Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

27 jun 2013

Lo que trajo la lluvia o la ansiedad (Otra perspectiva)

Esta es la contra-parte de la historia que hice una vez cuando estaba enferma, hace tiempo la tenía pendiente pero apenas hoy la terminé. Espero que les guste. 
Si no han leído la anterior, acá la dejo: Lo que trajo la lluvia o la enfermedad


Estaba haciendo mucho frío. ¿Ella estaría bien?

Sacudí la cabeza. Tenía que concentrarme en los documentos que estaba estudiando, por décima vez esa noche, ya que de lo contrario mi mente vagaría a buscarla. Y eso, eso era algo que no podía permitirme. 
Ella. Eso era un desastre. Dejé los papeles sobre la mesa y fui a buscar un vaso de whiskey a la cocina, el trago bajó por mi garganta como un pequeño distractor para mis pensamientos. La lluvia afuera caía torrencialmente y agradecí ese hecho, quizá eso me retendría un poco más antes de salir a la calle a dar vueltas por su zona, buscando y buscando una luz en su ventana. 
Alguien golpeó la puerta y me sobresaltó. Entonces caí en cuenta del rumbo que habían tenido mis pensamientos, había estado pensando en su calle, en los edificios, en las tiendas, en las ventanas. Pensando en su ventana, esa que veía siempre desde la calle, siempre con la luz encendida, esa a la que nunca me atreví a acercarme. 
Fui a abrir la puerta, agradecido de la distracción que suponía. Si seguía pensando en ella iba a acabar convertido en un desquiciado... Y me encontré con el infierno. Si, debía ser eso. Debía haber muerto en algun momento mientras estaba en la cocina porque eso, eso precisamente, no podía ser real. Eso tenía que ser mi propia versión del infierno.
Ella estaba ahí, frente a mi, completamente empapada y tiritando. Se veía tan delicada, tan desvalida, y a la vez tan fuerte y tan capaz. Se me olvidaron las palabras, todo el repertorio de frases ingeniosas que tenia memorizadas para situaciones con ella desapareció de mi mente. Me encontré como un adolescente miedoso y cobarde.

- ¿Estas bien? -realmente quería zarandearla y preguntarle qué condenada idea la había hecho salir bajo esa lluvia pero ella estaba aún frente a mi y yo no podía ignorar que su ropa estaba húmeda.


La hice entrar a mi departamento, era la primera vez que ella estaba ahi, era la primera que estábamos solos. Era la primera vez que yo había olvidado las mil precauciones que tomaba con ella. Le di una toalla y le pedí que se quitara su ropa mojada, no tenia qué ponerse, así que le di una de mis camisas favoritas, mientras metía su ropa a lavar y secar. Se veía tan bien con ella. La senté en el sofá y preparé un poco de chocolate caliente para ella, luego me senté en la mesa de café. Quedamos frente a frente. Pocas veces me permitía a mi mismo observar sus ojos tan directamente, eso podía ser sumamente peligroso.

Ella estornudó y me preocupé. Quise tomarla en mis brazos y meterla a la cama, arroparla, cuidar de ella.

- ¿Necesitas algo más? -si, eso fue todo lo que se me ocurrió decir.


- Gracias -dijo ella de una forma extraña.


- No me agradezcas -le dije. Y luego, con un poco de crueldad para mi mismo-, todo tiene un precio.


Su mirada me estremeció. Toda su atención estaba concentrada en mi, sus ojos la delataban. Y todo mi cuerpo reaccionó en respuesta. Estaba sentada en el sofá, justo frente a mi, y yo no podía apartar mi mirada de su rostro, de sus ojos. Es la única persona que alguna vez ha sido capaz de sostenerme la mirada.


- ¿Puedo... puedo... -mi cuerpo se tensó. Ella podía, con una sola frase, hacerme perder el equilibrio- puedo saber qué precio tendrá todo esto?


¿En serio? Ella iba y me hacía la única pregunta que yo no estaba preparado a responder. Como si yo pudiera decirle que esa frase iba conmigo, que me refería a que me mataría luego el no tenerla. Eso era tan típico  tan usual, era parte de nuestra dinámica. No contesté, simplemente la miré a los ojos y ella me devolvió el gesto. Y yo sabía que estaba siendo un gran esfuerzo por su parte, que realmente se sentía mal y que necesitaba un baño, pero no podía quitar mi mirada de la suya.

