RETRATOS DOLOROSOS
I
Un ruido en la ventana la despertó de su
ensoñación. Otra vez se había dormido en la ventana, era ya la quincuagésima
noche seguida. Suspiró mientras se levantaba de la vieja mecedora de madera que
había junto a su ventana, gustosamente dormiría durante mil siglos si le fuera
posible. Si le fuera posible.
Las lágrimas arremetieron contra sus ojos con
impresionante velocidad. Sorprendida se llevo una mano al rostro, no podía
llorar pero ahí estaba la sensación. Quemándola, ahogándola, succionándole la
tranquilidad que el sueño podría darle. Se restregó los ojos con las manos
intentando en vano deshacerse de la sensación. Tardo unos momentos en darse
cuenta de que sus manos temblaban también y maldijo por lo bajo mientras
intentaba alejar de su mente los recuerdos que le hacían desear morir a cada
segundo.
-
¿Qué haces despierta? –amaba su
voz.
Amaba todo de él. Amaba el modo en que la luz de la luna brillaba sobre su pálida piel, amaba el modo en que su cabello se ondeaba con el viento y la sensación de los gruesos mechones entre sus dedos, amaba la forma en que su cuerpo fuerte la hacia sentir tan pequeña como una niña, amaba la forma en que sus manos la recorrían con furia, con deseo, con pasión.
Habría amado
incluso el suelo que pisaba. Pero él no la amaba. Nunca podría hacerlo,
nunca lo haría, sin importar que ella lo hubiera creído posible en un
principio.
- Solo miraba por la ventana –respondió sin apenas mirarlo. Su vista estaba concentrada en los pequeños insectos brillantes que jugueteaban en una lejana rama de un abeto sembrado en el parque fuera de su ventana.
- No se por qué te empeñas en esto. Bien podrías irte y hacer tu voluntad, no te retengo más que cuando te necesito pero eres perfectamente libre –su voz sonaba cansada. Nathaniel, que dulce era su nombre, le había repetido lo mismo las ultimas cincuenta noches y las ultimas cincuenta noches ella se había visto imposibilitada a marcharse.
- Sabes que no lo haré. Permíteme quedarme, por favor.
Nathaniel frunció el ceño. Si bien tenía un gran cargo y la habilidad de esclavizarla, no quería hacerlo. Ella era libre, ni siquiera quería retenerla, y no le gustaba que suplicara. Se dio la vuelta y salió de la habitación sin añadir nada. Laura suspiró y se dejo caer de espaldas en la cama. La oscuridad la engulló como siempre y pronto su corazón empezó a sangrar en silencio por todo lo que deseaba y nunca tendría.
II
Ellos. Habían revelado su existencia un par de años atrás y los humanos habían sido demasiado fáciles de conquistar. Deseaban lo que Ellos podían darles, deseaban el placer que Ellos podían causar. Incluso si su fuente de vida era la pasión humana, Ellos no eran seres desagradecidos, a cambio de poder alimentarse causaban un placer abrumador a sus victimas. Una vez habías estado con uno de Ellos no había vuelta atrás, les deseabas el resto de tu vida, no concebías placer más grande ni necesidad más intensa. El nuevo orden del mundo no era muy diferente del anterior. Ellos no obligaban a nadie a permitirles alimentarse, los humanos se ofrecían demasiado voluntariosos y Ellos a cambio los protegían y les garantizaban seguridad. Si un humano no quería ser alimento de nadie no pasaba nada.
Laura era una de
las pocas humanas que no se había ofrecido voluntariamente. Ella nunca habría
accedido a ser propiedad de nadie y mucho menos de Ellos. La trampa que la
había llevado allí también había causado su perdición. No solo había terminado
como una fuente de alimento para uno de Ellos sino que, sin quererlo, había
quedado perdidamente enamorada de él. Nathaniel, su nombre sabía a gloria y a
algo más, algo potente, algo maravilloso.
