No sé si alguna vez te he contado cuanto te odio.
Odio tus ojos tristes y apagados, esos que no saben contener las lágrimas.
Odio tus labios dormidos que se quiebran y sangran casi siempre.
Detesto tu boca que no sabe cuando callar.
Odio tu nariz, la forma en que se curva un poco en el puente, apenas de forma perceptible.
Detesto como se congestiona y te impide respirar.
Odio tu cuello, demasiado corto y a la vez no tanto.
Odio tus hombros, la forma en que caen hacia adelante como queriendo esconder tu pecho.
Odio tu pecho, su ausencia, su inexistencia.
Odio tu abdomen.
Odio tu ombligo, donde tantas veces se perdieron los besos.
Odio tu cintura, que no es tan estrecha como quisieras ni tan ancha como parece.
Odio tus caderas, que no definen si son amplias o estrechas pero donde tantas manos traban su descenso.
Odio tus muslos, delgados, flácidos, solitarios.
Detesto tus rodillas, tan juntas, llenas de cicatrices y heridas.
Odio tus pantorrillas, tan separadas y delgadas.
Detesto tus pies, tropezando siempre, cayendo siempre. Sin saber a donde ir.
Odio tu cabello desordenado, como si tuviera voluntad propia.
Odio tus cejas, una más alta que la otra.
Odio tus manos inquietas y torpes.
Odio tus brazos flácidos y delgados.
Odio tus codos que todo lo golpean.
Odio tu espalda que no se deja encontrar.
Te odio y te detesto con todas mis fuerzas.
A ti.
Imagen en el espejo.
Eres demasiadas cosas.
Eres lo único que tengo.
Y entre tantas cosas posibles, tienes que ser tú.
Y te odio.
Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.
14 ene 2014
Te odio.
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