Yo.
Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.
30 jul 2013
29 jul 2013
Ella
No quedó tan bien como esperaba pero más o menos esta es mi idea de Ella en su juventud. Ella se corta el cabello poco después de una de las guerras de sucesión del Trono, así que esto es de antes.
28 jul 2013
Y acabé desahogándome.
26 jul 2013
Desarmé nuestro cuento.
Tu, donde sea que estés, donde sea te escondas. Tu que me lees sin decirlo, sin saberlo, sin darte cuenta que cada letra lleva un pedazo de mi alma que te busca allí donde sea que estés.
No sé dónde estás. No sé si recuerdes muchas cosas, no como yo, pero espero que recuerdes lo que quiero decirte.
Erase una vez ... ¡Es tan ridículo! Esto no es un cuento de hadas, yo sé, pero me hace un poco de ilusión el empezar la historia así. ... El caso es que un día a cierto alguien con el sol en los ojos, se le ocurrió que era buena idea jugar a morder y a saborear. Se le ocurrió que era divertido, claro, con una víctima en específico. Una víctima no muy inocente, alguien que compartía la convicción y la afición que ese alguien poseía por las mordidas y los juegos; con una leve diferencia. Lo que para aquel que llevaba el sol en sus ojos era un juego transitorio, para su víctima era algo bastante instintivo, inevitable, y empezaba a convertirse en necesario.
Ahora viene el nudo de la historia, que es donde todo se complica, creo. Aquí entra la parte donde ese alguien con el sol en los ojos se paraliza y lo que parecía avanzar se estanca en un punto muerto. Entonces uno de los protagonistas da un salto de fe y se lanza a una misión suicida. O las cosas se aclaran o se mueren pero no más puntos muertos. Y parece dar resultado, por un pequeño lapso parece haber funcionado y el dueño del sol se convierte en algo palpable, algo real, algo propio.
Y el desenlace. No iba a quedarme en el nudo, no, la historia termina rápido. Hay una separación, algo larga, algo difícil, y luego un instante de espejismos en el que la víctima que no es tan víctima, que es verdugo pero encontró a su propio torturador, puede ver el sol cruzar frente a sus ojos para deslumbrar al mundo entero sin reconocerle. Y viene la pregunta. ¿Ese sol tiene alguna idea de por qué ya no quiere brillar? No hay respuesta válida, no hay una razón sólida, sólo las razones de un niño que no tiene claro nada y que quería hacer feliz a alguien, del modo equivocado. Nuestra victimaria decide simplemente liberarle, no se atrapa el sol con las manos, ella lo sabe. Se quemó por intentarlo.
Moraleja. No estamos seguros de cuál es. Aún duelen las quemaduras, el sol sigue siendo inalcanzable, pero la victimaria sigue queriendo ser Ícaro, sigue queriendo acercarse al sol más y más, aunque arda en el proceso. Así que nadie ha aprendido nada, a excepción de que las quemaduras internas duelen más que muchas otras cosas.
22 jul 2013
Ella es mis impulsos y mis pasiones. Ella es Ella o la mitad de Belle.
Casi Belle, no por completo. Digamos que es más mi Ella personal.
Uno de los mayores. Es un ser con mucha presencia, con un papel fuerte y marcado, y aún así, es simplemente un ser que viene cuando cree conveniente.
Es ella, es alguien que aparece y me descompensa, me destrona, me enreda, es ella. Ella elige qué quiere, a quién quiere, como si se tratara de ropa nueva. Ella escoge como si se tratase de prendas de vestir, de accesorios, de adornos. Todos y todo son simples complementos para su vestuario.
Es ella, la malvada, la juguetona, la que simplemente desea divertirse. Es esa que me desvela porque no soporta dormirse temprano, porque quisiera estar en la calle, de paseo, de juerga, de excursión.
Ella es esa que sueña con los besos del ser más inconveniente de todos, por pura curiosidad, por puro saber cómo serán.
Ella es esa que no puede lidiar con lo prohibido, con lo que le niegan, esa que ama jugar y reír y pretender que tiene más mundo del que tiene.
Ella es esa que atormenta mis días y me hace preguntarme a mi misma si quizá ella no es sólo algo que yo quiero tener.
Ella.
Uno de los mayores. Es un ser con mucha presencia, con un papel fuerte y marcado, y aún así, es simplemente un ser que viene cuando cree conveniente.
Es ella, es alguien que aparece y me descompensa, me destrona, me enreda, es ella. Ella elige qué quiere, a quién quiere, como si se tratara de ropa nueva. Ella escoge como si se tratase de prendas de vestir, de accesorios, de adornos. Todos y todo son simples complementos para su vestuario.