III
Aun cuando no
era de su incumbencia lo que esos maleantes hicieran con ella, él no había
podido dejarla a su merced por lo que la rescato y la llevo a su hogar. Laura no tenía
donde quedarse, no tenía familia, no tenía nada más que un cuerpo deseable y un
apetito voraz. Nathaniel no echaba en falta nada, tenía todo lo que el dinero
podía comprar, todo lo que podía desear, pero no tenía alguien con quien
compartirlo. Nunca tendría a alguien con quien compartirlo, al menos ya no. El único amor
que hubiera podido tener alguna vez había muerto hacia demasiado tiempo y su
fantasma vivía debajo de la piel de sus manos, de su pecho, disuelto en la
sangre que corría por sus venas.
Sin detenerse a
pensar en la situación, Nathaniel adoptó a Laura bajo su techo, le ofreció su
protección y abrigo, cuidó de ella y la llenó de mimos. Pero no le dio lo único
que Laura pudo desear. Sentado en su
estudio, Nathaniel pensaba en lo mucho que Laura se parecía a ella. A Darlene.
Aunque Laura tuviera el cabello del color del oro y su tez nívea estuviera
cubierta de pecas, su rostro era el mismo de Darlene. Su Darlene. Había sido su
esposa siglos atrás, en una época llena de guerra y destrucción. Había muerto
también, muchos siglos atrás, a manos de un grupo de soldados griegos que la
confundieron con una espía, ella ni siquiera pudo defenderse mientras las
espadas atravesaban su cuerpo, su corazón y su vientre, donde se formaba el
pequeño hijo que ambos esperaban.
Un escalofrío
recorrió el cuerpo de Nathaniel, pensaba en ella todas las noches. Era su único
amor, su vida. Los de su clase conocían el amor una sola vez en toda su
existencia y, si este se iba, no podían volver a amar jamás. Darlene había sido
el suyo y ahora se había ido. Nuevamente los temblores sacudieron el cuerpo del
hombre, que se removió incomodo en su asiento. Él sabía lo que Laura sentía, lo
veía en su mirada, lo sentía en su cuerpo al yacer bajo él, por eso se había
visto obligado a contarle la verdad, a hablarle de Darlene y de su final, de su
maldición, de la imposibilidad de darle lo que ella necesitaba. Laura había
escuchado impávidamente hasta el final, entonces, cuando Nathaniel había
terminado de hablar, prorrumpió en sollozos.
El hombre estrelló la copa que tenía en la mano contra la pared más cercana y el ruido del cristal al quebrarse le produjo cierta satisfacción. No podía remediar el dolor de Laura ni el suyo propio, y ciertamente no debía permitir que la joven permaneciera a su lado sabiendo lo que sentía hacía él y que nunca podría corresponderla, pero ella se negaba a irse. Se negaba a abandonarle y cuando se ofrecía tan voluntariamente a entrar en su cama, él no podía oponerse, podía no amarla pero su cuerpo la necesitaba y ella poseía un delicioso cuerpo lleno de lujuria.
Nathaniel dejo escapar un gemido al recordar la primera vez que había estado con ella. Hacia casi dos meses que la había rescatado de aquel grupo de maleantes que pretendía violarla y, al ver que estaba completamente sola y desamparada, la había llevado a vivir bajo su protección. No fueron la bondad ni la simpatía las que lo movieron, fue el parecido. Ella le recordaba tanto a Darlene que no podía dejarla allí. Laura, aunque agradecida, le había dejado en claro que no dormiría con él y que mucho menos le alimentaría, cosas que para Nathaniel eran lo mismo. Al principio intentó ser su amigo, llevarse cordialmente, pero ambos eran almas lujuriosas y ambos llevaban solos demasiado tiempo. Una noche Laura se escabulló en la habitación de Nathaniel mientras este dormía y se escurrió desnuda entre las sabanas. El hombre, que soñaba, como todas las noches, con su esposa muerta, no supo que había sido Laura hasta que estuvo dentro de ella y la joven gimió de placer. Incluso así, Nathaniel no había podido contenerse y había seguido embistiendo y poseyendo el cuerpo de la tan dispuesta mujer que se hallaba en sus brazos.
- Di mi nombre –había pedido Laura mientras él la penetraba.
- Darlene –había dicho él.
