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La luz de la luna se infiltró en sus sueños dándoles matices raros y exóticos. Un par de brazos a su alrededor le devolvieron parte de la conciencia que el sueño trataba de robarle. Estaba ahí, en sus brazos. Su cuerpo se tenso instintivamente mientras las dos partes de ella luchaban por decidirse. Aquella parte que se había acostumbrado a huir, a escapar, a cuidar de si misma, le decía que no se confiara, que tuviera cuidado. Por el contrario, aquella parte de ella tan necesitada, la que extrañaba los pinceles, los lienzos, los colores, el olor de la trementina y el aguarrás, decía que quizá no sería tan malo confiarse a alguien.
Intento levantarse pero los brazos que la rodeaban se lo impidieron. Si hubiera sido más joven se habría sonrojado por todo lo que había ocurrido la noche anterior, pero lo cierto es que ella no era ninguna colegiala tímida, de hecho, era todo lo contrario y aquello no le había sido nada desconocido. Al menos la mayor parte. Si bien no se sonrojó por los recuerdos, la sangre amenazó con fluir a su rostro cuando notó la forma en que el hombre se abrazaba a ella. Una de sus manos descansaba en su vientre, provocándole una cálida sensación, la otra descansaba sobre la curva de su cintura en un gesto marcadamente dominante. El rostro de él estaba enterrado en su cabello y su respiración le causaba cosquillas en el cuello. Estar tan cerca de alguien nunca le había parecido tan diferente. De los muchos, y habían sido demasiados, hombres que habían pasado por su lecho, ninguno había mostrado esa actitud de posesión que el expresaba, y aun menos estando dormido.
La parte de ella que aun se mantenía en su independencia le preguntó quién era él. De dónde había salido, cómo la había encontrado y por qué había dicho aquella frase que ella usara tanto tiempo atrás. La pasión la había distraído por un momento pero ahora debía concentrarse. Recordó aquel fugaz destello cuando lo vio en un primer momento. Encajaba a la perfección con el posible dueño de aquel auto, o quizá era mera coincidencia. Ella bien sabía que no todos eran como parecían y no todo era lo que se veía.
Sintió el suave soplo del aliento del hombre cuando este despertó. No podía ver su rostro pero intuía que estaba sonriendo. Eso le trajo algo de paz, pocos hombres habían sonreído después de tener su cuerpo.
—Buenos días o aun es de noche –dijo el hombre bostezando.
—Sigue siendo de noche. Pero bien vale el saludo –dijo ella volviéndose un poco hacia él-. Buenos días.
—Ah no. Acabas de decir que sigue siendo de noche, por lo tanto no tengo que pretender que es de día –la sonrisa era clara en la voz de aquel hombre y ella se preguntó qué tendría planeado.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Acabas de hacerlo.
—Me refiero a algo diferente. Tres preguntas –mientras hablaba la mujer se giro suavemente, solo lo suficiente para percibir con más claridad el olor a masculinidad que emanaba de aquel hombre. Su aroma la embriagaba y enviaba mensajes codificados a su cerebro que su cuerpo interpretaba a la perfección.
—¿Tres?
—Claro, la primera, donde te pregunté si podía preguntar algo, la segunda, donde pregunto si puedo hacer otras dos y la tercera…
—¿Cuál es la tercera? –preguntó él divertido.
—¿Tienes nombre, o solo te llamaré extraño del bosque?
Los brazos del hombre se tensaron a su alrededor. Ella pudo percibir el cambio en la atmosfera mientras decidía que tanto podía revelarle, no era que ella estuviera planeando ser del todo honesta pero le sorprendió saber que de veras deseaba conocer su nombre.
—Para ti, soy un fantasma. Para todos los demás soy llamado Grigori.
—Suena como los ángeles –ella no desconocía del todo esa historia.
—De hecho de ellos proviene mi nombre. Aunque, a decir verdad, creo que no le hago justicia –le sorprendió, a la vez que le agradó, la facilidad con la que estaba revelando más información de la deseada o debida.
—Me pareces un demonio con piel de cordero. Aunque claro, no puedo esperar menos.
—Es solo un nombre, tranquila –una sonrisa se dibujo en su rostro. Mientras en su interior crecía un deseo por cambiar algo-. Sin embargo, estoy lejos de ser bueno.
—Me basta con que seas real –aquella frase dicha con toda la fuerza de su necesidad por hallar una realidad a la que aferrarse sonó demasiado apasionada y pudo sentir como los brazos de él se apretaban más a su alrededor en respuesta.
