, mis ojos empezaron a llorar incontrolablemente.

- Deberías ir al baño -me dijo de pronto. Mi expresión confundida le sacó una sonrisa y mi corazón se aceleró aun mas-. Parece que estas a punto de desbordarte por la nariz.

¿Han sentido tanta vergüenza que se les sale por los poros? Yo si. Y me quise ahogar, en mi propia mucosidad si eso era posible.

Como pude, me levanté y me encaminé al pasillo donde suponía que estaba el baño.

- No esta allí -dijo cuando hice amago de abrir una puerta. Cosa que era cierta pues yo no había puesto jamás un pie en ese lugar-. Al final del pasillo, la puerta negra. Hay toallas secas y pañuelos por si quieres.

- Gracias -dije tímidamente. Empezaba a maldecirme mentalmente por la idea de haber ido a su casa. ¿En qué rayos pensaba?

Entré al cuarto de baño y cerré la puerta. Encendí la ducha, lo ultimo que deseaba, y últimamente deseaba muchas cosas como ultimo a desear, era que él me escuchara mientras limpiaba mi nariz. Nada más humillante, si es que podía humillarme más, que el que tu socio de negocios te escuche evacuar las mucosidades de tu nariz. Estaba tan concentrada intentando ser silenciosa que no me di cuenta de que él había abierto la puerta del baño y que estaba detrás de mi hasta que sentí su mano en mi espalda.

- Calma -me dijo al notar mi sobresalto.

- Perdona -susurré.

- No te disculpes -había una pequeña sonrisa en su rostro que me desconcertó-. Fui yo quien te asustó. ¿Quieres ducharte?

¿Se puede perder el habla, la respiración, la conciencia y la estabilidad en un nanosegundo?

- Oh, vaya -de pronto él entendió la forma tan inusual en que había sonado su frase-. No me refería a conmigo... -y por primera vez en mi vida lo vi nervioso y algo sin palabras-. Me refería a que tu te ducharas o mejor te dieras un baño. Quizá el agua fría te ayude....digo, agua caliente...

Dejó la frase en el aire y se empezó a mover, me alcanzó una toalla, puso el tapón en la bañera, sacó unos botes de champú...

- Te dejaré sola.... -se dirigió a la puerta y justo antes de salir murmuró- A menos que quieras compañía...

Juro que lo habría asesinado de no haber sido porque salió rápidamente y cerró la puerta, esta vez con el pestillo echado.

Me metí a la tina por un buen rato, quizá más de una hora, pero el agua caliente sólo me recordaba que yo ya tenía temperatura, que quizá tuviera fiebre o algo peor, y no era ni de lejos tan placentera como el calor que sentí al trabar miradas con él.
Jack.
Paladeé su nombre en mi lengua, la suave cadencia de su sonido, la pequeña explosión al final. Era así, tal cual, despacio, igual que su nombre, él se me había colado hasta lo más hondo. Sin siquiera saberlo, porque hizo falta una fuerte enfermedad y un diluvio para que me viera forzada a admitirmelo a mi misma, él se había apoderado de mis sentidos y de mis pensamientos.

Y me sorprendió. Me quedé un rato en el agua pensando en ello, analizando el hecho de lo mucho que me importaba estar en su casa, usando su bata, bañándome en su tina, oliendo sus champús. Hasta que el agua se entibió, y luego empezó a enfriarse, y él tocó a la puerta y me preguntó qué tal estaba. Ya sin opciones, salí de la bañera, me sequé con una toalla y me puse la bata de nuevo. Abrí la puerta en el mismo momento en que el volvía a golpear. Se detuvo sobresaltado al verme y retrocedió un paso.
Se aclaró la garganta.

- Eh... esto... hice un poco de caldo para que te alimentes -dijo suavemente-. Esta en la cocina ¿Vamos?

Lo seguí hasta la cocina, en parte porque no tenía opción y en parte porque el hambre empezaba a hacer mella en mi. Quien sabe, quizá el caldo incluso me ayudara.
Sentada en el taburete de la cocina pude observarlo en un entorno en el que jamás lo había visto. Se veía cómodo allí, como si supiera perfectamente qué hacer, y tuve un pinchazo de celos, el siempre se veía cómodo, como si siempre supiera qué hacer en cada situación.

