Ni ella ni yo pensamos disculparnos por nuestras palabras. No se disculpa el sol aunque queme ni la luna aunque en ocasiones aterre. Yo amo, todo aquello que pueda ser amable, y como me rehúso a esconderme, he aquí mi escape.

19 feb 2013

Impensable

Ella podía escucharlo. Podía aun escuchar la voz que tantas veces había dicho su nombre mientras la boca esbozaba una sonrisa. Ella aun recordaba el sabor que la había convertido en esclava una vez, eso que sabia a cielo, a infierno, a dolor y a dicha todo en uno. Ella aun pensaba a en él. Ella aun pensaba en su nombre, en su voz, en sus palabras. Y sabía, como se suele saber casi instintivamente, que cuando pensara que ya estaba bien, que cuando creyera que el mundo seguía girando, volvería a verle. Volvería a aparecer, en brazos de alguna otra persona, en brazos de alguien que lograra hacerle sentir, cosa que ella no había podido. Y la parte difícil era la excusa, la tonta excusa, de no poder sentir. Como si hubiera alguna forma en que ella, con todo lo que sabía, pudiera creerse eso. Habría dolido menos si hubiera dicho que ella no era suficiente, que quería más, que ella no le bastaba o que ni siquiera le gustaba. Pero semejante tontería para ella era inconcebible y, como impensable, también era sumamente dolorosa.

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