Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

19 sept 2011

Ellos IV

III

          - Es cierto, eres peligrosa –susurró cuando ya Ella estaba dormida- pero yo no iba tras el peligro cuando te conocí, iba por ti. Supongo que eso fue aun más peligroso.

Ella tenía razón, era peligrosamente tentador dejarse convertir en un esclavo, pero él no había caído ante su “persuasión”, había caído ante Ella. Ahí radicaba la diferencia: él no era una víctima, era un voluntario.

La luna brillaba en el cielo mientras él sostenía entre sus brazos a aquella diosa con la que yacía en la cama; había sido una de las mejores noches de su vida, la lista entera empezaba desde que la había conocido, y ahora se encontraba saciado y satisfecho mientras aguardaba que su compañera saliera de los dominios de Morfeo. Sonrió traviesamente al recordar las horas anteriores, había sido algo realmente intenso, en parte porque le había pedido que utilizara sus habilidades con él y en parte por lo mucho que la deseaba. ¡Y vaya que la deseaba! La mujer era como fuego liquido en sus brazos y no tenía inhibiciones cuando de “jugar” se trataba. ¡Rayos! No se había equivocado al pensar que Ella lo había salvado, si, esa mujer lo había rescatado y seria su perdición, si es que primero no lo mataba de un ataque al corazón o lo mataría la abstinencia. Y él, maldito fuera si lo negaba, moriría feliz.


IV

Quisiera escaparme, marcharme lejos un tiempo indefinido, pensó nostálgico su corazón abrumado, sin embargo, él más que nadie sabía que no lo haría. No, nunca se rendiría porque eso era su vida: rastrear. No podía si quiera concebirse a si mismo como aquel cobarde que huía en busca de una falsa pausa a aquella decisión tomada por sí mismo, tomada por necesidad, por una necesidad aun más grande que su necesidad de respirar, que el deseo de su cuerpo por el agua, aun más poderosa que la pasión que consumía y quemaba sus venas.

Era simple, se movía, buscaba, rastreaba, encontraba y tomaba.
Esas premisas hacían de él lo que era, lo que siempre había sido: un cazador, un guerrero. Era un luchador como los antiguos, dispuesto a sacrificar la vida y la fuerza por aquello que les pertenecía, por quienes les pertenecían y ¿no era acaso eso lo mismo que él había hecho? Entregar la vida, corrección, el alma, por aquella que le pertenecía. Su mente, traidora y aliada, le echaba todas aquellas cosas en cara mientras caminaba en medio de los despojos humanos que se esparcían a lo largo del paisaje.

Si, despojos.
Ellos no habían mentido, nadie había sido sometido en contra de su voluntad y a nadie le negaban la libertad de marchar, simplemente nadie deseaba hacerlo. Una vez que tu piel sentía el roce de sus manos, el aliento sobre tu cuerpo, la cálida y electrizante mirada que recorría la figura humana como si de alimento se tratase, entonces ya no querías marcharte, entonces te entregabas a voluntad, por el propio e irrefrenable deseo de ceder, de caer en aquel delicioso juego por las infinitas posibilidades del placer.
No eran tontos, a la par que los humanos no supieron ser precavidos, fueron pacientes y actuaron cauta y sabiamente. Tanto así que cuando los humanos quisieron reaccionar eran ya tantos los adictos y esclavos voluntarios de aquel morboso placer que poco se podía hacer contra ellos.

“Ten cuidado si planeas jugar con fuego” le había dicho Ella una vez, esa vez en que él quiso que utilizara sus habilidades con él. “A veces la quemadura no se siente en un principio… y luego nunca sana”. No, a veces nunca sanaba más él si la había sentido, la había adoptado, la había acogido en su alma. No necesitaba más pruebas de su pertenencia el uno al otro que la que llevaba tatuada a fuego y sangre en lo profundo del alma, esa marca hecha en piedra que lo convertía en esclavo y verdugo, en dueño y sirviente, en cazador y presa.

-  ¿Quieres un poco de esto? –le ofreció unas aterciopelada voz.

Tardo un par de segundos en reaccionar y reconocer dónde se encontraba y quien le había hablado. Estaba caminando por una calle algo vieja y descuidada, tan absorto en sus pensamientos que no había reparado en los grupos de seres, los despojos que viera hacia un rato, repartidos por el suelo mientras gemían y suplicaban por más del dulce veneno de Ellos.

Allí, justo en frente suyo, había un grupo de hombres acabados, vestidos con los harapos de lo que otrora fueran finos y elegantes trajes de negocios, todos ellos a los pies de una excepcional y despampanante mujer cuyo aspecto salvaje y dominante era sumamente narcótico.

Había sido esa mujer quien había hablado sacándolo de su ensimismamiento.

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