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La carretera se veía vacía a esa hora de la mañana, sin embargo el aire fresco le hacia bien. Necesitaba pensar y tomar una decisión. Ya había visto hasta donde llegaban sus alcances, al menos había tenido un vislumbre de estos, y no le gustaba en absoluto. Le hacían sentirse como en la cacería del zorro y ella no se consideraba a si misma presa de nadie.
Piso un poco más el acelerador, la velocidad le agradaba, le hacia sentir mejor. No sabia si se debía a que ella misma la causaba, ella escogía si pisar o no el acelerador, o si era porque el viento soplaba en su rostro y alejaba los pensamientos de su mente. Un poco más de velocidad. Parecía que estaba huyendo. ¿Huir de qué? No seas tonta, no te persigue… aun. Lo supo bastante rápido, esa frase suya en boca de aquel hombre. La única persona a quien le había dicho esa frase había sido a Nicolai y ahora ese hombre desconocido la repetía. Era bastante obvio, lo habían enviado por ella. Pero estaban siendo excesivamente optimistas si pensaban que se dejaría atrapar.
Detuvo el auto al llegar al lugar donde estaba viviendo. Era un sitio viejo y destartalado que había obtenido a muy buen precio. A pesar de lo desconchado del yeso en las paredes y de las enormes manchas de humedad en el techo, ella pensaba que el sitio tenía carácter.
Justo como yo.
Necesitaba creer que el lugar tenía potencial. Al igual que ella, podía estar desvencijado pero solo hacia falta repararlo, nada imposible de resolver. Entro y se dirigió a su habitación, la única habitación acondicionada para ser habitable. Una cama y un pequeño guardarropa era todo lo que había en el lugar.
Eso pasa cuando te vas sin avisar.
Su conciencia seguía reprochándole la cobardía de haber huido sin mirar atrás. Debió haberse quedado, debió haber luchado. Debió tratar de salvar su vida. Pero Nicolai conocía demasiadas formas de hacerle pagar y el miedo pudo más que el coraje. Ahora mientras miraba las cosas desperdigadas por la habitación supo lo que debía hacer. Se acercó decidida al ropero de la habitación y lo abrió de par en par. Una por una fue tomando todas las prendas que había allí guardadas y las colocó en la maleta que sacó de debajo de la cama. Sus movimientos eran tan mecánicos que no se percato de que había terminado hasta que un repiqueteo en la ventana le hizo dar un respingo. Estaba lloviendo.
Miro sus manos vacías y se dio cuenta de lo perdida que había estado su mente, vagando por los parajes lejanos de los sitios que había visto, lugares que no había podido compartir con nadie. Hasta esa noche. El misterioso extraño que la había acompañado había sido, por un gran margen, el ser humano al que menos le había mentido. Nicolai no contaba, él lograba la honestidad por medio del miedo y la manipulación, el hombre extraño, sin embargo, había obtenido su sinceridad a base de nada. Tan espontaneo como respirar, como comer un helado, como ver una estrella. Hubo un momento de quietud en el exterior y ella se preguntó, por enésima vez, si estaba tomando la decisión adecuada.
Te desconozco, dijo una voz en su cabeza, ¿cuando hemos dudado de nuestras decisiones?
—Desde hace tan poco que me preocupa –la respuesta salió de sus labios antes de que pudiera pensarla siquiera. Eso no la hacia menos cierta.
Mientras la lluvia seguía cayendo y el día daba paso a la tarde y luego a la noche, ella permaneció sentada en la ventana de la vieja casa. No se quiso mover de ese pequeño rincón, como si así pudiera evitar enfrentarse al peso de lo que le esperaba. Al ser noche cerrada se puso en pie y camino hasta la cama, donde había dejado la maleta lista, y se desvistió con la mayor parsimonia del mundo. Ese era su ritual, estuviera con quien estuviera y en cualquier país del mundo. Lentamente se encamino al cuarto de baño de la vieja y ruinosa casa. Entre las muchas cosas que faltaban a esa ruina de casa, por que eso era, un buen cuarto de baño no era una de esas. Con gran calma, como ya había previsto, llenó la tina y se sumergió en ella hasta quedar del todo cubierta. Había llenado el agua de burbujas y espuma y un suave aroma a rosas inundaba la habitación del baño.
Un pequeñísimo ruido la sobresaltó. Apenas había sido un murmullo pero ella había estado tan perdida en sus cavilaciones, soñando con aquel hombre que la abrazara la noche anterior, que se había asustado, quizá sin motivo, ante lo que le pareció el crujir de una tabla.
Quizá al fin son ellos. Quizá al fin termino la espera.
Le molestó que la voz en su mente sonara tan esperanzada con que fuera alguno de los hombres de Nicolai. No deseaba morir, al menos no conscientemente, y mucho menos ahora. No después de la magnifica noche.
“…
—¿De veras no hay nadie? –el interés del hombre había sido tan genuino, tan real que ella casi se pone a llorar. Casi.
—No. No hay nadie. Estoy tan sola como una roca.
—Incluso las rocas están acompañadas de los arboles y el pasto.
—Entonces no como una roca, como un extraño meteorito viajero.
—Eso suena interesante. Me pregunto dónde chocarás.
—Espero no averiguarlo aun.
…”
Las variadas conversaciones y respuestas desfilaban por su mente como una caravana. Anteriormente sus noches eran un sacrificio, un precio que debía pagar por aquello de lo que disfrutaba. Extrañaba pintar, cuando no podía dormir eso era lo que la había calmado y le había permitido mantener su cordura. Ahora estaba sola, su mente no dejaba de repetirlo, estaba completamente sola y no podía obviar el hecho de que Nicolai andaba tras ella.
Nuevamente escucho un suave ruido en el piso inferior, como el crujir de los escalones del porche. Conocía los secretos de la vieja ruina de casa, había pasado mucho tiempo libre recorriéndola, y sabía que si escuchaba el sonido era por las tuberías que había a lo largo de todo el lugar. Se levanto de la tina y se colocó una bata. Si tenía que bajar a comprobar lo haría, pero el que estuviera interrumpiendo su baño lo lamentaría.
La delicada bata de seda, que se había puesto para cubrir su desnudez, se movía ondeando suavemente sobre sus piernas mientras bajaba los escalones de la casona. Tuvo mucho cuidado de no pisar aquellos que estaban sueltos y de mantenerse bajo la cobertura de las sombras. Al llegar a la primera planta se detuvo unos instantes mientras escuchaba con atención. Los ruidos continuaban, era el sonido de alguien caminando en el porche delantero, al parecer quien fuera estaba dudando si entrar o no. La mujer se puso en movimiento nuevamente y se acercó a la puerta.
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