Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

27 feb 2012

Ultima pintura IV



4

La puerta se abrió lentamente, sobresaltándolo. El hombre reprimió una maldición. Una parte de él quería tomarla en brazos, llevarla arriba y azotarla por cometer semejante imprudencia, incluso sabiendo quien la perseguía; la otra parte estaba agradecida porque ella no se hubiera ido aun y por tener esa oportunidad. La mujer estaba envuelta en una bata de seda que realmente no hacia mucho por cubrir su desnudez, y sus cabellos húmedos se adherían a la piel de su cuello y rostro. Estaba exquisita, incluso sin arreglar, ella poseía ese aire de elegancia natural y de belleza que la hacían destacar en los salones más atestados de gente. Que pensaría ella si supiera que él había estado tras sus pasos por tanto tiempo. Si le dijera que era él a quien ella volteaba a ver al doblar cada esquina, al cruzar cada calle, al entrar a cada tienda. Que era él la razón por la que ella estaba en esa vieja y destartalada casa.

—Oh, eres tu –la mujer no parecía muy sorprendida de verlo allí, igual que tampoco había estado muy sorprendida en el cementerio.




—No debiste marcharte así –fue todo lo que él pudo articular.

Ella sonrío gentilmente. Su expresión le recordaba a la de alguien que habla con un niño pequeño, con alguien que no puede entenderle. Sin embargo su sonrisa fue fugaz y un destello de inquietud remplazo la sonrisa en sus ojos.  En un gesto sin palabras le invitó a entrar a la casa.

—No me dejaste otra opción –respondió cuando él paso a su lado para entrar.

Ella cerró la puerta en silencio y se volvió para encararle. El hombre se hallaba entretenido observando el interior de la casa, era la primera vez que estaba ahí adentro al mismo tiempo que ella. Se trataba de una sensación extraña pero no desagradable, nada de ella podía parecerle desagradable. Grigori volvió su atención a ella cuando la sintió moverse a su lado. La mujer le tomo del brazo y le instó a acompañarla escaleras arriba.

—Me temo que aquí abajo no puedo atenderte –susurro ella, con un seductor acento-. Quizá arriba estés más cómodo.

El hombre no pudo sino asentir desarmado. Había ido porque no tenía otra opción, porque no hallaba forma de estar sin ella, y se encontraba con una mujer demasiado predispuesta a ser seducida. O mejor dicho, demasiado decidida a seducirlo. Ella le tomo de la mano y lo guio a través de las escaleras. Él caminaba a sus espaldas y se le hacía imposible no notar como la bata se ajustaba a las bien cuidadas piernas y a las curvilíneas caderas de esa mujer. Ella era un trofeo, un premio, que estaba hecho para ser exhibido en un aparador en lugar de en aquel sitio ruinoso y alejado del mundo; sin embargo, y por razones que él apenas empezaba a entender, ella lo prefería así. Empezaba a ver que, incluso después de tanto tiempo a sus espaldas y siguiéndola, ella no era lo que había creído.

Al llegar a la cima de las escaleras ella giro a la derecha y siguió jalando la mano del hombre hasta que entraron en el baño, una de las pocas habitaciones decentes del lugar. Ante el gesto confuso de Grigori, ella le sonrió pícaramente y se desabrochó la bata.

—Te informo, querido, que tu llegada interrumpió mi baño –solo entonces notó él a tina llena de agua espumosa y las huellas mojadas que se esparcían por el suelo, así como lo empapada que estaba la bata de la mujer. Eso no fue muy buena idea, la bata húmeda se pegaba a los contornos del cuerpo de aquella seductora sirena y marcaba con precisión cada curva-. Así que, como pago –prosiguió ella, ignorando el escrutinio al que era sometida-, vas a tener que ayudarme a terminarlo.

El silencio que siguió a aquellas palabras fue tan intenso que habría podido oírse caer un alfiler. Grigori estaba pasmado ante el descaro y la picardía de aquella mujer. Pasmado y completamente cautivado. Ella, por su lado, se sentía asombrada por su audacia y por su sensualidad, aspectos que nunca había experimentado en su vida anterior, y si bien tenía miedo de la posible reacción de él ante eso, se sentía viva y feliz.

—¿A qué esperas? –dijo ella, soltando del todo las cintas de la bata y dejándola caer a su espalda, para luego meterse lentamente en la tina.

El agua de la tina estaba aun caliente y ella ronroneó al delicioso contacto. La fragancia de rosas que inundaba el ambiente, mezclada con el olor de lluvia que él llevaba impregnado en su ropa, saturaba los sentidos de ambos y creaba una burbuja únicamente para ellos dos. El hombre se despojo de su chaqueta con movimientos torpes y se sacó la camiseta, también empapada al igual que los zapatos y las medias. Se había quedado únicamente con el par de blue jeans, que también se hallaban mojados. Se sentó en el suelo, junto a la tina, dándole la espalda a ella, incapaz de controlar sus propias emociones. Se sentía como un colegial en frente de su primer amor y la ironía de la situación le hizo reír. No era un colegial, era un hombre experimentado y ella no tenía por qué tener aquel poder sobre él. Un suave gemido le hizo devolver su atención a la tina donde la mujer tomaba su baño. Provenía de ella y había sido tan bajo que en un principio él había dudado de si era real.

