¿Cómo iba el cuento?
Erase una vez (tengo un algo con las historias que simplemente me cuesta superar) un mundo diferente.
Bueno no, erase una vez ellos dos.
Los dos dueños del universo.
Erase una vez un viejo baile que significaba que todo era diferente, que implicaba que todo iba bien. Erase una vez un mundo errado donde todo estaba lleno de aire y polvo.
Existía ese mundo, ese sitio, ese espacio lleno de todo y de nada al tiempo donde las luces y los seres bailaban unos con otros y llenaban todo y la nada.
Erase una vez una calle transitada donde se encontraron dos miradas perdidas. La de él curiosa, interesada, hablando sin hablar e intentando decir algo. La de ella distraída, perdida, intentando escuchar algo de algún modo. Y en medio de todo el cemento, el pavimento, con todas sus grietas y recovecos. En medio de todo, el cemento hirviendo del medio día en el que se encontraron por casualidad.
Ella sentada miraba hacia los transeúntes porque la vista era en ocasiones interesante.
Él caminando miraba al suelo para no enredarse con sus paquetes.
Fue sólo una casualidad que ella estuviera en su campo de visión, que ella entrara en el paisaje que él contemplaba.
Fue sólo una casualidad que ella mirara hacia arriba en ese preciso momento, que ella estuviera escuchando mientras dejaba vagar su mirada por la calle.
Porque las casualidades ocurren y son grandes.
Porque las casualidades no existen y son pequeñas.
Él siguió caminando mientras ella volvía a centrarse en su conversación.
Ninguno de los dos tenía tiempo para pensar en lo que acababan de ver más que en una simple sonrisa lanzada a un desconocido para evitar la incomodidad.
Y como las casualidades son lo que son y la vida es lo que es y las cosas siguen el rumbo que siempre han seguido, el sol siguió subiendo y el trafico se hizo más pesado.
Caminaba con la cabeza baja, observando al chiquillo que llevaba de la mano y que lo miraba con la adoración de los hermanos menores.
Ella seguía en su sitio, conversando y mirando a los caminantes que tan curiosos parecían siempre.
Él fue el primero en mirarla.
Un codazo hizo que ella se diera cuenta que la observaban.
Una tímida sonrisa cruzó de un lado a otro y fue seguida por una mirada sostenida un poco más tiempo del normal.
Él siguió caminando.
Ella no se levantó a indagar.
Él no miro atrás.
Ella volvió a conversar.
Así son los días, esos días en los que los amores para toda la vida se van en medio de la calle porque la sonrisa nunca pasó de ser eso, una sonrisa.
Y como siempre, las casualidades existen sin existir.
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