Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

15 jul 2013

Un perro y una domadora que dejaron de comprar el mundo por hacer un trueque.

Ella quería comprar el mundo, como se quieren muchas cosas. Quería específicamente comprar un perro de la perrera más grande existente. Sólo que este no era un perro como tal, y esa no era una perrera. Era la vida y él era un hombre, y ella no podía comprarle. Pero quería tenerle, como se quieren tantas cosas en la vida, y buscaba cómo conseguirle. Y le llamaba perro, él se dejaba llamar, porque si le decía de cualquier otra forma todos sabrían que quería tenerle y él no podía saber que ella quería tenerle.

Él quería comprar el mundo. Sólo quería comprar una cosa, quería comprar una amaestradora para su perro. Él no tenia perro, aunque así le decía ella, y no quería una domadora sino a ella misma. Y él la llamaba domadora, porque ella se dejaba llamar así y le llamaba perro, y porque quería que lo domara y porque, si la llamaba de cualquier otra forma, todos sabrían que quería tenerla y ella no podía saber que él quería tenerla.

 Ella sabía donde rascarle las orejas, donde palmearle el lomo, que galletas darle por sus trucos. Ella sabía escucharlo, sabía retarlo, sabía ignorarlo y sabía dejarle ganar.

Él sabía morderla, mover su cola, hacerse el muerto, saltar por galletas. Él sabía hacerla callar, reírse de ella, retarla, hacerla pensar que ganaba y sabía qué decir para que ella sonriera.

Ella pensaba que ni con todo el dinero del mundo conseguiría aquel animal extraño que tanto deseaba.

Él pensaba que ni con todo el oro del mundo conseguiría que ella domara su bestia.

Un día ella le dijo que quería comprar un perro y él le confesó que necesitaba una domadora. Un día ella le estampó un beso y le mordió la oreja a aquel perro salvaje que no se dejaba domar.

Un día él le arañó la cintura y le tiró del cabello a aquella domadora que despertaba su lado bestial.

 Un día ella supo que era muy sencillo encontrar al perro que buscaba.

Un día él supo que era sólo cuestión de pedir ser amaestrado.

Un día un hombre y una mujer que querían comprar el mundo entero se conformaron con obtener gratis un cuerpo y un alma con quien compartir las noches y las tormentas.

Un día el mundo que tanto esperaba ser comprado ni siquiera se dio cuenta que, nuevamente, por culpa del amor había perdido la oportunidad de ser comprado.

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