Es ella, la malvada, la juguetona, la que simplemente desea divertirse. Es esa que me desvela porque no soporta dormirse temprano, porque quisiera estar en la calle, de paseo, de juerga, de excursión.
Ella es esa que sueña con los besos del ser más inconveniente de todos, por pura curiosidad, por puro saber cómo serán.
Ella es esa que no puede lidiar con lo prohibido, con lo que le niegan, esa que ama jugar y reír y pretender que tiene más mundo del que tiene.
Ella es esa que atormenta mis días y me hace preguntarme a mi misma si quizá ella no es sólo algo que yo quiero tener.
Ella.
Y antes de la llegada de los fantasmas, deberás asegurarte de haber cerrado todas las rendijas, los agujeros, las grietas y los espacios en tu armadura. Antes de que llegue la noche, debes haber sellado cada rincón y agujero. La oscuridad no tendrá reparos en devorarte, con o sin lámparas, así que cierra bien todo. Procura que tu luz brille mientras mantienes todo lejos de las sombras.
Yo
19 jul 2013
Discusión interna
¿Ves? Dice ella con una sonrisa de suficiencia, te destrozarás la mano. Y luego, sonríe irónicamente, luego no tendrás nada, te quedarás sin salida.
Y ella me asusta, porque en parte tiene toda la razón.
Discusiones entre los 'yo'.
Cosas que nunca digo.
Hay cosas de las que no hablo, que no menciono. Cosas como lo solas que se sienten las noches, sin importar donde esté; cosas como lo doloroso que es ver las vidas de los demás cuando la mia propia es un simple enredo de situaciones y sueños perdidos; cosas como las ganas de gritar que tengo cada cinco minutos, cada dos días, cada momento, porque tengo que esconder lo mejor de mi, eso que me enorgullece más, eso que más amo; cosas como lo odioso que resulta verme eclipsada simplemente porque soy diferente, porque no soy ellos, porque no pienso igual.
Hay cosas de las que no hablo, cosas que oculto. Mis sueños, mis esperanzas, mis ideas, mis necesidades; siempre que pueda arreglarmelas por mi misma, lo haré. No me gusta contarlas, son cosas que no deseo contar, que evito hacer públicas siempre que puedo, que evito incluso decir en voz alta, no importa si estoy sola en la habitación.
Hay cosas que jamás he dicho, que apenas me he atrevido a medio esbozar, a mencionar muy por encima, a ni siquiera darles forma. Hay cosas que no le digo a nadie y que trato de esconder con todas mis fuerzas.
Hay cosas que él sabe. Hay cosas que él ve. Hay cosas que él dice. Sin que yo sepa siquiera que es consciente de ellas. Y me pregunto si es tan fácil leer en mi o si simplemente él pone atención. Y este no es uno de mis comunes casos de 'oh, no-se-si-le-amo-pero-le-extraño' ni nada que se le parezca. Este es uno de mis muy extraños casos de 'mierda, cómo-supo-lo-que-sabe-y-por-qué-nadie-más-lo-sabe'. Este es uno de esos días en que me digo a mi misma lo mucho que necesito que alguien sepa lo que es, que alguien sepa las cosas que no digo, aunque yo no las diga.
No decir las cosas. Ese es el problema de las mujeres, creo. Es también el problema de la mayoría de los hombres que conozco, no dicen nada y esperan que todo se entienda. El problema es que yo no lo digo, no esperando que alguien lo adivine mágicamente, no, no lo digo porque no soporto que se sepa. ¿Qué se supone que haga? ¿Que lo grite a los cuatro vientos? El mundo aún no está listo, no están preparados, no tienen idea de lo que les espera si yo siquiera menciono aquello que me niego a decirles.
Hay cosas que no digo, cosas que jamás he dicho, cosas que creo que nunca diré. Hay cosas que él supo y me echó en cara, hay cosas que me dijo con tanta naturalidad como si habláramos del clima.
Me robó un beso, el muy idiota. Aunque eso no es nada, no es gran cosa, porque la tierra permaneció estática, inamovible, inmutable. Sirvió de algo, creo, para hacerme ver que sigo pensando en otros besos, que no me muevo si no es por ellos.
Hay cosas que no digo, que jamás diré, pero a veces se siente bien que alguien las sepa.
Para variar, digo.
Hay cosas de las que no hablo, cosas que oculto. Mis sueños, mis esperanzas, mis ideas, mis necesidades; siempre que pueda arreglarmelas por mi misma, lo haré. No me gusta contarlas, son cosas que no deseo contar, que evito hacer públicas siempre que puedo, que evito incluso decir en voz alta, no importa si estoy sola en la habitación.
