Siento las olas de sal llegar, las
siento golpear mi piel, y sonrío al respirar porque sé que nunca ganarán…
Seis. Un gemido escapó de sus labios mientras el despertador seguía sonando con
su canción acostumbrada que, sin saber por qué, ese día sonaba un poco más melancólica.
No se molestó en levantarse o en apagar el, ya desesperante, timbre del
despertador. Se acurruco nuevamente entre las mantas y coloco la almohada sobre
su cabeza. Mucho mejor, ahora el ruido le llegaba lejano y amortiguado. Le
dolía la cabeza y su cuerpo se sentía cansado, atado a ese viejo colchón y a
las raídas sabanas. Objetos de su pasado. Objetos que ni aun al marcharse
habría dejado atrás.
“Mira a tu alrededor ahora y observa
como me voy”
Marcharse.
Estaba considerando seriamente el odiar esa canción. Ella se había ido, para
encontrarse con que no era como pensaba y con que no sabía ni qué pensar. Las
ideas se fueron agolpando una a una en su mente. La primera de ellas era el
reproche por haberse atracado la noche anterior de golosinas y caramelos, ya
que no podía recurrir al alcohol le quedaba el azúcar, buscando un pequeño
alivio a las desquiciantes sensaciones. Su cuerpo le estaba pasando factura por
semejante acto tan inconsciente. Su estomago se quejaba a un volumen bastante
alto y la cabeza le martilleaba por los efectos de tanta azúcar en su
organismo.
-
Recordatorio
personal –susurró e hizo una mueca ante la molestia en la garganta que le
causaba el hablar-, no vuelvas a mezclar azúcar con ansiedad. Por favor, no lo
hagas.
Lentamente
saco una mano de entre las cobijas y busco a tientas el reloj para apagarlo, la
canción había llegado a su final y estaba
a punto de repetirse, con una sola vez era más que suficiente. La poca
luz que se filtró a través del agujero por el que sacó el brazo le quemó los
ojos y le sacó unas cuantas lágrimas. Si,
seguro, las lágrimas son por la luz solar. Volvió a guardar el brazo dentro
de su mortaja de sabanas y se acurruco con los brazos alrededor de las
rodillas. Un pequeño, diminuto, canto salía de sus labios, una triste y
lastimera sonrisa lo acompañaba.
-
Feliz
cumpleaños a mí –la tristeza le quebró la voz en la última silaba y mordió un
trozo de las mantas que cubrían el colchón para guardar silencio y recobrar la
compostura.
Bueno, ya se terminó la hora de
lastima. Ahora levántate.
Con un
suspiro resignado sacó la cabeza de entre las sabanas. Un brillante reflejo en
la ventana la cegó por un momento. Se dio la vuelta en la cama y acabo
bocarriba, el cabello le cubría los ojos y lo poco que podía ver eran las
manchas de humedad en el techo. Genial, era una buena vista para empezar ese
día. Bufó, a otro perro con esos huesos, ella no quería tener que pensar en ese
día.
-
Buenos
días.
La joven dio
un respingo. Había supuesto que estaba sola en la habitación, de hecho, estaba
bastante segura de que entre sus locuras de la noche anterior, meter a un chico
a su habitación no estaba. Movió la cabeza para observar a su acompañante, si
es que podía llamársele así, y se encontró con unos profundos ojos azules y un
cabello tan negro como un cuervo. Tenía una media sonrisa dibujada en su cara y
parecía algo avergonzado. ¿Avergonzado?
De pronto se le ocurrió que él podía llevar ya un rato allí.
-
¿Cuanto
tiempo llevas aquí? –inquirió la joven sin siquiera saludarle.
-
Bastante,
o al menos, el suficiente.
Maldición, nos escuchó. Exclamó una voz en la cabeza de la
chica. Corrección, me escuchó, porque tu
no existes. Solo eres mi conciencia.
-
¿Qué
quieres? –la amabilidad con que usualmente le hablaba se había esfumado cuando
supo que él había oído su patética felicitación de cumpleaños. Se sentía
miserable y totalmente avergonzada.
-
Bueno,
venía a decirte…
-
No
lo digas –la joven había adivinado sus intenciones y lo había atajado rápidamente.
