No es cierto que solo puedes perder aquello que es tuyo. También puedes sentir que pierdes algo que jamas te perteneció o pertenecerá. Es simple, sumamente fácil, y no necesitas que una perdida como yo te diga cómo, pero es fácil. Simplemente tienes que llevarlo dentro, en el corazón, en la mente, en la sangre, en el aliento, donde sea.
Deja que se te meta bajo la piel, deja que te roa las entrañas, que se alimente de tu sustento, que te arranque el aliento.
Y entonces, cuando lo pierdas, lo sentirás. Sentirás cómo te lo arrebatan, cómo desaparece en el vacío, cómo escapa por entre tus dedos sin que tu puedas incluso opinar al respecto. Y duele, duele como cuando el mundo se cae, como cuando el alma se rompe, como cuando te quemas y no puedes retirar la mano porque algún perverso dios pensó que sería divertido ver como el dolor hacia que te retorcieras y contorsionaras, porque creyó que sería una buena forma de entretenerse respecto al tedio de su día a día.
Y tu te preguntas qué mala broma es eso del karma, a qué inocente alma asesinaste y en qué vida, para que se te castigue de esa manera. Pero nadie responde. Gritas y golpeas y lloras y haces mil maravillas, pero nada ocurre. No existe nadie al otro lado del abismo que pueda responder por ti. A nadie le interesa si tu cielo se está cayendo en pedazos o si tu suelo tiembla y cruje, a nadie le extraña si no respondes el teléfono o si lloras contra la almohada o si gritas hasta quedar sin voz. Porque así eres tu, porque, para todo el mundo, a eso se resume tu existencia.
Y entonces rompes algo, y se siente tan bien, tan liberador, tan tranquilizante, que rompes algo más, y algo más, y algo más. Y entonces, no te das cuenta de cómo, pero acabas rompiendo a las personas, sus palabras, sus gestos, sus errores, rompes y rasgas todo lo que puedes hallar porque mueres por sentirte bien, por sentirte mejor, por respirar sin que tus pulmones colapsen. Y el día se acaba y terminas tal y como empezaste, solo, porque te dedicaste a rasgar y a cortar y a pisar y a destruir porque sigues muriendo, y no sabes cuando dejarás de morir, por sentirte bien, por sentir que estas de nuevo en una sola pieza, por no sentir que te falta el relleno que te hace un ser humano.
Pero vamos que, al final del día, sigues rompiendo y rasgando.
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