Hay cosas que jamás he dicho, que apenas me he atrevido a medio esbozar, a mencionar muy por encima, a ni siquiera darles forma. Hay cosas que no le digo a nadie y que trato de esconder con todas mis fuerzas.
Hay cosas que él sabe. Hay cosas que él ve. Hay cosas que él dice. Sin que yo sepa siquiera que es consciente de ellas. Y me pregunto si es tan fácil leer en mi o si simplemente él pone atención. Y este no es uno de mis comunes casos de 'oh, no-se-si-le-amo-pero-le-extraño' ni nada que se le parezca. Este es uno de mis muy extraños casos de 'mierda, cómo-supo-lo-que-sabe-y-por-qué-nadie-más-lo-sabe'. Este es uno de esos días en que me digo a mi misma lo mucho que necesito que alguien sepa lo que es, que alguien sepa las cosas que no digo, aunque yo no las diga.
No decir las cosas. Ese es el problema de las mujeres, creo. Es también el problema de la mayoría de los hombres que conozco, no dicen nada y esperan que todo se entienda. El problema es que yo no lo digo, no esperando que alguien lo adivine mágicamente, no, no lo digo porque no soporto que se sepa. ¿Qué se supone que haga? ¿Que lo grite a los cuatro vientos? El mundo aún no está listo, no están preparados, no tienen idea de lo que les espera si yo siquiera menciono aquello que me niego a decirles.
Hay cosas que no digo, cosas que jamás he dicho, cosas que creo que nunca diré. Hay cosas que él supo y me echó en cara, hay cosas que me dijo con tanta naturalidad como si habláramos del clima.
Me robó un beso, el muy idiota. Aunque eso no es nada, no es gran cosa, porque la tierra permaneció estática, inamovible, inmutable. Sirvió de algo, creo, para hacerme ver que sigo pensando en otros besos, que no me muevo si no es por ellos.
Hay cosas que no digo, que jamás diré, pero a veces se siente bien que alguien las sepa.
Para variar, digo.
¿Cómo es posible que sepas tan claramente lo que quiero si yo nunca lo he dicho? ¿Como haces para leerme? ¿Por qué nadie mas puede?
¿Por qué yo no puedo amarte?
¿Por qué no puedo pensar que hay alguien más que me ve tan bien?
Ella no lo sabe, no lo ve.
Nosotras nos tragamos esas cosas, las silenciamos.
¿Cómo es que podes verlo?
¿Por qué yo no puedo amarte?
¿Por qué no puedo pensar que hay alguien más que me ve tan bien?
Ella no lo sabe, no lo ve.
Nosotras nos tragamos esas cosas, las silenciamos.
¿Cómo es que podes verlo?
15 jul 2013
Un perro y una domadora que dejaron de comprar el mundo por hacer un trueque.
Ella quería comprar el mundo, como se quieren muchas cosas. Quería específicamente comprar un perro de la perrera más grande existente. Sólo que este no era un perro como tal, y esa no era una perrera. Era la vida y él era un hombre, y ella no podía comprarle. Pero quería tenerle, como se quieren tantas cosas en la vida, y buscaba cómo conseguirle. Y le llamaba perro, él se dejaba llamar, porque si le decía de cualquier otra forma todos sabrían que quería tenerle y él no podía saber que ella quería tenerle.
Él quería comprar el mundo. Sólo quería comprar una cosa, quería comprar una amaestradora para su perro. Él no tenia perro, aunque así le decía ella, y no quería una domadora sino a ella misma. Y él la llamaba domadora, porque ella se dejaba llamar así y le llamaba perro, y porque quería que lo domara y porque, si la llamaba de cualquier otra forma, todos sabrían que quería tenerla y ella no podía saber que él quería tenerla.
Ella sabía donde rascarle las orejas, donde palmearle el lomo, que galletas darle por sus trucos. Ella sabía escucharlo, sabía retarlo, sabía ignorarlo y sabía dejarle ganar.
Él sabía morderla, mover su cola, hacerse el muerto, saltar por galletas. Él sabía hacerla callar, reírse de ella, retarla, hacerla pensar que ganaba y sabía qué decir para que ella sonriera.
Ella pensaba que ni con todo el dinero del mundo conseguiría aquel animal extraño que tanto deseaba.
Él pensaba que ni con todo el oro del mundo conseguiría que ella domara su bestia.
Un día ella le dijo que quería comprar un perro y él le confesó que necesitaba una domadora. Un día ella le estampó un beso y le mordió la oreja a aquel perro salvaje que no se dejaba domar.
Un día él le arañó la cintura y le tiró del cabello a aquella domadora que despertaba su lado bestial.
Un día ella supo que era muy sencillo encontrar al perro que buscaba.
Un día él supo que era sólo cuestión de pedir ser amaestrado.
