Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

30 ene 2012

Ultima Pintura I



1

De aquello había estado huyendo ella. Incluso allí, en el otro lado del mundo, su error y el dolor consecuente la seguían como un cazador a su presa. El viento soplaba frio y perseguía las hojas de los arboles en un juego absurdo.
Son dichosas, pensó la mujer, al menos a ellas solo las persigue el viento.
La luz del crepúsculo empezaba a desvanecerse, al igual que su ánimo. Dio media vuelta y salió del agujero entre los setos. Allí estaba de nuevo, a un lado del camino, el viejo auto negro que la seguía.  Lo había visto tantas veces que no tenia dudas de que se trataba del mismo vehículo. A único que aun no veía era a su conductor. Este se cuidaba de no dejarse ver por ella.

Un rompimiento de ramas a su espalda llamo su atención.

—Lo siento –escucho la voz antes de ver su procedencia-. No deseaba sobresaltarte.

—¿Quién eres? –exigió saber. No iba a mostrar su sobresalto pero él era un extraño.

—Un amigo –algo en la voz de aquel hombre la tranquilizaba.

—En ese caso, bienvenido.




Cuando te hallas en un país diferente y rodeada por gente diferente, cualquier amigo es bien recibido, incluso si puede ser un enemigo. Una fugaz imagen cruzó por su mente. Aquel hombre guapo y fornido, al volante de un clásico auto negro. La imagen correspondía, se veía incluso como algo correcto. Desecho el pensamiento, le daría el beneficio de la duda.

—¿Puede saberse qué haces en este lugar? –había una genuina curiosidad en su voz.

—Es fácil –una sonrisa asomo a las comisuras de su boca-. La iluminación es esplendida.

—¿Para pintar? –no sonaba a una critica. Le parecía más un intento de flirteo.

—Para pensar, para sentir, para volar…

Se había perdido en la forma de la luz mientras descendía por los arboles. Él ni siquiera interrumpió su silencio, parecía comprender la necesidad de las almas de desprenderse de sí mismas en ocasiones.

—Podría también ser perfecta para amar –musito él después de un rato. La luz casi se había ido por completo.

—Si amas bajo esta luz le robas la belleza.

—O la magnificas. El cuerpo humano con su química es un potencializador de la belleza.

—¿De donde sacaste eso? –aquella frase la hizo tensarse como si fuera una cuerda de violín.

—Lo dijo una artista. Una americana. ¿la has oído?

—No, no lo creo –improvisó una suave sonrisa para contrarrestar su sobresalto. Al parecer él no sabía nada.

—Bueno, yo creo que tiene razón –la sonrisa que esbozó era una muestra de picardía y descaro-. ¿No crees eso?

Le gustaba el descaro de aquel hombre. Lo bien que se sentía con aquel juego de seducción, la frescura de la joven noche.

—Creo –dijo cautelosamente- que el cuerpo es un lienzo que embellece mientras menos pintura lleve.

—Quizá podamos embellecer este ambiente.

La tarde se había convertido en noche y las estrellas brillaban en el cielo como pequeñas luciérnagas. La mujer levantó la vista para observar las constelaciones que iban surgiendo. Era tan tentadora la oferta de aquel hombre, no le estaba pidiendo nada, se estaba ofreciendo a si mismo en una bandeja. Ella estaba sola, en un lugar extraño y sin conocer a nadie, bien sabia Dios que necesitaba una forma de desahogarse y no podía recurrir al arte.

—¿Qué es exactamente lo que me puedes ofrecer? –no planeaba andarse con rodeos. Era mejor definir todo de una vez.

Después del tiempo que llevaba escondiéndose, viajando, mudándose de un sitio a otro sin poder hacer amigos en ningún lugar, era obvio que necesitaba dejar salir la tensión. Siendo claros, necesitaba muy buen sexo para que la ayudara a contrarrestar la marejada de emociones que la embargaban cada vez que se veía en un espejo, una vitrina, cada vez que iba a un museo. Sus dedos empezaron a cerrarse convulsivamente en una manía tan vieja que ya no recordaba su origen. Extrañaba los pinceles, extrañaba el olor de la pintura, extrañaba el olor de la acetona, el aguarrás  y demás solventes. Extrañaba el viejo estudio polvoriento donde pasara sus días.

—Supongo que puedo darle un poco de belleza a tu noche. Se ve bastante opaca –dijo con una sonrisa insinuante.

La noche estaba demasiado luminosa para ser normal, las estrellas brillaban con inusual fulgor y los pequeños animales cantaban y jugaban en algún sitio del bosque. Pero, claro, ella sabía que no se refería a esa noche. ¿Era tan obvia su oscuridad? La mujer esbozo una suave sonrisa y se acercó a donde él estaba. Lentamente deslizo sus manos por sus hombros y le saco la chaqueta. El hombre se dejo hacer con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Ella siguió con la camisa, soltó los botones y abrió la tela sobre su pecho, dejando al descubierto un abdomen esculpido que la hizo relamerse los labios ansiosa.

—Calma, gatita –dijo el hombre mientras tomaba las manos de la mujer entre las suyas. Tomo su chaqueta y la tendió en el suelo, luego la tomo a ella en sus brazos y la acostó suavemente sobre el improvisado lecho. La mujer no soltó una sola palabra, se dejo tender con total sumisión, cosa que al parecer le costaba, él pudo verlo por como apretaba los labios -. Sabes, podríamos hacer que esto durase mucho –dijo removiéndose sobre ella mientras pegaba su cuerpo al suyo.

Las palabras del hombre pasaron a través de su necesidad como una cerilla en un barril de pólvora.  De repente, lo que había empezado como un juego de exploración se había convertido en algo más.  El hombre abrió los botones de la blusa de la mujer, dejando expuesto su cuerpo y explorando con manos y lengua todo aquello a su alcance. Se amaron bajo los arboles y las estrellas, dejaron que la luna fuera testigo de su juego y seducción. La mujer exploto entre gemidos y gritos arañando y mordiendo la espalda de su compañero. El hombre la siguió apenas un segundo después para luego dejarse caer al lado de ella y abrazarla con ternura. No había continuado siendo un juego, ella había cambiado sus planes y ahora no sabía qué hacer. Sin embargo eso no le preocupaba, podría averiguarlo después. En esos momentos la tenia en sus brazos y el sueño empezaba a vencerle, la abrazó con más fuerza para no permitirle marcharse, no solo quería su cuerpo, ahora también quería el arte encerrada tras esas manos que se movían convulsivamente cuando en ella estallaba el éxtasis, quería esos ojos que se cerraban al vislumbrar la cima, quería esos labios húmedos y dulces, quería el cabello rebelde que lo envolvía como una manta. La quería a ella y, que Dios le ayudara, buscaría la forma de tenerla.

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