Estuvieron así, abrazados, por lo que parecieron varias horas. Intercambiando palabras, gestos, frases y versos. Existían solo ellos dos dentro de una burbuja de tiempo que parecía irrompible.
—¿Tienes familia? ¿alguien que te extrañe?
—¿Los tienes tú?
…
—¿Has ido al polo norte?
…
—¿Has visto el sol a media noche?
…
—¿Conoces el olor del amanecer?
…
—¿Alguna vez has escuchado el canto de las ninfas del bosque?
…
—¿A qué le tienes más miedo?
…
—¿De qué huyes?
Risas, gestos, palabras. El mundo exterior era solo un concepto perteneciente a la mentalidad humana, no era real, no era tangible. No como ese momento. Entre susurros y jadeos, él la había sentado en sus piernas y las palabras se cruzaban mientras las miradas decían todo lo que los cuerpos ocultaban. Ternura, fuerza, pasión, deseo, juegos, seducción, comprensión, amistad, calma, paz… todo ese mundo del que ella huía estaba ahora enterrado lejos y no podía menos que soñar con permanecer allí, en sus brazos, lejos de su destruida y rasgada realidad.
—Supongo que pronto te irás –dijo él sin avisar.
—Es posible. ¿Tienes interés en que me quede? –no quería que pensara que era un ruego, pero desde luego que si lo era.
—Yo… -el hombre apartó la vista sin decir palabra. Debería haberse callado. Él sabía muy bien lo fácil que era perderla, lo sencillo que sería hacerla correr. Ese era su trabajo.
—Shhh. No tienes que decir nada. Ya pronto saldrá el alba. Disfrutemos de lo que nos queda.
—¿Te volveré a ver?
—Deja que el sol decida eso, cariño. Por ahora ven, vuelve a besarme.
La mujer lo distrajo con sus besos y caricias y pronto volvieron a encender esa hoguera de cuerpos que se fusionaban.
Ella se levantó primero cuando salió el sol. No quiso despertarlo y, cuidadosamente, se zafó del agarre de sus manos. Fue algo complicado, él la sostenía como si no hubiera otra cosa real en el mundo, y ella luchaba contra todos sus instintos por quedarse en su abrazo.
El hombre despertó unas horas después, su cuerpo exhausto se negaba a obedecer y lo mantenía anclado al suelo. Lo primero que notó fue la vacuidad en sus brazos. ¿Acaso no había dormido con alguien entre ellos, por qué estaba solo? Ella se había ido. Su cabeza empezó a trabajar a un ritmo demasiado acelerado. Donde, cuando, como y, más importante aun, por qué. Estaba seguro de que ella no sabía quien era, de lo contrario no lo habría dejado acercarse al primer momento, claro que, él no había esperado actuar así. Tenia ordenes, ordenes muy diferentes, y las había obviado por unas horas. Tiempo más que suficiente para que ella escapara y él perdiera su oportunidad. La había liado, y como los buenos.
Se levanto lentamente, su cuerpo se hallaba maltrecho por la incomoda posición en que había pasado la noche y su mente le gritaba su torpeza. La única que no se quejaba por su descuido era la pequeña vocecita al fondo de su cabeza que le decía que su error había sido dejarla ir, no perder su presa sino a ella. Su auto seguía en el mismo sitio del día anterior, ese viejo clásico negro le había acompañado durante mucho tiempo, el mismo que llevaba siguiendo sus pasos. Aunque… había algo que no estaba allí cuando el había llegado: una nota en el parabrisas de su auto.
“Lo supe desde un principio, aun sin mis palabras. Tú entenderás. Lo siento, cuídate.”
Las palabras escritas con su caligrafía suave y firme le demostraron lo que había sospechado toda la noche. Ella lo sabía. Entonces eso no había sido un error. Ella le había usado aun sabiendo quien era él. Se sentía confundido y perdido. Usualmente él era quien usaba a las mujeres, era él el seductor, el cazador, el invicto. Y ella le uso sin siquiera darle oportunidad de saber que estaba siendo usado. Bueno, al menos no había tenido que despertar y arrastrarla con él. No tenia derecho a juzgar a sus empleadores pero este era uno poco agradable y presentía que no quería que se la llevara para nada bueno.
Bueno, lo único que puedes hacer es volver al hotel, ¿no?
Su mente le instaba a marcharse y seguir con su trabajo pero ya no se sentía tan a gusto con ello. Por lo pronto solo iría al hotel y se daría un buen baño. Luego pensaría.
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