Un día un hombre y una mujer que querían comprar el mundo entero se conformaron con obtener gratis un cuerpo y un alma con quien compartir las noches y las tormentas.
Un día el mundo que tanto esperaba ser comprado ni siquiera se dio cuenta que, nuevamente, por culpa del amor había perdido la oportunidad de ser comprado.
Él quería comprar el mundo. Sólo quería comprar una cosa, quería comprar una amaestradora para su perro. Él no tenia perro, aunque así le decía ella, y no quería una domadora sino a ella misma. Y él la llamaba domadora, porque ella se dejaba llamar así y le llamaba perro, y porque quería que lo domara y porque, si la llamaba de cualquier otra forma, todos sabrían que quería tenerla y ella no podía saber que él quería tenerla.
Ella sabía donde rascarle las orejas, donde palmearle el lomo, que galletas darle por sus trucos. Ella sabía escucharlo, sabía retarlo, sabía ignorarlo y sabía dejarle ganar.
Él sabía morderla, mover su cola, hacerse el muerto, saltar por galletas. Él sabía hacerla callar, reírse de ella, retarla, hacerla pensar que ganaba y sabía qué decir para que ella sonriera.
Ella pensaba que ni con todo el dinero del mundo conseguiría aquel animal extraño que tanto deseaba.
Él pensaba que ni con todo el oro del mundo conseguiría que ella domara su bestia.
Un día ella le dijo que quería comprar un perro y él le confesó que necesitaba una domadora. Un día ella le estampó un beso y le mordió la oreja a aquel perro salvaje que no se dejaba domar.
Un día él le arañó la cintura y le tiró del cabello a aquella domadora que despertaba su lado bestial.
Un día ella supo que era muy sencillo encontrar al perro que buscaba.
Un día él supo que era sólo cuestión de pedir ser amaestrado.
Un día un hombre y una mujer que querían comprar el mundo entero se conformaron con obtener gratis un cuerpo y un alma con quien compartir las noches y las tormentas.
Un día el mundo que tanto esperaba ser comprado ni siquiera se dio cuenta que, nuevamente, por culpa del amor había perdido la oportunidad de ser comprado.
Monstruos del armario.
Pensé que no quedaban ya monstruos en este armario. Estaba convencida de haberlos destruido y desterrado a todos, de haberles debilitado y haberles destronado. Pensé que la oscuridad ya no tendría sobre mi aquel poder desgarrador y manipulador, aquella mano negra llena de oscuridad y miedo, que solía obligarme a gritar silenciosamente mientras se arrastraba a mi lado. Grave error se comete al pensar que sólo porque el miedo no esté en primera plana ya no existe. Yo te dije un día que tenia monstruos en mi armario, demonios, bestias que a veces eran más fuertes que yo, te dije que las manejaba a ratos, que podía con ellas. Tu llegaste, interpretando un papel de caballero de armadura dorada, que por unos segundos deslumbró a mis ojos tristes. Yo sabía de magia, avada kedavra y hocus pocus, podía inventar hechizos para sacarme a mi misma del abismo, para olvidar los raspones y las cortadas, para mitigar el hambre. Había aprendido en muchas ocasiones lo que un par de palabras bien dichas y unas cuantas caricias podían lograr, había aprendido que, tal y como yo obtenía aquello que deseaba, también lo entregaba, sucumbiendo a la magia más antigua y conocida de todas, y a la vez una de las mas infalibles, la seducción. Había jugado varios juegos, unos peligrosos y otros inofensivos, entregando siempre mi parte de la apuesta, perdiendo o ganándole terreno a esos demonios que compartían la mesa conmigo. Pero a ti, a ti nadie te había invitado al juego, esto era póquer de maestros y tu aún pertenecías a las ligas menores. Tuviste cierta suerte de principiante y se sentía como un suave bálsamo, como una bandita puesta sobre un raspón reciente para cubrirlo del exterior, para protegerlo. Durante unos segundos se sintió como un embrujo, como una de las maldiciones de los cuentos de hadas, esas que son tan famosas, que te hacen olvidar todo, lo que duele, lo que no duele, lo que quema y lo que corrompe. Creo haber estado ahí antes, en otra vida, en otro momento, antes de sentir, antes de llorar, mientras un gato negro me observaba de lejos y sonreía conocedor de un secreto que yo ignoraba. Resultó que no podías detener la corrupción de un cuerpo muerto, de algo ya deshecho, con una simple bandita. Si la herida ya está infectada no hay mucho por hacer cubriéndola. Despierta. Tras un momento llega otro, tras un recuerdo uno nuevo, un hechizo tan débil que acabó por romperse y alejarte, rasgó el puente que unía el bosque viejo con tu castillo de príncipe encantado. Un caballero de armadura dorada jamás requerido, jamás llamado, nunca entrenado. Tu decías haber luchado con