Si la mujer se sintió herida o rechazada no lo demostró, al contrario, la impresión de Nathaniel fue que la joven se había excitado aun más al oírlo llamarla por aquel nombre. Había sido delicioso, no podía negarlo, y a su cuerpo se le había hecho casi necesario entrar en ella, poseerla, dominarla, clavarse en su interior y huir del fantasma que lo acosaba sin descanso.
IV
Laura soñaba con una habitación a oscuras, una cama ocupada por un demonio y ella entrando en esa cama para yacer junto a él. El demonio de cabello cobrizo y ojos negros dormía profundamente cuando ella levantó las sabanas y se acurrucó, completamente desnuda, a su lado y notó que él también se hallaba desnudo, la excitación la recorrió de pies a cabeza y avivó el fuego que latía en su cuerpo. Le había costado horrores decidirse a hacerlo pero al final pudo más la lujuria que le despertaba aquel ser, que lo que su corazón dijera. Él reaccionó entre sueños a su cuerpo y a sus caricias, la beso con pasión y con fuerza, y la coloco debajo de él para poder tomarla a gusto. Laura fue consciente del momento en que Nathaniel despertó del todo y de la lucha interna de este por apartarse de ella o seguir, ella lo animo a seguir mientras movía su cuerpo debajo de él y el hombre se dejó llevar.
- Di mi nombre –le había pedido ella, deseando saber que él la deseaba.
- Darlene –fue lo que escuchó en respuesta.
Ella sabía quien era Darlene, la esposa muerta de Nathaniel, y si bien esto debió haberla herido, ella solo pudo sentir ternura y desolación por ese ser que se encontraba entre sus brazos. No le importaba si él no la llamaba por su nombre, la había llamado como alguien a quien amaba a pesar del tiempo y la muerte y para ella eso valía mucho. Después de esa noche, Nathaniel y ella no habían podido volver a controlar bien sus cuerpos. Se excitaban al más mínimo roce y se revolcaban en cualquier lugar, pero no había sentimientos de por medio, no de ambas partes. Ella le amaba, lo había sabido noches antes de ir a su cama y era eso lo que la había impulsado a hacerlo, aun después de saber acerca de Darlene. Él no la amaba, nunca podría y ella lo sabía, pero su cuerpo la deseaba, la necesitaba para saciar la sed que le producía el eterno fantasma de su esposa.
Laura despertó entre sollozos, lo amaba y estaba dispuesta a quedarse con él incluso si él amaba aun a Darlene, pero eso no lo hacía menos doloroso. Él podía darle cualquier cosa, lo que ella deseara, pero no su corazón.
V
Vivir en el limite entre la cordura y el desenfreno, entre el control y el amor a veces es demasiado para lo que una persona puede soportar.
Nathaniel era completamente consciente de ello. Había visto a muchos de su especie caer en una espiral de perversión después de haber perdido a aquellos a quienes amaban. Él mismo se había visto a punto de caer en ese abismo de insólita frialdad, lo único que lo había mantenido cuerdo y consciente era la promesa que le hiciera una vez a Darlene. Ella le había arrancado, entre bromas y juegos, la promesa de que aunque algo le ocurriera, él seguiría su vida, seguiría viviendo. No tentaría al destino. Claro que, cuando había prometido aquello, él no había considerado la posibilidad de que se hiciera realidad.
Con un pesado esfuerzo, Nathaniel se levantó del sillón donde se hallaba sentado. La parte consciente de su mente, y todo su corazón, le gritaba que debía detenerse, que lo que planeaba hacer no era correcto ni sensato. Sin embargo su cuerpo se lo pedía a gritos, le rogaba, suplicaba, y ordenaba que fuera en busca de algo que le saciase. Con el paso del tiempo se le había hecho cada vez más difícil resistirse al poder de la sensualidad y la lujuria. Cuando el mundo era más joven y él tenía alguien a quien amar, lo dominaba el corazón y no se veía tan acosado por su cuerpo. Después de perderla había también perdido práctica, control y, sobre todo, voluntad. Su cordura lindaba con el límite de su autocontrol y ya no le importaba demasiado si conservaba cualquiera de los dos. Incluso cuando…
Un sonido lo distrajo de sus reflexiones. Iba cruzando el pasillo principal de la casa en dirección a su habitación. Que extraño, había pensado dirigirse a la de Laura. Una sombra se acercó con paso lento y felino hacía él. Incluso en la penumbra sabía que era ella. Iba completamente desnuda y se movía suavemente, como si no deseara asustarle.