Me sentí como un imbécil al que salvaba la campana cuando noté que sus ojos estaban llenos de lágrimas y que luchaba con el impulso de sorberse la nariz. Aproveché la oportunidad para decirle que creía que necesitaba ir al baño, todo lo que quería era una tregua a su escrutadora mirada. Pude también hacer una broma, algo pequeño, para quitarle hierro al momento, le dije que parecía a punto de desbordarse. Como si eso me hubiera importado. Me daba igual si ella tenía la misma peste, para mi no había nada suficientemente dañino para alejarme. Ella se levantó y se encaminó al pasillo del baño.

- No esta allí -le dije cuando intentó abrir una puerta. Me divertía un poco su desconcierto y su torpeza-. Al final del pasillo, la puerta negra. Hay toallas secas y pañuelos por si quieres.


Me agradeció y entró. Se olvidó de cerrar la puerta, mi mente registró ese hecho con tanta fuerza y claridad que me tomó un par de segundos ser consciente del rumbo de mis pasos. Me había levantado y me había acercado a la puerta. La ducha estaba encendida, y algo en el fondo de mi mente también, pero ella no se duchaba. Yo lo sabía. Era su intento de cortina mientras se sacudía la nariz. Quise decirle que no me importaba, que era normal, que era algo natural, que lo encontraba atractivo incluso, viniendo de ella.

Entré al baño sin avisar, ella aun estaba en el lavabo, y puse mi mano en su espalda. Se sobresaltó y ese jadeo que aparece en su respiración cuando está agitada, hizo acto de presencia. 

- Calma -susurré. Era más para mi que para ella. Una voz en mi cabeza empezaba a rugir.


- Perdona -ella se disculpó. Siempre lo hacía.


- No te disculpes -una pequeña sonrisa se formó en mi rostro, era tan divertido verla siempre excusándose por todo, fuera o no su responsabilidad-. Fui yo quien te asustó. ¿Quieres ducharte?


Por mi mente pasaron mil y una imágenes en el momento en que entendí el doble sentido de mis palabras. Ella estaba muda, lívida, y nada pudo haber sido una mejor patada en el estomago que eso. 


- Oh, vaya -necesitaba que ella creyera que había sido algo inocente, un simple error de palabras por distracción, no importaba si para mi era simplemente la manifestación de un deseo-. No me refería a conmigo... -empezaba a ponerme nervioso, como un colegial, ante la idea de delatarme con ella-. Me refería a que tu te ducharas o mejor te dieras un baño. Quizá el agua fría te ayude....digo, agua caliente...

Me había convertido en un pelmazo. Me guardé mis palabras y decidí hacer algo más útil  Le alcancé una toalla, mi toalla, puse el tapón de la bañera y le pasé mis botes de champú. No era necesario, en mi departamento siempre había productos de repuesto para huéspedes. Había algo, sin embargo, un poco morboso y un poco sensual en que ella usara mi camisa, mi toalla, mi bañera, mi champú. Que su cabello llevara mi aroma, aunque fuera gracias a ese hecho, era algo que no quería dejar pasar. 


- Te dejaré sola.... -era urgente que me fuera- A menos que quieras compañía...


Era frustrante el no poder controlar mis palabras con ella. Era un títere. Estaba hecho nada más y nada menos que eso. Salí del baño y puse el pestillo a la puerta, así al menos no me sentiría tentado. Mientras ella se bañaba, me encargué de preparar la habitación de huéspedes, era la única que podía ofrecerle. Cambié las sábanas y abrí un momento la ventana. Luego fui a la cocina y preparé un poco de caldo. Sentía una enorme urgencia de ocupar mi tiempo con algo diferente a pensamientos respecto a ella, al motivo que la había llevado a mi casa, al milagro o la condena que me obligaba  a atenderla y cuidarla sin poder tocarla más allá de eso. Infierno, eso era. Pero también era el cielo. Era el paraíso en la tierra. Era todo lo que podía desear y pedir de la vida. Era ella. El tiempo se hacía eterno. Miré el reloj en la pared de la cocina, apenas había pasado una media hora. Estaba al borde. Estaba a punto de romperme la cabeza contra la mesa para evitar ir a buscarla. Le dí un rato más. Sin saber por qué, hice una llamada telefónica y conseguí que me trajeran un enorme paquete de fresas rojas y jugosas y una botella de vino, llegaron incluso antes de que ella saliera del baño.