dragones, con gigantes, con brujas y hechiceros, con cíclopes y calamares; esa lista tan extensa tuya no incluía monstruos en armarios, no incluía demonios en almas podridas, no incluía miedos de chiquillos convertidos en terrores de hombres. Y me pregunto qué será de mi, si habrá algo más después. Tu espada rota yace en un rincón de la habitación de mi castillo en el bosque oscuro, llena de una sangre que no pertenece al monstruo que debías derrotar, llena de unas lágrimas que nunca debieron haberla llenado. Tu armadura roja, oxidada, deslustrada, está de cualquier modo en una pila en el centro del salón, acumulando polvo y larvas, acumulando tristezas y fantasmas. No debías ser tu, no debías enfrentarlo, no debías intentarlo. Nadie te explicó, supongo, que los monstruos de armarios sólo pueden ser vencidos por sus dueños, por aquellos que imaginaron el terror que los creó en primer lugar. Claro que no, los caballeros de la mesa redonda no saben que hay cosas más allá de su control, cosas con las que no pueden lidiar, cosas que no puede sobrellevar, cosas que no les temen. Hay un fenómeno curioso con los monstruos estos, los del armario, esos, y es que no reconocen más dios que aquel que los crea, aquel que les teme, aquel que es incapaz de dormir sin una luz en la habitación o sin una manta en los pies por temor a que aparezcan realmente ante él, aunque lo desea inconscientemente, es su forma de saber que es real, que no es sólo paranoia. Muy curioso es, porque sólo quien más les teme puede vencerlos, desvanecerlos, aunque nadie lo sabe, nadie se toma el tiempo de investigar la naturaleza de los seres del armario porque, una de dos, o no creen en ellos o les temen demasiado. Y no te culpo, tu confiabas en ser un caballero completo, confiabas en tu armadura dorada y en tu espada brillante, y eso quizá bastaba para los monstruos secundarios, los de los cajones y las alacenas, los de los cuartos secundarios y habitaciones de huéspedes, pero mi monstruo personal, ese que se esconde en el armario principal de mi habitación, ese era demasiado para ti. Vi el terror en tu rostro, vi el miedo tomar forma en tus ojos y al dolor convertirse en una sombra a tu espalda mientras sus garras rompían tu espada y se clavaban en tu espalda, y atravesaban tu coraza dorada, y quebraban tus huesos hasta hacerlos polvo. Él es venenoso, es ponzoñoso, es peligroso, es fuerte y es desalmado. Es mi monstruo personal. Es mi miedo personal. Nunca aprendiste a temerle y por eso te destruyó, no le costó trabajo alguno, esfuerzo alguno, fue un simple moverse y ya no estabas, y la armadura yacía amontonada en medio de la habitación y la espada rota en una esquina. Y él volvía a su rincón, al armario que está justo frente a mi cama, ese que veo todas las noches, ese donde mi vista se congela y que hace a mi respiración perder su ritmo. Y yo vuelvo todas las noches, quiera o no, a esa habitación, busco restos de ti, restos de tu piel, de tu aroma, de tu corazón, busco algo que me salve del terror de la noche porque, incluso ahora, sigo sin poder enfrentarme a él. Sigo sin poder mirarle, sigo sin poder pagar tu desaparición.
Aún ahora los monstruos del armario me persiguen. Aún hay un monstruo en mi armario y yo espero alguien que me acompañe hasta la cama un rato.
Aún ahora los monstruos del armario me persiguen. Aún hay un monstruo en mi armario y yo espero alguien que me acompañe hasta la cama un rato.
Supongo que esto es lo que mejor puedo hacer.
Me pediste que intentara hablar de ti, contigo, para ti. No tengo claro el concepto, como no tengo claras tantas cosas, y lo único que se me ocurre es divagar un poco sobre cómo te veo cuando me atrevo a mirar.
Si, si, estoy segura que preguntarás a qué viene eso de cuando me atrevo a mirar, pero es que yo no siempre me atrevo a mirar en tu dirección. Mirar hacía ti no siempre es una buena idea en lo que a mi concierne, querido.
Planteemos esto desde el inicio. Resulta que hace muchos años alguien tuvo una imagen, un encuentro sería más acertado, y se le grabó una imagen en la mente, un recuerdo. De esos recuerdos que se quedan la mayor parte del tiempo.
Fue algo bidimensional. Algo en doble sentido, cosa que no es frecuente, generalmente la vida es unidireccional. Pero el tiempo es cruel, no sabe de ilusiones infantiles, al igual que los adultos poco entienden de amores jóvenes, creo. Y así como había aparecido un día una imagen en un parque, la misma imagen desapareció sin dar siquiera una mirada atrás. Y el tiempo siguió su curso, como siempre, sin que nadie supiera qué había sido de aquel par de chicos que se miraban, admiraban, desde lejos en un parque de una metrópolis distante.