VI
Laura sabía que no debía presionarle, pero incluso ella tenía un límite. Y acababa de alcanzarlo. Las últimas semanas la habían malacostumbrado tanto que mantenerse alejada de la habitación de él le suponía un esfuerzo hercúleo. Decidió, a último momento, que no perdería mucho presentándose en su habitación. Después de todo, él la necesitaba tanto como ella a él. Por lo menos en el plano físico.
Estúpida, decía su mente, él no te ama, bien lo sabes. Sus sentimientos por ti no van más allá de la gratitud y la necesidad. Tú, en cambio estas demasiado involucrada.
Laura sacudió la cabeza para desterrar el pensamiento y tomo una decisión atrevida. Con un ligero movimiento se despojo de la bata con la que se cubría y se encaminó a la habitación de Nathaniel. Supuso que lo encontraría allí, de lo contrario, iría a buscarlo. Lo vio cuando iba a mitad del pasillo, algo en sus movimientos la alertó y la hizo avanzar con cautela. Como si él fuera un animal salvaje y ella no quisiera asustarlo. La mirada que le dedico aquel hombre la hizo arder por dentro, y su piel se erizo de placer ante la contemplación de lo que vendría.
Cuidado, advirtió su mente, mira bien.
Un nuevo vistazo basto para convencerla de que había más de lo que se veía a simple vista. Si, ese era él. Si, la observaba lleno de lujuria. Sin embargo había algo en su rostro que no era tan tranquilizador como otras veces. Se preguntó que podría haber ocurrido en su interior que había cambiado tanto la energía que de él emanaba.
VII
Solo con verla, Nathaniel supo que todo había llegado muy lejos. Se negaba a admitirlo en voz alta, pero al menos debía admitirlo a si mismo. En un primer momento no había pensado que fuera Laura, había estado completamente convencido de que era Darlene, y por poco se arroja a sus pies.
En menos de medio segundo tomo su decisión.
Tenía que acabar. Todo eso debía terminar y él se marcharía. No podía seguir
haciéndole daño a esa pobre chica.
- Tienes que irte.
Al parecer ella no logró entender el significado de esas palabras por que no se movió. Sin embargo Nathaniel no cedería en su empeño. Había tomado una decisión y la cumpliría.
- Sabes que no puedo –musitó al final ella, con la misma terca convicción que había mostrado desde el primer día.
- No te lo estoy preguntando –iba a ser todo lo rudo que fuera necesario para convencerla de marchar-. Te estoy avisando que debes irte –la expresión de estupefacción de la joven fue irremplazable.
- No puedes estar hablando en serio –aunque sonaba más como una suplica que como una afirmación.
Nathaniel evitó mirarla y dirigió su mirada hacía una de las pinturas colocadas en la pared del pasillo donde se hallaban. Tardo varios segundos en notar que la pintura que había utilizado como distracción era, nada más y nada menos, que un retrato de Darlene que él hiciera hace tiempo. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Una cosa era pretender no pensar en ella, lograrlo era algo totalmente diferente, y su corazón se remontaba frecuentemente a aquellos momentos de absoluta dicha vividos con su amada.
- Nunca he hablado más en serio. Lo lamento, debí haber hecho esto hace tiempo.
- ¿Lo haces por ella? Ya sabes, esta muerta y no puedes hacerle ningún daño.
Poco falto para que Nathaniel estampara su puño contra la pared. Darlene podía estar muerta pero para él era tan real como la vida misma, como respirar.
- No vuelvas a mencionarla –dijo entre dientes, conteniendo su furia con un esfuerzo sobrehumano-. Te prohíbo siquiera pensar en ella.
- Tú no eres mi dueño. Tu mismo dijiste que era libre.
- Y lo eres ¡maldición! Eres libre. Pero ella no te pertenece, tú ni siquiera eres de nuestro mundo.
Se arrepintió de sus palabras en el mismo momento en que las dijo, era cruel e inhumano lanzarle algo como eso a la cara. Ni siquiera era su culpa.
