- No hagas esto. Lo que menos necesitas ahora es un ancla.
- ¿De donde sacas que puedes decirme qué es lo que necesito?
- No lo sé. Pero no puedo convertirme en tu ancla. No quiero hacerlo.
El nudo en mi garganta disminuyo un poco con esa confesión. Yo no quería lastimarlo pero tampoco deseaba convertirme en un indispensable. No cuando me iría pronto.
- Por favor -suplicó-. Estoy al borde del colapso, tu lo sabes. Odias esta situación tanto o más que yo. No significa mucho pero, por favor, hazlo por mi.
- ¿Y si lo hago? ¿Y si digo que si, entonces qué? ¿Eso donde nos dejaría?
- Tienes miedo de que nos encadenemos de nuevo.
Su afirmación me dejo paralizada. No me había puesto a pensar en ese hecho. Estaba pensando en que no quería repetir nuestra historia, ni lastimarlo, y había olvidado que mi cuerpo aun lo deseaba. Podíamos enredarnos en la vieja maraña de la pasión y el sentimiento. Tal vez yo ya no lo amara, pero eso no implicaba que mis hormonas no se alteraran ante su cercanía o que mi piel no ardiera con el recuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deja que tus gritos también sean llevados por el viento.