Imagínate que hoy ibas de blanco. Otra vez.
Y no fue a propósito que te vi. No fue intencional.
Se me revolvió todo.
Me hice nada.
Me derretí, de la misma forma en que me derrito siempre.
Y me encantó. Como siempre me encanta.
Y lo odié. Como suelo odiarlo últimamente.
Porque no te tengo, porque no puedo tenerte.
Porque ni siquiera recuerdas mi existencia y eso me duele.
Eso me destruye.
Eso me recuerda que no fui suficiente y no sabes cuanto hiere.
Yo sé que no te puedo tener, que no te tendré. Yo me reconcilié con ese hecho hace tiempo.
No me pidas, sin embargo, que logre sacarte de mi corazón con la misma facilidad.
Esto no estaba en mis planes, esto no era lo que yo deseaba. Esto no era lo que yo quería.
Nunca deseé que me rompieran el alma en pedazos. Nunca pedí que me destruyeran.
Nunca deseé quererte con tanta intensidad.
Y así es, así te quiero, así pienso en ti casi a cada instante, casi a cada momento.
Y duele. Duele como si me estuviesen clavando un hierro candente en lo más profundo del alma.
Duele como si me cortaran el corazón en trozos diminutos.
Duele como si no pudiera respirar a menos que te tenga cerca.
Se siente como si flotara en una nube de gas venenoso. Se siente como si me ahogara en un pequeño charco.
Pero vos seguís como si nada. No te importa, no te interesa.
Tu no me ves, no me oyes, no recuerdas mi nombre.
Tu olvidaste todas nuestras conversaciones y todas nuestras pláticas.
Tu olvidaste que alguna vez dijiste que no me lastimarías.
Tu olvidaste que dijiste un día que yo era importante, que me querías.
Tu olvidaste que te pedí que no jugaras conmigo.
Te pedí que no rompieras mi corazón. Te pedí que no me hicieras daño.
Yo no te lo dije, nunca lo dije, no lo diré.
Porque te dolería, si es que acaso te importo, saber cuanto te quiero y cuanto aun te pienso.
Porque te sentirías mal sí supieras lo mucho que me duele,
lo incapaz que soy de sostener una conversación personal contigo sin querer romperme en mil pedazos después.
Soy completamente incapaz de verte a lo lejos y contener mis ganas de acercarme, incluso si no te hablaré. Porque deseo verte, porque deseo sentir que estás cerca, porque deseo saber que, al menos por breves y fugaces instantes, tú recordarás mi existencia.
No me ves. No me recuerdas.
Y yo me quedo con esas enormes ganas de llorar, de besarte, de buscarte, de gritarte a la cara que te quiero y que te odio por haber permitido que te quisiera.
¿Tiene lógica acaso?
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