Lo ves, dijo una voz en su cabeza, eso es parte de quien eres, tomas lo que deseas y ya, no te queda nada para darle a los demás. No sin ella.
- Lo lamento, Laura. No era eso lo que deseaba decir.
- Cállate –espetó la mujer, la obviedad de la herida también lastimaba su orgullo obligándola a responder-. Tú y tu condenado mundo pueden pudrirse. ¡Nunca deseé esto! Yo no te pedí que me salvaras aquel día.
- No podía dejar que te asesinaran delante de mí.
- Entonces podías haberte dado la vuelta.
- ¿¡No entiendes que no podía!?
- ¿Y por qué no? Lo has hecho otras veces.
- ¡Porque te pareces a ella! No podía verla morir dos veces – ¡maldición! Él no había querido revelarle eso. Una cosa era que ella supiera que se parecían, otra cosa era confesarle que la había salvado solo porque no soportaba ver morir a Darlene dos veces, incluso cuando eso fuera imposible y se tratase de Laura y no de su esposa muerta.
- Tu… me salvaste… porque… porque… por ella… -la joven no podía hablar y Nathaniel no sabía si era debido a la ira o a su confesión.
A la larga tampoco lo supo, porque una lagrima escapo de la comisura de los ojos de la joven y, antes de que él pudiera hacer algo para consolarla, ella salió corriendo por el pasillo hacia su habitación. El sonido de la puerta al estrellarse contra el marco reverbero a través de la casa, como el tañer de una campana que anunciaba guerra.
VIII
- ¡Porque te pareces a ella! No podía verla morir dos veces.
Podía escuchar como la frase se repetía en su cabeza miles y miles de veces, como si de un disco rayado se tratase. Su cuerpo temblaba incontrolablemente y no sabía cómo había terminado en el jardín exterior de la casa. Era noche cerrada y el exterior estaba iluminado solo por la luz de la luna. Laura observaba las estrellas mientras caminaba sin rumbo a lo largo del jardín que bordeaba la casa, con rumbo a la glorieta.
Ella sabía que Nathaniel no la amaba, él se lo había dicho demasiadas veces. Tratando siempre de convencerla a marcharse, de evitarle un mayor daño. Ella, terca como era, nunca le había escuchado. Estaba tan obcecada con su idea de conquistarlo y poseerlo que no le creyó cuando él le dijo que no podía amarla. Que nunca podría. Naturalmente se deshizo en llanto cuando comprendió que él decía la verdad.
¿Quien era ella?
No era como él. Ella no pertenecía a su mundo y él solo la necesitaba como una
fuente de alimento. Puede que para su arrastrado amor por él eso bastara, pero
para su orgullo y su dignidad eran simples migajas.
Migajas con las que te conformaste, le recordó su mente.
Migajas que ella suplicaba.
Migajas con las que te conformaste, le recordó su mente.
Migajas que ella suplicaba.
Suspiró.
Las lágrimas
empezaron a correr por su rostro sin que ella las llamara. Una a una, al
principio, y luego como un torrente incontenible. Ya no se trataba de un
pequeño y sencillo llanto de frustración o ira, era el llanto de un corazón
desgarrado, de una realidad reventada. Era el llanto de su amor muriendo de
hambre y suplicando las migajas que el cuerpo de Nathaniel le dejaba entrever,
migajas que eran solo eso, que jamás serían suyas.
Un jadeó
entrecortado salió de sus labios cuando el dolor atravesó su pecho como una
lanza. Conocía el dolor, conocía la soledad. De no ser por Nathaniel, estaría
completamente sola. De no ser por Nathaniel, estaría muerta.
Nathaniel, pensó, una vez amo a Darlene, nunca dejó de hacerlo. Él te lo dijo. No es su
culpa, ni tuya.
Con un suave
suspiro Laura se dio la vuelta y se decidió a regresar a la casa.
IX
-
Te he extrañado.
Su voz sonaba tal y como la última vez, hacía ya tantos siglos.
- Ya estoy aquí, y no pienso perderte de nuevo.