Terminé de comer y él lavó los platos. Volvimos a la sala y me colocó una manta sobre los hombros al ver que tiritaba. Esta vez no se sentó en la mesa sino a mi lado y encendió la televisión. Me pasó un brazo por los hombros, y un escalofrío recorrió mi espalda, él interpretó eso como parte de mi enfermedad y me arropó mejor con las mantas, pero yo sabía muy bien que más que producto de mi enfermedad, era producto de su cercanía.

- ¿Estás .... -él había empezado una pregunta pero no la había terminado, me giré a mirarlo y su cuerpo se tensó y dirigió su mirada a la pantalla frente a nosotros- ... estas cómoda?

Asentí lentamente, pero me di cuenta que él no me observaba.

- Si -dije suavemente-. Gracias.

Jack asintió, sin mirarme, y siguió observando la pantalla, como si hubiera algo sumamente interesante para él en la programación.

Luego de un rato, empecé a cabecear, estaba exhausta y mi cuerpo se sentía como ardiendo sobre brasas, parte enfermedad y parte la compañía. Sin quererlo, me dejé ir por un momento y mi cabeza terminó apoyada en el hombro de mi compañero. Su cuerpo se envaró como si lo hubieran recorrido con electricidad.

- Disculpa -dijo y se levantó del sofá, mi cabeza cayó un poco bruscamente hacía atras-. Tengo trabajo que hacer.

Una persona menos atenta o interesada que yo, habría creído de veras en sus palabras e incluso habría pensado que yo era una interrupción, pero yo sabía perfectamente que habíamos dejado todo el trabajo listo antes del fin de semana y que ese domingo por la noche era imposible que tuviera algo que hacer. De pronto se me ocurrió, era por mi. Mi presencia le molestaba, hasta el punto de inventar una excusa tan floja. Quise gritar.

- ¿Me puedo quedar en tu cuarto de huéspedes? -fue lo que dije en cambio.
Jack me observó fijamente por una fracción de segundo antes de asentir. Sin volver a mirarlo me dirigí al cuarto de huéspedes, o a donde yo creía que estaba.

- Es la última puerta de la derecha -dijo él cuando yo había dado unos cuantos pasos. Me obligué a mi misma a no sentirme humillada por ello, era su casa, era lógico que yo no la conociera y él si.

Me dejé caer en la cama de la habitación de huéspedes y me cubrí con las mantas, Jack me había prestado una camiseta de franela para que la usara como pijama y por suerte mis bragas estaban ya limpias y secas, no podía dormir desnuda en su casa, no con él tan cerca. No me dormí en seguida, aunque casi nunca lo hacía, pero tampoco me dormí en algún momento cercano. Apenas mi cabeza había tocado la almohada, se habían desvanecido el sueño y el cansancio. No dejaba de pensar en la floja y tonta excusa que él había inventado.

La noche estaba muy avanzada cuando la puerta de la habitación se abrió. Yo seguía despierta y vi la silueta recortada contra el haz de luz que entraba desde el pasillo.

- ¿Pasa algo? -le pregunté. Lo sorprendí, cosa extraña, y me di cuenta que debía ser muy tarde y él debía creerme dormida.

- No -susurró él, tan bajo que parecía un suspiro. Y aun así dio un paso dentro de la habitación.

Y dio otro paso, y otro. Intenté incorporarme en la cama, pero me sentía realmente mal, solo logré sentarme.

- Shhh -susurró él-. No te esfuerces.

Se acercó a la cama y se dejó caer de rodillas. Podía sentir su aliento sobre mi rostro y eso me inquietaba, olía un poco a alcohol y a fresas, mas lo inquietante no era eso sino lo mucho que me atraía ese aroma. Era algo embriagador.

- ¿Quieres saber qué pensé cuando te vi en mi puerta hoy? -dijo de pronto.

