Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

1 nov 2013

Todo un día intentando mantener una objetividad que no sentía.

Era complicado. Tanto como podía serlo.
Se había pasado el día intentando no involucrarse, no comprometerse, no meter los sentimientos en nada porque no sabía qué ocurría con sus sentimientos. Estaba perdida, desequilibrada, al borde de las lágrimas.
Brutal. Esa era la palabra. Así lo describía. Ella, que poco se impresionaba ni con lo bueno ni con lo malo, estaba en ese momento llena de una sensación espesa en sus venas, en su interior, que parecía bombear lentamente a través de su cuerpo.
Asqueroso. No era precisamente lo que había pensado pero era como le parecía la situación, asquerosa en todo sentido. Le repugnaba, incluso sentía ganas de vomitar, al pensar en lo mucho que habían roto sus esquemas.
Deprimente. Ella creía, hasta ese momento había creído, a pies juntillas en la bondad innata de todo. Ella, en ese momento no quería tomar ninguna decisión, empezaba a pensar que se había equivocado tan radicalmente con todo que quizá debía simplemente borrar y empezar otra vez.
Horrible. Quizá era el simple hecho de ver algo tan perturbador, quizá era el haber sentido tal impotencia y soledad, quizá era el haber visto como iba a perderle y no habría podido hacer mucho. Se sentía horrible. Habría podido hacer más.
Agradecida. Ella había aparecido cuando más la necesitaba y eso era más de lo que había esperado. La había acompañado cuando no quería estar sola y eso valía más que cualquier cosa.
Esperanzada. Quería creer que todo no se desmoronaría pero realmente no esperaba mucho. La esperanza no era algo que le gustara, era frágil y fácil de destruir.
Desvelada. Le había tomado toda su fuerza de voluntad obligarse a dormir al menos una hora. Ella se preguntaba, como muchas veces hacía, si es que no habría algo mal que le impedía desligarse de ese tipo de recuerdos.
Aburrida. La misma rutina se repetía día a día y ella simplemente quería alejarse, desvanecerse.
Invisibilidad. Ella la veía y eso bastaba, si, pero ella no estaba ahí todo el tiempo. En los espacios intermedios, cuando ella no estaba cerca, había demasiada invisibilidad y demasiada irrelevancia. A veces le gustaba, otras veces simplemente lo odiaba.
Soledad. No estaba sola, lo sabía, pero no siempre se sentía acompañada. Quizá eso era lo que la hacía tan ella, tan diferente, vivía en dos estados bastante irreconciliables. Y le gustaban, si, pero días como ese ella simplemente no podía más.
Ansiosa. Se mantenía al borde de las lágrimas. Buscaba distracciones y sonidos que la calmaran, que despertaran esa parte de ella que era fuerte y que podía con todo. No quería permitirse derramarlas. Eran espesas, calientes, enormes y dolían. Esas tristes lágrimas que corrían por sus mejillas dejaban marcas donde pasaban y luego le recordaban lo débil que era.
Llevaba todo un día intentando mantener una objetividad que no sentía, que no le nacía, y que le parecía un desperdicio.
Se dedicaba a cazar truenos, relámpagos, lluvias. Se dedicaba a cazar la belleza de pequeñas cosas con el simple fin de no poner su atención en lo que la rodeaba, en lo que había. Los relámpagos la calmaban, la embelesaban, la llenaban de una emoción cálida y buena, creía ella, y eso le gustaba.
Los buscaba ansiosa, casi con desespero, porque ellos iluminaban el cielo que le caía encima y así no era tan malo.


Yo también cazo relámpagos la mayor parte del día, la otra parte escribo sobre ella.






(Fotos tomadas por mi en una bahía de mi ciudad la noche del 31 de octubre (Mi celebración de ese día). ).

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