Al cabo de una hora, fui a tocar la puerta. Le pregunté si estaba bien, si se sentía mejor. Escuché algo de movimiento y la puerta se abrió justo cuando yo pensaba tocar de nuevo. Había pensado que estaba en un paraíso infernal, eso confirmó mis sospechas.  Retrocedí un paso y tuve que aclararme la garganta. Como pude le dije que había hecho algo de caldo y que me acompañara a la cocina. Me da la impresión de haber dicho algo sobre alimentarla o algo así, o quizá sólo lo pensé. Ella se sentó en el taburete de la cocina y yo le serví. Se veía adorable comiendo. No pensé que ella tuviera ese apetito y me encontré sonriendo al verla.  Lavé los platos mecánicamente, era algo usual para mi. Yo sabía moverme perfectamente dentro de mi cocina, sabía moverme perfectamente, excepto cuando estaba frente a ella. Cuando estaba frente a ella me sentía como un torpe, como un muchacho.

Nos sentamos de nuevo en la sala y, en un momento de estúpido masoquismo, me acerqué y la cubrí con una manta. Me senté a su lado y encendí la televisión. Quizá encontraría algo que valiese la pena y que pudiera distraerme. No podía, sin embargo, alejarme de ella. Esa era la peor idea que podía haber tenido, pero se sentía condenadamente bien estar a su lado. Aproveché mi oportunidad lo más posible, coloqué mi brazo detrás de su hombro, y la arropé un poco mejor porque estaba tiritando. Le pregunté si se encontraba cómoda y ella giró a mirarme, me obligué a mirar fijamente la pantalla mientras ella me aseguraba que estaba bien. No sé qué estaban presentando en la televisión, sé que ella empezó a cabecear casi veinte minutos después y dejó caer su cabeza sobre mi hombro. Si me golpeaba un rayo no habría podido ser igual de impactante. Todo mi cuerpo se envaró y supe que si no me movía, acabaría en desastre.

Como un cobarde, me excusé y le dije que tenía trabajo pendiente. Como si ella no supiera que era una mentira. Habíamos terminado todo el trabajo antes del fin de semana, era imposible que me creyera. Me sorprendió, a pesar de la mirada impactada que cruzó su rostro, seguida de una sombra de dolor, lo único que hizo fue pedirme que le permitiera quedarse en mi cuarto de huéspedes. Entonces fue que supe que ella no había pedido quedarse, que yo había arreglado el cuarto de huéspedes como un impulso esperanzado en algo que me haría más mal que bien. Me limité a asentir y sin mirarme más de lo estrictamente necesario, ella se dirigió a donde pensaba que estaba el cuarto de huéspedes. No pude contenerme.

- Es la última puerta de la derecha -le dije cuando ella había dado ya unos pasos, curiosamente iba en la dirección correcta.

