Él tiene razón.
Si estoy rara.
Si me siento diferente.
De mil formas que no pueden ser buenas pero que me esfuerzo por ignorar.
Y creo que no ayuda que una de las pocas personas que quiero ver y con quien quiero hablar parezca tan indiferente a mi desaparición.
No es favoritismo.
Preferiría hablar con ella o con él, que sí notan que algo extraño pasa.
Pero quiero hablar con él, quiero hablar con él y quiero preguntar mil cosas y quiero dejar de tener las mismas dudas tontas en la cabeza.
Ah, y aviso, llevo casi un mes pensando qué puedo regalarle de navidad. ¿Ideas? Porque yo no tengo ninguna, cosa que comprueba lo que ya sé. Le conozco tan poco, pero tan poco, que eso explica muchas de mis preguntas.
Pero si es cierto, si me pasa algo.
Me pasan una y mil cosas que no sé cómo interpretar o a qué atribuir.
Vivo en un constante estado que linda con las lágrimas que en cualquier momento podría derramar sin causa alguna, sin razón alguna, simple y llanamente porque no puedo contenerlas más.
Estoy en un estado donde solo quiero dormir, descansar y desconectarme de todo. Y quizá lo haga.
Pero lo que más quiero, lo que más pido, es aunque sea una simple llamada telefónica, un par de palabras, algo que me diga que esto que me pasa no pasa solo en este lado de la linea o que las letras que mis manos no pueden evitar escribir no son simplemente vistas y borradas o que los recuerdos que tengo y los sentimientos que me trago y las palabras que lucho por contener no son solo un invento mio sino que tienen una contraparte y una respuesta del otro lado de la linea.
Y no pasa.
Y me siento en el suelo con un pincel en la mano, con un lápiz, con un borrador, con tizas o simplemente con un libro, y vigilo.
Vivo en espera de que ese pequeño aparato cuadrado que me acompaña a todos lados emita algún sonido que anteceda a su voz. A sus palabras.
Me paso el día esperando que algo aparezca, que algo cambie, que algo me permita volver a sentirme un poco más como yo. Pero mientras más pasa el tiempo más me pierdo, más dejo de sentirme como yo misma y más empiezo a verme desde algún ángulo externo.
Y ella no lo entiende. Ella no entiende que lo que hago lo hago por ella, por verla complacida y feliz.
No entiende que yo no quiero reconocimientos ni que una sala llena de extraños me escuche hablar de forma estúpida mientras hago un intento de una felicitación que no siento realmente. Porque todo lo que yo quería era ir a una ventanilla y recibir un cartón, cosa que no es mucho pedir, y marcharme. Y pasar un día conmigo misma, con mis pensamientos, con mis ideas, con mis manos y con mis absurdas locuras de las que, ahora empiezo a pensar, jamás lograré ella este orgullosa. Pero sigo intentando, y vivo intentándolo y no me rindo hasta que duele tanto que las lágrimas son un estado constante y cercano.
Estamos al borde. Literalmente hablando, creo.
Estamos lindando a la orilla del abismo donde posiblemente pueda acabar perdiendo algo importante de mi. Si es que no lo perdí ya, envuelto en lo que lancé a la basura uno de esos días de ira, o disuelto en las muchas lágrimas que se me escapan cuando ya no puedo soportarlo más.
Y no puedo soportar pedir, porque vivo intentando ser independiente y valerme por mi misma. Porque empiezo a odiar la idea de depender de ella y de que tenga que escuchar sus quejas y reclamos cada vez que necesito algo. O, lo que es peor, escuchar como se queja al darme algo que no pedí, que no deseo, que no me interesa.
Y vamos así, vamos en esas.
Y tengo que presentarme ante un grupo de gente que para mi no significa mucho, posiblemente sin alguien para darme animo y apoyarme a mi lado, y pretender ser feliz y estar animada.
Si no fuera porque ya empiezo a acostumbrarme a la rutina, me costaría mucho más no gritar, pero aun así me cuesta,
Lo que más odio, no es quizá sus quejas, ni los reclamos, ni el sentir que me observo desde la distancia, ni sentir que estoy perdiéndome a mi misma. Lo que más odio es ese constante estado a la defensiva que me recubre apenas cruzo el umbral de la puerta. No puedo evitarlo, no me siento segura aquí adentro, como si en cualquier momento alguien pudiera saltar con un cuchillo y apuñalarme al corazón. Cosa no tan difícil si tenemos en cuenta que sus palabras me hacen más daño que cualquier otra cosa en el mundo. Entonces soy una bruja amargada y grosera que se la vive respondiendo mal y con sarcasmos e ironías. Todo porque no podría soportar que venga a reírse en la cara por mi yo real. Tanto que incluso tengo que ocultar que estoy pintando, porque, claro, aun no me recupero de la ultima vez que le mostré mi trabajo y ella solo hizo una broma mientras clavaba el dedo en la herida.
Así que decido no mostrar nada, no decir más.
Que esto de vivir a punto de llorar, o gritar, o asesinar a alguien no es tan genial como suena.
Pero mejor me voy a jugar con pinturas o con lápices, que no hay mucho que pueda hacer para sentirme normal de nuevo.
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