Me causaba curiosidad. Me causaba una increíble curiosidad.
Era tarde, bastante tarde por la noche y yo no tenía por qué estar donde estaba. Mas ahí estaba. Sentada en el taburete de aquel viejo bar escuchando canciones de una época en la que mi nacimiento ni siquiera había sido planeado. Y sin embargo, sin embargo, no sentía que estuviera mal, no sentía que estuviera fuera de lugar. Ese viejo bar tenía un gran poder de atracción sobre mi, un magnetismo que me había estado persiguiendo las últimas semanas.
Había descubierto el sitio por casualidad un par de noches antes, mientras deambulaba por la oscura ciudad nocturna buscando donde calmar la extraña sensación que me corroía. Sensación de necesidad, de que algo faltaba, de que mi puzzle personal no estaba completo aún. Por mera casualidad me encontré a mi misma en una calle desolada donde un letrero anunciaba la entrada de un bar. Yo, curiosa por naturaleza, decidí que no perdería mucho si entraba a ver, ya de paso bien podía tomarme una copa o dos.
El sitio era lo que prometía, un lugar oscuro y viejo con una banda sonora que, aunque conocía, pertenecía a una época muy anterior a mi. No pensé mucho y me dirigí a la barra, el barman estaba de espaldas a la gente, limpiando lo que parecía un espejo. No parecía ser muy mayor, quizá tendría unos cuantos años más que yo, y su cuerpo mostraba claras señales de trabajo físico. Unos músculos bien marcados y una contextura que descartaba cualquier posibilidad de tomarlo por un blandengue. A través de la superficie reflectante pude ver su rostro, era, como yo pensaba, joven, aunque una leve barba de un par de días cubría su rostro. Tenía el cabello largo y recogido en una coleta sobre la nuca, sin embargo era diferente, no era como los muchos chicos que lo hacían porque pensaban que era sexy, esto era más como un acto de pragmatismo y funcionalidad.
Le había hecho una seña al joven barman para que me pusiera algo de atención, para ver su rostro. No recuerdo qué pedí, si es que pedí algo, porque en el momento en que empecé a llamarle vi en el espejo algo que me distrajo. El hombre, en un gesto que creo era de concentración absoluta, había sacado la lengua y la movía sobre su labio superior. No, no se trataba de que tuviera una linda lengua, aunque quizá la tenía, era todo a causa de la perforación que tenía en ella. Siempre he sido un poco victima de mis caprichos, y ese era uno de los mayores, lo es aún, por lo que cuando vi ese detalle en su lengua, automáticamente caí presa de uno.
Yo había ido a tomar algo, ¿cierto? Pero mi mente se había perdido por completo del mundo. Entablé una pequeña conversación con el hombre. Cosas triviales, si, pero que me permitían observar más de esa perla que brillaba sobre su lengua. Continué yendo al bar las noches siguientes, sin que importara si eran días laborales o no, podía permitirme ese lujo. Continuaba hablando con el barman, haciendo que su lengua se moviera dentro de su boca, observando sus blancos y relucientes dientes y sus carnosos labios. Esa manía mía de no poder apartar la vista de aquello que me gusta, hacía que también reparase en sus labios, dientes, rostro y en todo lo relacionado a ese punto donde mi atención estaba fijada.
Me causaba mucha curiosidad. Demasiada curiosidad.
No me sentía fuera de mi elemento en aquel bar, ya no, lo había convertido en mi lugar. Lo único que me hacía tambalear seguía siendo ese chico, ese chico y aquella joya en su boca. Miles de preguntas e ideas rondaban mi mente cada vez que le veía hablar. La principal duda que me recorría era el saber cómo se sentiría ser besada así. No podía preguntarle directamente a él, claro, eso significaría admitir mi interés y podría ser interpretado como una invitación. Cosa que, aunque no sería desagradable, de hecho sonaba incluso tentador, podría haberme hecho quedar como una cazadora y, si bien no era presa, tampoco era que estuviese de cacería.
Al parecer mi escrutinio de esa noche no era muy discreto, más de una vez le descubrí observándome con expresión divertida a la vez que me sacaba la lengua. El muy imbécil, se había dado cuenta. Me sentí extraña, no intimidada ni nerviosa pero si extraña. No había considerado, a pesar de mis múltiples fantasías con él y su lengua, el hecho de que quizá pudiese notar mi escrutinio. Estuve un rato debatiendo entre irme o quedarme ahí sentada, al final ganó mi debilidad y decidí ponerme en pie, resuelta a no volver a aquel sitio en un tiempo. Iba a tener que dejarme de fantasías raras con ese chico y su lengua perforada, que me empezaba a jugar la cordura en el proceso.
La calle, como solía estarlo todas las noches, estaba desolada y oscura. Las luces de las farolas eran tenues y no ayudaban a despejar mi cabeza. Me sentía como si en cualquier momento alguien pudiera aparecer a mi espalda y susurrarme cosas al oído. Presentimiento que demostró ser cierto. No me había alejado ni un metro de la puerta del bar cuando una mano se aferro a mi cintura y el golpe cálido del aliento agitado del objeto de mis fantasías golpeó mi nuca. No dijo nada y yo, definitivamente, no podía hablar. Se limitó a apretar aún más el brazo con el que rodeaba mi cintura mientras su otra mano apartaba el cabello de mi cuello y dejaba un trozo de piel libre para sentir su aliento.
- No habrás pensado -dijo una suave y ronca voz- irte sin decirme adiós, espero.
¿Qué es lo que se supone que le dices al objeto de tus fantasías cuando lo tienes a tu lado?
- Esto... yo...
No terminé la frase, ni siquiera terminé de articular la idea en mi mente. Con un movimiento que fue a la vez lento y veloz, me giró hacía él y acercó su rostro al mio. Su aliento ahora rozaba mis labios y me hacía sentir que respiraba una droga.
- Quiero saber -dijo en un susurro encendido, mientras una de sus manos, ahora en mi espalda, apretaba la parte baja de mi cintura y su otra mano acariciaba mi mejilla- si tienes el mismo sabor que aparentas tener.
- ¿Disculpa? -tonta, eso era lo que yo quería y ahí estaba poniendo trabas.
- Te he observado desde la primera vez que viniste y no pienso dejarte ir hoy sin averiguar qué sabor tienen tus besos.
Si alguna vez has sentido que tu corazón saldrá volando de tu pecho si no ralentiza sus latidos, sabes como me sentí.
- Y de paso -continuó él mientras sonreía-, cumplamos esa fantasía que tienes con mi lengua, ¿vale?
Y no sé cómo lo supo o cómo sobreviví a esa noche o qué pasó después de eso. No sé nada de mi vida anterior ni de lo que sea que haya hecho con ella. Lo único que sé, y de lo que tengo certeza, es que después de probar el sabor de esa pequeña fantasía, y lo que siguió, no me resigno a soltar mi presa cada vez que, entre juegos, logro morder un poco de esa coraza que le protege o cada que, con satisfacción, puedo ver cumplido ese capricho una y otra vez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deja que tus gritos también sean llevados por el viento.