Y se crearon vidas, se concibieron sueños, nacieron nuevos amores y se iniciaron historias. Y un día, uno de esos días relevantes en los que la vida suele ponerte en situaciones importantes, una de las casualidades más extrañas ocurrió. Sin recordarlo ni saberlo, de pronto un par de jóvenes se encontraron frente a frente, con un beso en el dorso de la mano y una sonrisa interrogante, empezó una conversación; miradas fijas, risas naturales, temas extraños, curiosidades. La inevitable pregunta aparece, eras tu aquel(la) chico(a) que reía y jugaba en un parque olvidado hace tanto tiempo. Es casi imposible, sumamente improbable, y la respuesta debería ser no. Pero resulta ser un si, y nadie sabe qué hacer al respecto.
Y se creó una especie de amistad, algo que no sabía bien qué era o en qué categoría figuraba.
Pero nadie ha dicho que las historias tienen final feliz, y resultó ser una confusión de si y no, de bueno y malo, de quizá y posiblemente no. Resultó ser una mezcla que no llegaba a formarse del todo. Tenía una risa divertida, contagiosa, unas ideas únicas y valiosas, una actitud destacable, un juego de atributos que le convertían en un espécimen adecuado para el más loco de los experimentos. Ese loco experimento que se llama amor o atracción.
Se juega mucho con imanes, con polos cargados, con fuerza de atracción y repulsión. Se juega con compatibilidad. Es como si intentaras cruzar dos especies diferentes, se puede obtener algo, puede que incluso sea algo lindo, magnifico, pero será algo sin vida, sin posibilidad de seguir creando, de producir más; lo que significa estancado. Resulta que se volvió un juego de polaridades, donde una fluctuaba (fluctúa) demasiado, inconstante, indecisa, insensible. Los imanes son más fáciles de manejar que los sentimientos, y eso hace de todo algo tan complicado. Porque se enredaron las palabras con cariño, con interés, con sentimientos muy parecidos a lo que se quiere pero sin ser eso específicamente. Se mezcló todo con un querer que nada tenía que ver con lo que buscaba pero que cumplía funciones parecidas.
A ella le tocó aprender, de la forma difícil, que no se puede sentir lo que se quiere sino lo que se siente. A él le tocó entender que no se puede tener todo lo que se quiere, de la forma difícil, parece.
Y se convirtió en eso, en una banda elástica que se acerca y se aleja sin llegar a un punto exacto. En una mezcla de quereres y sentimientos que no logran fraguar porque ella no tiene mucho que ofrecer, porque se niega a permitirle a él aceptar aquello. Se convirtió en un constante baile de interludios, esquives, movimientos contorsionistas para evitar las balas y las heridas.
Se volvió eso que tenemos, que no sé qué o cómo es. Eso que no es lo que puedes querer pero es lo que hay, eso que es extraño en tanto que un poco doloroso, si lo piensas bien. Y por eso no me atrevo mucho a mirar en tu dirección, porque sé lo bueno que eres, lo malo que eres, que me diviertes y que me desesperas, que me haces pensar en cosas serias y en trivialidades. Que si pudiera, si pudiera te querría con un querer que sea lo que mereces, pero no puedo. No tengo ese querer para ofrecer y no me atrevo a mirarte demasiado porque lo sé, porque sé que no puedo, y que si te miro mucho tu verás tan claramente en mi que te romperás como yo me he roto.
Supongo que no puedo decir más, no pienso mucho, no lo analizo, porque no me gusta mirar mucho en tu dirección y sin embargo si me agrada caminar un poco en ella.
Es tu culpa, me pediste que hiciera algo, pero lo mejor que puedo hacer es esto, no sé muy bien cómo mover mis manos cuando debo intentar averiguar qué siento respecto algo(uien)
Si, si, estoy segura que preguntarás a qué viene eso de cuando me atrevo a mirar, pero es que yo no siempre me atrevo a mirar en tu dirección. Mirar hacía ti no siempre es una buena idea en lo que a mi concierne, querido.
Planteemos esto desde el inicio. Resulta que hace muchos años alguien tuvo una imagen, un encuentro sería más acertado, y se le grabó una imagen en la mente, un recuerdo. De esos recuerdos que se quedan la mayor parte del tiempo.
