Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

4 dic 2011


Despertar por las mañanas nunca había sido un problema, nunca había supuesto tanto sacrificio. Le gustaban las mañanas, eran frescas y podías observar el cielo despejado y en calma. Las aves cantaban desde algún lugar fuera de la ventana y se respiraba un aroma a sol y agua. Pero claro, todo esto lo sabía porque en algún rincón de su mente había una vocecita contándole todo lo que se estaba perdiendo, todo lo que estaba ocurriendo afuera, detrás de la ventana, detrás del cristal, lejos de donde ella se encontraba o, al menos, lejos de su alcance. Todo eso que una vez experimentara y que tanto le atrajera, era ahora un sueño vacío al cual no podía regresar. Aquella realidad que se extendía más allá de los muros en los cuales estaba era algo a lo que no podría acceder nunca más. Había renunciado a ella por un minuto más en su compañía, por una eternidad en su compañía, por una vida a su lado y ahora tenía que pagar el precio. Oscuridad eterna, lo había escogido, casi que había rogado por ello, había tomado su decisión, de no haberlo hecho lo habría perdido, había escogido ganarlo y conservarlo. A veces se preguntaba si valía la pena, si no se habría equivocado; en momentos como esos se sentía desfallecer, pero entonces llegaba la noche y con ella su presencia, su visita, el escape a toda esa pasión que la consumía. No, no sentía que fuera un error. Para estar con él debía renunciar al sol y valía la pena, era su verdugo, su domador y su salvación.

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