Y en la cima de todo aquel desorden, de aquella hecatombe, había una nota: No puedo dormir, decía, estoy harta de no poder dormir. Era todo lo que se podía leer. Todo lo demás eran tachones, manchas, garabatos ilegibles y posiblemente sin significado. Eso era todo lo que había dicho, que no podía dormir, que extrañaba poder dormir, eso era obvio. Pero también era obvio que había más, más que simplemente esas dos frases, más que sólo un deseo de dormir. Un dragón dormido, quizá, escondido en los tachones, en las manchas de tinta, en las comas que ella nunca tachaba porque le quedaban tan bonitas que le dolía tacharlas. Odiaba los puntos aparte, los odiaba con demasiado ahínco, le parecían seres despreciables que sólo querían separar sus palabras.
Pero no todo podían ser sólo comas, era antinatural. Incluso si ella no quería creerlo, la vida también llevaba puntos aparte, separaciones. Como esa, como ella y su necesidad de dormir, como él y sus pocos deseos de dormir, como todo y el circulo vicioso del mundo.
Ella, sin saberlo, acababa de pintar su primer punto aparte.
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