- S... -intenté responder pero mi voz estaba pastosa y se me atoraba en la garganta, me aclaré la garganta y lo intenté de nuevo-. Si, por favor.

Y rogué con todas mis fuerzas que esa frase no pareciese tanto una suplica como lo parecía para mi.
Él se quedó en silencio un momento, y pensé que quizá no había oído mi respuesta.

- Pensé -dijo al cabo de un momento, un momento que fue casi eterno-... pensé que tenía que estar en el infierno.

No dijo nada después de eso y yo pude sentir como mi piel se erizaba y las lágrimas empezaban a asomar a mis ojos.

- Tenía que estar en el infierno -dijo sin dejarme hablar- porque solo allí podrías tu aparecer en mi puerta, mojada hasta los huesos, y con una expresión tan desvalida que yo desearía cuidarte con toda el alma. Y aun así, aun así, yo sabría que no podía tocarte. Que no podía tenerte. Que solo podía cuidarte. Y eso, por mucho que desee tu compañía, debe ser el infierno. No hay nada peor.

- ¿Entonces no te desagrada mi presencia? -yo y mi miserable bocota que deja salir las palabras menos adecuadas en los peores momentos.

- ¿Desagradarme? -parecía extrañado, y de pronto algo cálido explotó en mi pecho-. ¿No acabas de escuchar lo que dije? Te apareciste en mi puerta, calada hasta el mismo centro, y todo en lo que yo pude pensar fue en que quería besarte allí mismo. Te sentaste frente a mi en el sofá, tiritando de frío, y yo quería abrazarte y darte calor. Te bañaste en mi baño y... tuve que echarle el pestillo a la puerta porque no confiaba en mi control para no abrir y espiarte. Te sentaste junto a mi y...

-Jack -lo interrumpí...

- Shhh -él puso dos de sus dedos en mi boca y me impidió continuar-. Dejame terminar. Te sentaste a mi lado y tuve que usar todo mi autocontrol para no besarte allí mismo, pero cuando dejaste caer tu cabeza en mi hombro... eso se sintió tan bien que no pude soportarlo, tenía que hacer algo. Me inventé lo primero que se me vino a la mente, una excusa estúpida, porque tu mejor que nadie sabe qué tanto trabajo tengo y cómo de avanzado esta. Pero eso solo pude verlo después, en ese momento lo único que veía era tu rostro, escuchaba tu voz pidiéndome pasar la noche en mi casa ¡imaginate! Estaba casi loco. Tu viniste al cuarto y yo me quedé solo con una botella de vino blanco y un tazón de fresas que, el cielo sabe por qué, mandé a buscar mientras te bañabas...

De pronto él se quedó en silencio. Ambos nos quedamos en silencio. Él, esperando que yo dijera algo, yo, paralizada. Empecé a razonar, vale, él era mi socio, ¿y qué?, el cielo sabía que yo deseaba a ese hombre, que digo desear, ¡le quería! Desde hacía demasiado tiempo. Y eso, quizá había sido solo eso, me había impulsado a cometer la locura de salir con semejante diluvio y estando enferma porque no quería estar sola, porque me desvivía por compañía, y sin saberlo me encontré en el portal de su departamento, de su casa. Entonces, me dije a mi misma, ¿tengo algo que decirle? ¡oh, si!

- ¿Cuanto? -pregunté.

- ¿Disculpa?

- Jack -dije, como si hablara con un niño-, ¿hace cuanto ... -no encontraba las palabras, decidí usar las suyas- hace cuanto crees que esto es el infierno?

Él me entendió. Siempre lo hacía. Y esbozó una sonrisa torcida al reconocer su propia metáfora.

- Desde el día en que casi te arrollo con mi auto -respondió, casi como si temiera mi reacción.

Estoy segura que debía tener fiebre, probablemente estaba delirando, porque mi cuerpo no podía estar más caliente de lo que ya estaba, y no en un sentido sexual, bueno, solo un poco en ese sentido también. Esto, sin embargo, era otra cosa. Tenía que ver con una calidez que iniciaba en mi interior y que me hacia sentir al rojo vivo, hacía que mi sangre burbujeara y se removiera.
Y entonces, entonces le sonreí.