Fue algo bidimensional. Algo en doble sentido, cosa que no es frecuente, generalmente la vida es unidireccional. Pero el tiempo es cruel, no sabe de ilusiones infantiles, al igual que los adultos poco entienden de amores jóvenes, creo. Y así como había aparecido un día una imagen en un parque, la misma imagen desapareció sin dar siquiera una mirada atrás. Y el tiempo siguió su curso, como siempre, sin que nadie supiera qué había sido de aquel par de chicos que se miraban, admiraban, desde lejos en un parque de una metrópolis distante.
Y se crearon vidas, se concibieron sueños, nacieron nuevos amores y se iniciaron historias. Y un día, uno de esos días relevantes en los que la vida suele ponerte en situaciones importantes, una de las casualidades más extrañas ocurrió. Sin recordarlo ni saberlo, de pronto un par de jóvenes se encontraron frente a frente, con un beso en el dorso de la mano y una sonrisa interrogante, empezó una conversación; miradas fijas, risas naturales, temas extraños, curiosidades. La inevitable pregunta aparece, eras tu aquel(la) chico(a) que reía y jugaba en un parque olvidado hace tanto tiempo. Es casi imposible, sumamente improbable, y la respuesta debería ser no. Pero resulta ser un si, y nadie sabe qué hacer al respecto.
Y se creó una especie de amistad, algo que no sabía bien qué era o en qué categoría figuraba.
Pero nadie ha dicho que las historias tienen final feliz, y resultó ser una confusión de si y no, de bueno y malo, de quizá y posiblemente no. Resultó ser una mezcla que no llegaba a formarse del todo. Tenía una risa divertida, contagiosa, unas ideas únicas y valiosas, una actitud destacable, un juego de atributos que le convertían en un espécimen adecuado para el más loco de los experimentos. Ese loco experimento que se llama amor o atracción.
Se juega mucho con imanes, con polos cargados, con fuerza de atracción y repulsión. Se juega con compatibilidad. Es como si intentaras cruzar dos especies diferentes, se puede obtener algo, puede que incluso sea algo lindo, magnifico, pero será algo sin vida, sin posibilidad de seguir creando, de producir más; lo que significa estancado. Resulta que se volvió un juego de polaridades, donde una fluctuaba (fluctúa) demasiado, inconstante, indecisa, insensible. Los imanes son más fáciles de manejar que los sentimientos, y eso hace de todo algo tan complicado. Porque se enredaron las palabras con cariño, con interés, con sentimientos muy parecidos a lo que se quiere pero sin ser eso específicamente. Se mezcló todo con un querer que nada tenía que ver con lo que buscaba pero que cumplía funciones parecidas.
A ella le tocó aprender, de la forma difícil, que no se puede sentir lo que se quiere sino lo que se siente. A él le tocó entender que no se puede tener todo lo que se quiere, de la forma difícil, parece.
Y se convirtió en eso, en una banda elástica que se acerca y se aleja sin llegar a un punto exacto. En una mezcla de quereres y sentimientos que no logran fraguar porque ella no tiene mucho que ofrecer, porque se niega a permitirle a él aceptar aquello. Se convirtió en un constante baile de interludios, esquives, movimientos contorsionistas para evitar las balas y las heridas.
Se volvió eso que tenemos, que no sé qué o cómo es. Eso que no es lo que puedes querer pero es lo que hay, eso que es extraño en tanto que un poco doloroso, si lo piensas bien. Y por eso no me atrevo mucho a mirar en tu dirección, porque sé lo bueno que eres, lo malo que eres, que me diviertes y que me desesperas, que me haces pensar en cosas serias y en trivialidades. Que si pudiera, si pudiera te querría con un querer que sea lo que mereces, pero no puedo. No tengo ese querer para ofrecer y no me atrevo a mirarte demasiado porque lo sé, porque sé que no puedo, y que si te miro mucho tu verás tan claramente en mi que te romperás como yo me he roto.
Supongo que no puedo decir más, no pienso mucho, no lo analizo, porque no me gusta mirar mucho en tu dirección y sin embargo si me agrada caminar un poco en ella.
Es tu culpa, me pediste que hiciera algo, pero lo mejor que puedo hacer es esto, no sé muy bien cómo mover mis manos cuando debo intentar averiguar qué siento respecto algo(uien)
8 jul 2013
3 jul 2013
¿Por qué?
¿Puede alguien explicarme por qué las lágrimas son calientes?
¿O por qué cada vez que trato de poner en palabras lo que siento, se me escapan las lágrimas?
¿O por qué cuando pienso en él me siento vacía?
¿O por qué cuando pienso en todo me doy cuenta que podría simplemente faltar y nada pasaría, nadie lo notaría?
¿O por qué me pone tan condenada mente depresiva hablar sobre ello?
Pero, especialmente, ¿por qué las lágrimas son calientes?
