Siempre he pensado que, en todo este enorme mundo, mi subconsciente es y será mi peor enemigo. Confirmación de eso son mis sueños, y no, no necesito al señor Freud para interpretarlos.
Estoy sentada en una mesa, en un elegante y refinado restaurant, lleno de arañas de cristal y velas y mesas con manteles blancos y botellas de vino. Es el epitome de la elegancia y la sensualidad que esconde toda esa opulencia. No soy la única en la mesa, para mi alivio y desconcierto. Me acompaña un hombre tan guapo y elegante como solo puede serlo mi príncipe azul, ese que me reservo para mis sueños y mis historias, ese de cabello negro y ojos azul noche, ese que me hace reventar de coraje y deseo, ese que me reta y me desafía sin dar tregua ni un instante. Ese. Y, frente a él esta esa mujer que me reduce a cenizas con un solo vistazo. Esa del cuerpo esbelto y torneado, esa rubia alta con rizos en bucles perfectos donde ni una hebra escapa y que hacen palidecer a mis oscuros y desaliñados cabellos. Esa mujer alta y confiada, tan segura de si misma que no le importa lo bajo del escote o lo corto del vestido o lo alto de los zapatos, en fin, mi propio boogieman personal.
Y me observa, ella me mira desde debajo de sus alargadas pestañas y sus capas de rímel y delineador y no puedo sino sentirme diminuta, miserable e insignificante. Yo y mi metro y medio de estatura, yo y mi oscuro y rebelde cabello, yo y mi cuerpo infantil y anodino, yo y mi enorme inseguridad.
Y en medio de mi sueño, lo sé. Sé que él está conmigo, que me pertenece y que esta ahí por mi, y que yo no estoy a la altura. Sobrepasada por la situación, me siento con un puchero mientras esa pareja que encaja tan perfectamente conversa como si fuera lo más natural del mundo, y quizá lo es. Y yo estoy en medio, escuchándolo todo pero sin poner realmente atención, viendo como soy incapaz de articular palabra, viendo como ella cautiva su mirada y como yo me encojo hasta convertirme en una pequeña niña que debe ser reprendida porque esta haciendo unos poco atractivos pucheros. Y entonces sé que ese es el mismo hombre que he esperado tanto tiempo, ese por quien mi corazón enloquecía día y noche, y también sé, mientras él me observa y me pide tajantemente que coma y que deje de armar una rabieta, entonces sé que aunque ese sea él, su ella no soy yo.
A mi me falta la clase, la distinción y la calma que esa mujer, que mi pesadilla particular posee. Y entonces despierto, entonces bajo a una realidad tan triste como mi sueño porque no sé si él exista, no sé si él sea él, no se si yo pueda alguna vez ser ella o sentirme como se siente ella y porque, cuando él dijo, justo antes de que yo despertara, que ella era increíblemente hermosa y sensual, vi que a mi no me lo había dicho, y ya no pensaba en mi sueño, pensaba en una realidad que sigue pareciéndose a mi sueño.
Pensaba en lo mucho que podría ganar un psiquiatra con mi caso y en lo poco que me interesa ya buscar una solución. Al fin y al cabo, mi subconsciente suele tener razón.
Nuestro subconsciente somos nosotros mismos, nuestros sueños más ocultos pero también nuestros miedos y temores; saca a esa mujer hermosa y sensual que también eres tú y deja de luchar contigo misma.
ResponderBorrarUn beso ;)
No sé ni como decirlo, me pasa eso, tu sueño es una hermosa descripcion de mi realidad... y lo peor es que no es mi subconsciente, es y listo.. pero que se le va a hacer, el ataque a la seguridad en una misma es un bombardeo al corazón, difícil se vuelve sentirse segura cuando te encuentras con una femme fatale... me arrancaste el alma...
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