Un chisporroteo proveniente de la chimenea le hizo reaccionar. Se había perdido en sus ilusiones, nuevamente. El alcohol ya empezaba a hacerle efecto y sus ideas se confundían con sus sueños, con sus recuerdos de viejos tiempos.
Lentamente dejó
que su conciencia se deslizara por el agujero negro que se abría frente a él.
Las sombras lo habían abandonado momentos antes, dijeron que él se lo había
buscado pero no sabía de qué hablaban. Mencionaron a una mujer, en algún rincón
de su mente eso significaba algo, en algún tiempo eso había sido algo, ahora
era solo una palabra en medio de la bruma de alcohol.
Había habido dolor,
solo un poco. Aunque sospechaba que el brandy tenía algo que ver con que no
sintiera dolor o frio alguno, la ventana estaba abierta y el viento de la noche
se colaba en su estudio envolviéndolo con sus aromas.
La oscuridad
seguía abriéndose paso a través de su cuerpo, engulléndolo, succionándolo,
vaciando su fuerza.
- Nathaniel –lo llamó una voz.
- ¿Darlene?
- Amor, ven. Toma mi mano.
Nathaniel obedeció. Nunca habría negado nada a aquella voz. Ni siquiera su propia vida.
X
Meses después.
Una única nota había encontrado Laura junto al cuerpo.
"Lo siento. No puedo darte lo que deseas y no puedo soportar más su ausencia. Espero me entiendas. Se feliz, yo lo seré, ella estará conmigo.
Nathaniel."
El estudio estaba oscuro cuando ella había
entrado y lo único que había visto había sido su silueta sentada en el sillón.
Pensó que se había quedado dormido a causa del alcohol, como había pasado otras
veces, pero estaba sospechosamente inmóvil.
Laura no pudo reprimir el grito que salió de su pecho cuando se acercó a comprobar las causas de su quietud. En el suelo, junto al sillón, se hallaba un vaso de whisky que al parecer había caído de su mano. Estas descansaban en los brazos del sillón y su rostro se veía calmado, demasiado tranquilo, mientras que su pecho no reaccionaba en absoluto a lo que debían haber sido los movimientos de su respiración.
Laura no pudo reprimir el grito que salió de su pecho cuando se acercó a comprobar las causas de su quietud. En el suelo, junto al sillón, se hallaba un vaso de whisky que al parecer había caído de su mano. Estas descansaban en los brazos del sillón y su rostro se veía calmado, demasiado tranquilo, mientras que su pecho no reaccionaba en absoluto a lo que debían haber sido los movimientos de su respiración.
El veneno había actuado con mucha rapidez y
probablemente no había sufrido, sin embargo ella había soportado más dolor del
que alguna vez hubiera creído posible.
El modifico su testamento. Le dejo todo a usted. La fría voz del abogado sonaba en sus oídos. Nathaniel le había dejado todo a ella. Una fortuna más grande que cualquier cosa que ella pudiera soñar y ella era la única dueña. Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Él no la amaba, pero ella si. Lo amaba con toda el alma e incluso después de tanto tiempo le extrañaba. Con cada célula y átomo de su ser, le extrañaba.
No llores. Ella está conmigo. Al fin está conmigo.
El susurro de su voz le llego como un mensaje enviado al viento. Nathaniel estaba con ella, con Darlene, juntos de nuevo y esta vez para siempre.
Laura sonrió. Al menos él tenía su final
feliz.
Hola Hola!! ^^
ResponderBorrarVengo a avisarte que ya he colgado tu relato para el concurso y darte las gracias por participar.
Me ha encantado, en serio, desde el principio hasta el final, la idea de ese amor tan cercano y lejano al mismo tiempo, es como una tortura!
Fascinante!! ^^
Te dejo el link del relato
Besos y una vez más, gracia por tu aportación!!! ^^
http://hentopan-publicaciones.blogspot.com/2012/02/tercer-relato.html
Pues ya te he dejado mi comentario a cerca de tu relatoen la página de Nina-Neko.
ResponderBorrarDe todos modos te reitero mi admiración por la buenísima narración con que nos regalaste.
Cariños: Doña Ku
Saludos... leí tu relato en el blog de Nina y me encanto la verdad...
ResponderBorrarFelicidades!!!