La realidad de aquella mujer a su lado lo saco de su ensimismamiento. Se puso de rodillas y metió la mano en la tina, ella adivino lo que quería y le puso la esponja en la mano. Él, con movimientos suaves y delicados, limpio su cuerpo y la acaricio con ternura. Para él todo aquello iba cargado de un significado muy diferente al de darle un simple baño; para él, un cazador experimentado en hallar a su presa y obtener lo que deseaba, el cuidar de esa mujer era su redención. Había decidido abandonar mucho antes de que Nicolai apareciera ante él con aquella jugosa oferta, no era por dinero, tenía todo el que necesitaba, pero cuando el hombre le mostró la foto de ella no pudo negarse. Tenía que verla con sus propios ojos,  ella, la única mujer con la que había soñado alguna vez y que ahora era su presa. Se peguntó hasta donde sabría ella la verdad y si esa verdad no le hacia odiarle.

—Hay algo –dijo él armándose de valor- que debes saber.

—Detente –dijo la mujer-, no quiero que lo digas.

—Pero…

—Basta. No pienso hablar de él esta noche. Sé quien eres y a qué viniste. Así como también sé que este no era el plan, ¿o si?

El hombre negó con la cabeza. Sus manos frotaban la esponja a lo largo de la espalda de aquella sirena. El agua jabonosa resbalaba a lo largo de sus brazos y le había mojado el cuerpo, el piso estaba completamente empapado de cuando ella se levantara a abrir. La mujer se dio la vuelta, impidiendo que el siguiera con su labor, y dejándole paralizado ante su delicado cuerpo.

—Ambos sabemos que, una vez llegue el día, las cosas cambiaran. Podemos disfrutar de esta noche, al menos.

Sin saber bien que decir, Grigori simplemente asintió y dejó caer la esponja en la tina.

—Ven conmigo –dijo ella.

El hombre no necesitó más invitación. Se despojo del pantalón y entró a la tina con ella. No hicieron más que estar ahí, abrazados el uno al otro, recordando y conversando sobre las muchas noches que habían vivido separados. Al poco rato se levantaron y él la llevo en sus brazos a la habitación. Entre risas y jadeos forcejearon y jugaron toda la noche, amándose como nunca habían amado a nadie y llenando la silenciosa oscuridad nocturna con sus jadeos acompasados y sus gemidos desesperados. En medio de todo el juego él observó la maleta que ella había dejado en un rincón de la habitación, se detuvo y ella rogó por que siguiera besándola y acariciándola, en cambio él se levanto de la cama y se dirigió a donde se hallaba la maleta.

—¿Te vas a ir? –le pregunto al tiempo que abría la maleta y observaba todas las cosas ahí guardadas.

—¿Qué esperabas? No pienso vivir huyendo.

—No puedes dejar que te encuentre –él se veía nervioso y preocupado-. No pienso permitirlo.

Ella se levanto tranquilamente de la cama, exhibiendo su cuerpo desnudo con el convencimiento de que lograría distraerlo, sin embargo el hombre en lugar de observar su cuerpo como si fuera una mercancía o una posesión, poso la mirada en su rostro y cruzo la habitación para abrazarla.

—No lo hagas –susurró él contra su cabello.

—No tengo opción.

—Siempre hay una opción.

—Lo dice el enviado a capturarme –él se estremeció al oír eso. Ella sabía entonces cual era su papel en todo eso-. Lo lamento, pero ya me canse.

La mañana llegó mucho antes de lo previsto. Ella despertó en silencio y se levantó de la cama. Él dormía tan profunda y pacíficamente que no deseaba despertarlo. Tomó la maleta que había organizado la noche anterior, la misma que él había abierto, la cerro de nuevo y salió de la habitación en silencio.

Grigori despertó con una sensación extraña en su piel. Miro a su alrededor pero ella no estaba ahí. Se levantó de la cama y examino mejor la habitación. La maleta estaba en una esquina, cerrada, y la puerta del cuarto se hallaba abierta. Salió de la habitación y escucho ruidos provenientes del baño, una oleada de alivio lo recorrió al tiempo que la preocupación tomaba nuevamente las riendas de su cuerpo. ¿Lamentaría ella algo de lo ocurrido, tendría miedo de lo que Nicolai pudiera hacerle?  Al llegar al baño la encontró sumergida en la tina.

—Buenos días –dijo ella.

—Buenos días –respondió él-. No me gusta despertar solo.

—Lo lamento. Deseaba tomar un baño. Espero no te moleste.

Ante la tranquilidad que ella emitía, Grigori se sintió perdido. Era la primera vez que no quería cumplir su trabajo, a pesar de haber tenido miles de ocasiones en el pasado para haber deseado lo mismo. Aquella mujer, aquella joven, porque no era muy mayor, le había hecho cuestionarse la legitimidad de su trabajo y todo aquello por lo que había trabajado. No quería llevársela a Nicolai, quería encerrarla en algún lugar lejano y tenerla solo para él.

—Ni lo pienses –dijo ella.

—No he pensado nada –se defendió el hombre.

—Claro que si. Sé lo que estas pensando y la respuesta es no. Me lo prometiste.

El hombre arrugó la cara ante esas palabras. La noche anterior, entre besos y palabras, ella le había hecho prometer que cumpliría su trabajo, que la llevaría ante Nicolai. Él había intentado por todos los medios negarse pero no había tenido otra opción.

1 comentario:

  1. Hola guapa!, vengo por un par de razones:

    Una: Para saludarte y desearte un lindo día.

    Y dos: Para informarte que el Sábado 25 fue el primer aniversario del club al que perteneces y que para celebrarlo he organizado un concurso/sorteo:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com/2012/02/hoy-es-el-primer-aniversario-del-club-y.html

    Espero que te animes a participar.

    Saludos y hasta otra!, muak!

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