Me quedé solo en la sala después que ella se fuera. Escuché atentamente y pude incluso reconocer el leve sonido de los muelles de la cama cuando se acostó. Se había puesto una camiseta mía como pijama y sus bragas, que ya habían sido lavadas y secadas. Era extraño sentirla tan cerca y a la vez tan lejos. Me sentía en una nueva clase de infierno. Yo, que tan a menudo cometía la locura de ir hasta su calle y observar su ventana desde lejos, ahora la tenía a unos cuantos metros de distancia; estaba tomando todo mi autocontrol no aparecer en la puerta.
Me serví otro trago y empecé a comerme las fresas que había dejado en la nevera poco antes. Sin saber realmente cómo, recordé el día en que la había conocido. Estaba manejando por la autopista cuando casi la arrollé con  mi auto. Tonta chica, había cruzado la calle en el momento menos adecuado. Pocos días después, apareció en mi oficina con un trato. Dijo que yo nunca podría negarme, y que, con mi influencia y poder, haríamos un gran equipo. Nunca me permitió creerme más de lo que era o merecía. Nunca se le pasó por la cabeza destinarme uno de esos halagos vacíos.
Habíamos estado trabajando juntos por unos cuantos años. La había deseado desde ese primer día en que la vi, sin embargo, nos habíamos  convertido en socios, y maltratar semejante acuerdo me daba una sensación de repulsa que no lograba manejar. Había incluso cometido el grave error de convertir nuestra relación en algo similar a una amistad. Había pensado que, ya que no podía tenerla, podría cuidarla y ser su amigo. Mentira. No soportaba saber que salía con otros hombres o que siquiera pensaba en ellos. Me hacía hervir la sangre cada que mencionaba el nombre de algún hombre, incluso si era simplemente uno de nuestros clientes. Ella era mi socia y compañera, era nuestro negocio, nuestro emporio, hecho a base de sus ideas y mi influencia. Hecho a base de nosotros dos. Era inconcebible que lo arruinase con una relación que quizá no funcionara. Porque no funcionaría. Ella y yo eramos incompatibles. Ella era tan desordenada, tan inconsciente de la autoridad, tan irrespetuosa por las clases sociales, tan rebelde. Yo era un modelo moldeado y diseñado especialmente para atender mi empresa y mi titulo, no podía encajar con ella. Ella era todo lo que yo no era y viceversa, eso no funcionaría.
La botella estaba vacía y la de vino estaba ya casi vacía. Una botella nueva que había abierto apenas ese mismo día y una que había comprado pocas horas antes. Las fresas se me habían terminado también. No me quedaba nada con que entretenerme. Iría a la cama y me olvidaría de mi huésped, si, eso haría. Miré el reloj, era más de media noche. Dejé las cosas en la cocina tal y como estaban, ya me ocuparía de eso por la mañana. Fui directo a mi habitación, intentando no pensar mucho en la mujer que dormía en el cuarto de huéspedes. No pude llegar a mi puerta. Me detuve en medio del pasillo debatiéndome si llamar o no para confirmar cómo estaba ella. Antes de poder reaccionar incluso, ya estaba abriendo la puerta con todo el cuidado del que era capaz. Pensé que estaría dormida, me equivoqué. Cuando me preguntó si pasaba algo no fui capaz de articular algo más allá de un simple "no" por debajo de mi aliento, simplemente di un paso adentro. Ella intentó incorporarse en la cama pero le pedí que no se esforzara, me preocupaba mucho que hiciera cualquier esfuerzo. Me dejé caer de rodillas junto a la cama, observándola. Se veía extrañamente adorable con mi camiseta puesta y su cabello despeinado. Entonces entendí la razón por la que estaba allí. Ese era el momento. Ese era el lugar y el tiempo en el que debía simplemente condenarme a mi mismo. Lo iba a decir.

- ¿Quieres saber qué pensé cuando te vi en mi puerta hoy? -no había pensado empezar por ahí pero para lo que pensaba decirle, ese era tan buen inicio como cualquier otro.

Dijo si y agregó un por favor. Tan típico de ella. Me tomó un momento ordenar mis palabras antes de empezar. Estaba a punto de lanzar por la borda todo lo que había hecho en los últimos años para ocultar lo que sentía.

- Pensé ... pensé que tenía que estar en el infierno.

Pude ver que mi elección de palabras la había herido y que sus ojos empezaban a brillar con las lágrimas que querían salir. Sin embargo antes de que pudiera decir nada, continué mi absurda confesión. Le expliqué como, para mí, el infierno era eso mismo. Verla a ella llegar en un estado en el que simplemente quería cuidarla y darle todo lo que podía, y eso me era imposible. No podía tocarle, por mucho que deseara su compañía. No había nada peor que eso.

- ¿Entonces no te desagrada mi presencia? -me preguntó. No pude entender cómo sus procesos mentales habían llegado a semejante conclusión pero no había nada más alejado de la realidad.

De pronto me encontré diciéndole lo mucho que había deseado besarla cuando la vi en mi puerta, calada hasta los huesos. Le dije como había deseado abrazarla y calentarla en el sofá y que había tenido que echar el pestillo a la puerta del baño para refrenarme a mi mismo. Ella dijo mi nombre, intentando interrumpirme, pero yo debía decirlo. Le expliqué que me había requerido todo el autocontrol que poseía no haberla besado en el sofá y que, cuando su cabeza cayó sobre mi hombro, eso había sido demasiado. Había tenido que hacer algo y, claro, había usado la excusa más tonta posible. Pero eso fue después, en ese momento sólo había podido verla a ella pidiéndome que le dejase quedarse en el cuarto de huéspedes ¡Como si hubiera podido negarme! Estaba casi loco. Y luego le confesé mi episodio con las fresas y la botella, antes de quedarme en silencio. Estaba sorprendido y aterrado por todo lo que había dicho.Acababa de confesar más de lo que nunca había pensado. Estuvimos unos cuantos minutos en silencio.

- ¿Cuanto? -preguntó ella de pronto.

- ¿Disculpa? -no estaba seguro de haber entendido su pregunta.