Se incorporó
en la cama y lo observó. Estaba vestido de la forma usual, camiseta blanca y
jeans negros, tenis, supuso que la chaqueta estaría en su habitación o en la
sala. Lo curioso, y por ser curioso tardó en notarlo, era que estaba
sosteniendo una de esas bandejas de desayuno en la cama. Olía delicioso y le
arrancó un gruñido a su estomago. Desvió rápidamente la mirada hacia la pared
más alejada de él.
-
No
debiste molestarte.
-
No
fue una molestia. Simplemente es un gesto amable.
-
¿Un
gesto amable o un gesto de lastima? Acabas de ver mi patética felicitación así
que es probable que sea más la segunda que la primera.
Al parecer
sus palabras lo incomodaron. El joven bajo la mirada y se movió incomodo. Al
final susurro tan bajo que ella creyó no haber oído y escucho solo lo que él
dijo después.
-
No
podría sentir lastima, tendría que tenerme lastima a mi mismo entonces. En fin
–el joven parecía dispuesto a alegrarla-, vine porque quise que tuvieras un
desayuno en la cama.
Él se acercó
y le puso la bandeja sobre las piernas, ella insegura observo las cosas allí
servidas y su estomago rugió en protesta por que lo tuvieran alejado de tales
manjares. Fruta, tortillas y otras variadas cosas con aspecto delicioso. Una
flor solitaria en un pequeño florerito llamo su atención y un diminuto
chocolate al lado de esta le saco una sonrisa. Era todo un detalle por parte de
él no ofrecerle caramelos después de la noche anterior. Sintió una mayor oleada
de aprecio por el joven de la que ya sentía.
*******
Él se sentó
en la cama, a los pies de la joven, mientras ella comía. Le parecía un
espectáculo digno de ver y no había atisbos de ironía o sarcasmo en ese
pensamiento. La joven era desinhibida, despreocupada. Muy diferente a las
chicas que conocía que, después de un bocado, tenían que recomponerse el brillo
labial. Le gustaba esa actitud en ella. Su voz, su risa, su cara enrojecida por
una noche inquieta y su pelo revuelto como estaba al acabar de despertarse eran
cosas, para él, tiernas. Reprimió nuevamente las ganas de decir aquello que
quería decir: Feliz cumpleaños. Pero al parecer la chica aun no estaba lista
para escucharlo, esperaba que al final del día lo estuviera.
Me sigo preguntando por qué haces
esto. No eres masoquista, creí que no lo eras. Él mandó a callar a la incomoda voz
en su cabeza y se dedico a observar la habitación de la joven mientras esta
acababa el desayuno. Apenas había unos cuantos posters en las paredes, todos de
bandas de rock o de escritores y un calendario en blanco. Un armario blanco que
parecía querer reventar y que él suponía
lleno de ropa usada y libros ocupaba una de las paredes. Libros y más libros se
apilaban a lo largo de las esquinas de la habitación, enormes pilas de libros
que parecían montañas. Pudo distinguir varios títulos, libros que el conocía y
que jamás pensó verle a una mujer que viviera en esa residencia, de hecho ella
era la primera a la que le veía tales libros, ¡incluso estaban en diversos
idiomas! Que lo ahorcaran, pero estaba cambiando radicalmente la imagen que
poseía de ella.
Siguió
observando y descubrió que, apoyado contra una pared de la habitación, había un
escritorio de dibujo plegado, él no sabía que la chica dibujase, y que, junto
al escritorio, había un caballete y varios lienzos volteados hacia la pared. Se
preguntó que habría pintado la joven en ellos. Una pila de ropa lo sorprendió
de improviso en otro de los rincones.
-
Es
mi ropa sucia –dijo la joven al ver qué estaba mirando-. No he podido llevarla
y en otros sitios me estorbaba.
-
No
te preocupes –a él no le molestaba ese hecho en lo más mínimo. Era refrescante
la despreocupación de la joven respecto a ciertas cosas-. Yo hago lo mismo.
La chica
siguió devorando con ansias el desayuno que él había preparado. Le encantaba
que la joven no tuviera reparos con la comida, era muy desagradable pasarse el
tiempo cocinando para alguien que luego no comía por dietas y cosas por el
estilo. Sin ser consciente de ello, esbozo una sonrisa mientras observaba con
ternura a la joven. Ella tenía un no sé qué que la hacía bastante curiosa.
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