Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

15 ago 2011

ELLOS

Ella. Desde que la había perdido lo único que le quedaba era vagar, deambular en medio de la oscuridad buscando aquello que había perdido. Y es que cuando había dicho que entregaría su alma por recuperarla había sido en serio. Ella lo había salvado y ahora él debía devolverle todo aquello que había recibido, además de la vida misma. Y era que al haber vendido su alma a las parcas, la jugarreta, porque era inevitable teniendo en cuenta de a quien se la vendía que no hubiera una trampa, había sido que tendría que encontrarla. Era como buscar una aguja en un pajar. Encontrar un alma en ese mundo de caos y destrucción, en medio de la cacofonía de gemidos donde se mezclaban el placer y el dolor a manos de esas criaturas salidas de pesadillas.

Malditos monstruos! Eran monstruos, era la única palabra que conocía para describirlos mientras veía a tanta gente exhalar gustosa su último aliento a los pies de aquellos seres, porque, si no te mataba el placer, entonces te convertías en adicto y preferías morir antes que estar un segundo sin esa “droga”. El habría podido ser uno de ellos, deseaba fervientemente ser uno de ellos. Un cuerpo más a los pies de esos semidioses que se saciaban mientras le brindaban un morboso placer a sus víctimas. Eran hermosas y hermosos. Quizá esa había sido la mayor perdición de la humanidad. Se habían sentido atraídos hacia el placer lujurioso que prometían, incluso él ahora deseaba poder sentir un poco de aquel prohibido placer que calmara por un segundo su desesperación.


Ella. Era todo por ella. La había deseado tanto que no podía vivir sin su piel, sin su aroma, sin sentirla a su lado. El sabor de esos seres le recordaba tanto al sabor de ella. Sin embargo no podía caer en las garras de aquellos ángeles destructores, no después de que ella misma lo salvara de sus trampas. No después de haber probado los ocultos placeres de la más bella diosa que ojos mortales hubieran visto. Y la había perdido. Ella, su salvadora, su ancla, quien le había devuelto la vida, se había marchado y él había vendido su alma por recuperarla.

¿Podría acaso dejar de buscar?

En medio de tanto caos y destrucción había sido ella quien le había brindado una razón, quien lo había llenado, quien le había enseñado, porque le había enseñado ¡y tanto! Igual que le enseño a romper promesas. A hacerlas y romperlas.

Un año había pasado, un año desde que la tierra se abriera y el mar rugiera dejando salir a aquellos seres de sus prisiones. Un año desde que nadie creyera en ellos, ni los conociera siquiera, hasta que todos se estremecieran, de culpa, excitación o deseo, según cada cual, ante la sola mención de “ellos”. Ella le había advertido, había sido la primera; enviada a explorar había acabado cautiva por los lazos de la pasión que había encontrado en brazos de aquel hombre. Sucumbiendo vencida al abrasador deseo, no solo de poseerlo sino de convertirse en su presa, de ser cautivada por aquel primitivo poder, aquella fuerza que impulsara a los de su clase y que, sin embargo nunca hubiera conocido tan plenamente como con aquel hombre tan lleno de ella.


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