- Jack -dijo, como si hablara con un niño-, ¿hace cuanto ... hace cuanto crees que esto es el infierno? -concluyó usando mis propias palabras, supuse que porque no encontraba otras. Eso me agradó en cierto modo y sonreí. 

- Desde el día en que casi te arrollo con mi auto -respondí, temiendo su reacción.

Ella, de pronto ella sonrió. Y el mundo se llenó de esperanza y la noche de calor. Dijo mi nombre. 

- Jack, no sabes la de veces que he deseado que no me hubieras casi arrollado con tu auto -Y el mundo se rompió de nuevo-. Porque entonces no habría estado todos estos años pensando que debía estar en el infierno por desear algo que no podía tener.

Me tomó un momento entender exactamente de lo que hablaba. Básicamente porque mi mente se negaba a aceptar que ella pudiera sentir eso que yo sentía, o al menos una mínima parte. Todo volvió a estallar en esperanza y calor. Luces de bengala brillaban alrededor de su cabello, como si todo fuera un carnaval. Una parte de mi mente aún estaba algo reacia, pero todo mi cuerpo decía que era cierto, que era así. Me costaba demasiado contenerme. Me incliné hacia ella y levanté su rostro hacia mi. Estaba dispuesto a besarla cuando .... se apartó.


- Jack, estoy enferma... -esa era la peor excusa del mundo. Sujeté sus manos a sus costados, me negaba a permitirle retroceder nuevamente, y me incliné más haciendo que se recostara en la cama. 


- ¿Tu crees -empecé mientras bajaba y acariciaba con mi nariz su clavícula y su garganta- que después de tanto tiempo... a mi.... me detendrá... un simple resfriado? -terminé mordiendo su barbilla y ella se retorció bajo mi cuerpo.

Y la besé. La besé con toda la ternura de la que era capaz, con calma, saboreando y disfrutando cada momento. Ella estaba inmovilizada por mis manos y el poder hacer sin que se negara era embriagante. 


- Jack -dijo cuando abandoné sus labios para besar su cuello.

- Mmm -fue lo único que logré articular.

- ¿No quieres tocarme?

Su pregunta me dejó de piedra. ¿Acaso ella pensaba que no deseaba tocarla, que no soñaba cada noche con tenerla entre mis brazos y recorrer cada centímetro de su cuerpo? La miré a los ojos y ella se sintió movida a seguir hablando, a explicarse.


- Digo, porque yo sí quiero tocarte y es demasiado difícil si no sueltas mis manos...


Mis ojos dejaron los suyos y vagaron hasta nuestras manos, a sus manos que yo sostenía firmemente. Sonreí.

- Lo siento -decidí asegurar mi victoria y la posibilidad de su rendición inmediatamente-. Solo te soltaré si me prometes no usarlas para apartarte de mi. Y no me importa que estés enferma -le aclaré, con toda la convicción que pude imprimir a mis palabras.

- ¿A quién rayos le importa si estoy enferma? -respondió con una ansiedad que yo no había considerado, aunque me alegró que al fin entendiera el punto principal: a mi tampoco me importaba su enfermedad- Yo lo que quiero es poder sentirte, a ti -me miraba fijamente mientras lo decía y eso me estaba haciendo perder el poco control que me quedaba.


Con toda la lentitud de la que fui capaz, me incorporé y solté el agarre de sus manos. Dejé vagar mis dedos a lo largo de sus brazos hasta sus hombros y cuello, sabía que le estaba dando cuerda y que pronto yo mismo acabaría sin poder controlarme, así que aproveché los pocos instantes de cordura que tenía y la besé. Esta vez no fui suave, no fui tierno, esta vez la besé con todos los años de deseo reprimido que tenía, con todo el amor y el calor que llevaba guardados en el alma, la besé con todo lo que era. Ella empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos, el calor en mi pecho aumentó y mi corazón empezó a latir aún más. La deseaba demasiado. Con una velocidad que me dejó algo aturdido, ella se las arregló para moverse e invertir nuestras posiciones, quedando a horcajadas sobre mi abdomen. Por primera vez, no sentí celos de nadie, de nada. Ella estaba conmigo, era a mi a quien besaba, era mía la camisa que desgarraba... ¿La camisa que desgarraba? Mi mente volvió al momento justo cuando ella terminaba de romper los botones de mi camisa para abrirla y sencillamente me dejé llevar.

No puedo decirles más, ella me retiene a su lado, lugar que no pienso abandonar.

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