- Jack -respiré hondo, esa confesión me costaría-, no sabes la de veces que he deseado que no me hubieras casi arrollado con tu auto -en su rostro se reflejó tal tristeza que puse mi mano en su mejilla y me apresuré a continuar-. Porque entonces no habría estado todos estos años pensando que debía estar en el infierno por desear algo que no podía tener.

Agaché el rostro cuando terminé de hablar. A mi me faltaba su coraje para seguir viéndome a la cara después de decir aquello. Y lo sentí, sentí como se inclinaba hacía mi, como levantaba mi rostro con su mano y como sus pálidos y fríos ojos se trababan en los mios. Y entonces supe que me besaría y ..... malditos años de tanto auto control y condenada consciencia de mi misma... me aparté.

- Jack, estoy enferma... -dije ante su desconcierto. La verdad era que deseaba ese beso con demasiada intensidad pero no quería enfermarle a él también.

Con demasiada ternura, él me sujetó las manos y las puso a ambos costados de mi cuerpo. Se inclinó sobre mi en la cama, haciendo que yo retrocediera y me dejara caer de espalda.

- ¿Tu crees -dijo él susurrando mientras bajaba su rostro hasta mi cuello y acariciaba mi clavícula y mi garganta con su nariz- que después de tanto tiempo... a mi.... me detendrá... un simple resfriado? -terminó mordiendo mi barbilla y yo me retorcí bajo él.

Y sin más aviso, me besó.

Yo estaba a millón, mi cuerpo ardía de fiebre y de él, mi aliento se mezclaba con el suyo y se entrecortaba, mis manos estaban tan bien sujetas que no podía moverlas, y me consumía.

- Jack -dije, en un momento en que sus labios abandonaron los mios para recorrer mi cuello.

- Mmm -fue lo que obtuve de respuesta.

Reuní todo mi valor en un momento.

- ¿No quieres tocarme?

No sé si fue mi pregunta o el tono en que la hice, pero él se detuvo y me miró a los ojos.

- Digo -proseguí, algo insegura de cómo terminar lo que había iniciado-, porque yo sí quiero tocarte y es demasiado difícil si no sueltas mis manos...

La frase se me quedó en un susurro porque los ojos de Jack habían abandonado los mios y habían bajado hasta nuestras manos, o más bien, a mis manos que él sujetaba con las suyas.

- Lo siento -dijo, mirándome de nuevo y esbozando una sonrisa gatuna-. Solo te soltaré si me prometes no usarlas para apartarte de mi. Y no me importa que estés enferma -concluyó.

- ¿A quién rayos le importa si estoy enferma? -respondí algo acalorada- Yo lo que quiero es poder sentirte, a ti -dije mirándole fijamente.

Con una suavidad impensable, Jack se incorporó un poco y soltó lentamente el agarre de sus manos, dejó que sus dedos vagaran por mis brazos hasta mis hombros y mi cuello, tomó mi rostro en sus manos, se inclinó de nuevo, y me besó. Esta vez no fue tan delicado, ni tan cuidadoso, esta vez fue algo totalmente diferente. Fue él, sin ataduras y sin represiones. Con mis manos libres al fin, pude recorrer su espalda y su pecho, y todas las zonas a las que podía llegar.

De pronto se me ocurrió que él tenia mucha ropa puesta. Me moví como pude y di la vuelta, dejándolo a él sobre la cama y a mi a horcajadas en su abdomen. Le quité la camisa con una desesperación y un ansia tales que los botones salieron despedidos por la habitación y la tela se rasgó un poco.

Y me dejé llevar.

No voy a contarles mis aventuras sexuales con él, no podría terminar. Conformense con que les diga que es el único y que no tengo planes inmediatos de soltarlo.

2 comentarios:

  1. No logro imaginar infierno mas grande que este que acabo de leer, Y lo que mas me fascina es como se convierte en cielo. simplemente espectacular Sigue asi !!!!

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