¿O por qué cada vez que trato de poner en palabras lo que siento, se me escapan las lágrimas?
¿O por qué cuando pienso en él me siento vacía?
¿O por qué cuando pienso en todo me doy cuenta que podría simplemente faltar y nada pasaría, nadie lo notaría?
¿O por qué me pone tan condenada mente depresiva hablar sobre ello?
Pero, especialmente, ¿por qué las lágrimas son calientes?
1 jul 2013
Maremoto.
No me parece justo, para nada coherente, no poder decirte, decirle al cielo, todo lo que cruza mi mente cuando tu cruzas por la calle. Es como un maremoto, como yo creo que seria un maremoto. Es como una ola que mueve todo, derrumba todo, que transforma la vista y el paisaje y lo llena de agua, sal, vida. Es como si un rayo cayera, como una vez dijo Cortázar, y dejara todo paralizado, estático en ese momento donde tus ojos cruzan frente a mi sin verme. Es un sueño común en la infancia, ser invisible, hacer lo que desees sin ser descubierto, pero al crecer lo que mas quieres suele ser que te noten, ser visible. Yo soy invisible, y cuanto, para ti. No puedes verme, escucharme, sé que podría tocarte y no me sentirías y podría incluso besarte y soltar las represas y dejar salir todo y no me sentirías. Soy invisible. Tan invisible como se puede ser cuando estas atrapado en la ola destructiva de un maremoto.
No me considero luz, ni paz ni calma. Soy mas una especie de ciclón destructivo que arrasa con lo que encuentra. Pero es que tu eres mejor en eso, tu tienes una capacidad destructiva que supera con creces la mía. Tu eres peligro puro cuando lo pienso, lo mire por donde lo mire, y quemas mi alma como si fueras un infierno. Mi infierno privado, creo. Mi alma arde, se consume, se destruye poco a poco con la mera convicción de mi invisibilidad. Y mi corazón, si es que aún tengo uno, no siente nada que no sea tu ausencia, tu indiferencia, mi invisibilidad. Y me pregunto, todos y cada uno de mis personajes, mis creaciones, mis salvadores, me preguntan cómo es posible que nos hayamos dejado atrapar dentro de semejante oleada. Para todos es curioso, porque siempre hemos sabido, si no nadar al menos mantenernos a flote, y ahora simplemente nos hundimos como rocas. Y todos los seres que viven en mi, cada mundo y cada mente, desde la más simple hasta la más compleja, desde la más bondadosa hasta la que es maldad pura, preguntan cómo pudo ser que cayéramos a manos de un ser simple en tanto que complejo, de un ser inseguro y con miedo a sentir, de un ser que podía compartir nuestros vicios pero ser tan indiferente a su efecto.
La pregunta, la parte incoherente e injusta, esa que nos desvela con frecuencia, suele ser el cómo. Los porqués no interesan, sabemos que no siempre serán claros, pero el cómo es algo que nos quita el sueño. Porque si ya pasó una vez, es posible que volvamos a caer y nadie quiere hundirse en este abismo lleno de olas salvajes del que apenas estamos escapando.
No me considero luz, ni paz ni calma. Soy mas una especie de ciclón destructivo que arrasa con lo que encuentra. Pero es que tu eres mejor en eso, tu tienes una capacidad destructiva que supera con creces la mía. Tu eres peligro puro cuando lo pienso, lo mire por donde lo mire, y quemas mi alma como si fueras un infierno. Mi infierno privado, creo. Mi alma arde, se consume, se destruye poco a poco con la mera convicción de mi invisibilidad. Y mi corazón, si es que aún tengo uno, no siente nada que no sea tu ausencia, tu indiferencia, mi invisibilidad. Y me pregunto, todos y cada uno de mis personajes, mis creaciones, mis salvadores, me preguntan cómo es posible que nos hayamos dejado atrapar dentro de semejante oleada. Para todos es curioso, porque siempre hemos sabido, si no nadar al menos mantenernos a flote, y ahora simplemente nos hundimos como rocas. Y todos los seres que viven en mi, cada mundo y cada mente, desde la más simple hasta la más compleja, desde la más bondadosa hasta la que es maldad pura, preguntan cómo pudo ser que cayéramos a manos de un ser simple en tanto que complejo, de un ser inseguro y con miedo a sentir, de un ser que podía compartir nuestros vicios pero ser tan indiferente a su efecto.
La pregunta, la parte incoherente e injusta, esa que nos desvela con frecuencia, suele ser el cómo. Los porqués no interesan, sabemos que no siempre serán claros, pero el cómo es algo que nos quita el sueño. Porque si ya pasó una vez, es posible que volvamos a caer y nadie quiere hundirse en este abismo lleno de olas salvajes del que apenas estamos escapando.
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